Estoy seguro de que no ha sido otro sueño.
Estaba despierto. Lúcido.
Pero tampoco puedo aceptar que lo que vi haya sucedido realmente. El tiempo no puede detenerse. Y las personas no pueden desaparecer sin dejar rastro, en tan sólo un parpadeo.
Esa chica… ¿Realmente estaba allí? ¿Y por qué usaba ese collar? ¿Por qué ella y yo éramos los únicos capaces de movernos entre una multitud de personas paralizadas? ¿Por qué me torturo a mí mismo pensando en estas cosas?
Las manchas de color rojo en el cielo no han desaparecido, aunque ya comienzan a oscurecerse para hacer juego con la noche. Makoto parece no poder verlas y eso hace que yo me sienta mucho peor.
No diré nada al respecto.
No quiero parecer un lunático que puede ver cosas que otros no pueden.
—Akira, ¿te encuentras bien?
Esta vez, la voz de Makoto no sirve para hacerme sentir mejor.
Sólo puedo pensar en esa chica.
En su mirada.
¿Por qué le impactó tanto que yo también pudiera moverme? ¿Por qué de repente todo es tan extraño?
Ahora vamos caminando desde la parada del autobús hacia mi casa.
Llevo la bolsa con las compras del supermercado en una mano, aunque en ocasiones tengo la impresión de no estar acarreando nada. Incluso me cuesta recordar cómo fue que Makoto me encontró, afuera del Mozo Wonder City. Sólo tengo un vago recuerdo que lo involucra. Sé que cuando me di cuenta, él estaba detrás de mí con dos bolsas. Una, con sus compras. La otra, con las mías. Tuve que pagarle a él lo que costaron todas las cosas que compré. Ni siquiera sé si en ese momento le agradecí por haber pagado en mi lugar. No sé en qué momento volvimos a Fukiage…
¿Qué está pasándome?
—Desde que salimos de Mozo has estado muy distante, Akira. ¿Ocurrió algo malo?
No lo sé. Quisiera saberlo… ¿Quisiera saberlo?
—¿Te sientes nervioso por el viaje a Tokio?
Makoto insiste en saber por qué no he querido decir una sola palabra. Finalmente estamos frente a la puerta de mi casa. La bicicleta de mi hermano no está a la vista.
El auto está aparcado frente a la acera. Las luces del interior están encendidas. Quiero ir y encerrarme en mi habitación. De pronto me siento absurdamente cansado.
—Creo que deberías dormir —dice Makoto como último recurso—. Pareciera que no lo has hecho en días.
Justamente eso es lo que más quiero evitar en este preciso momento.
—No sucede nada, obeso. Sólo estoy un poco cansado.
Es la mentira más grande que he dicho en la vida.
—Dedica el día de mañana a descansar —propone él encogiéndose de hombros—. Un día en que no vayamos al arcade no cambiará el hecho de que eres muy talentoso en las batallas. Aprovecha el tiempo para dormir lo suficiente.
—Pero, ¿qué tonterías dices? ¡Debemos estar listos para la competencia!
—Y lo estaremos, pero no mientras tú estés tan cansado. Mientras tú recuperas tus energías, yo entrenaré por mi cuenta. Podemos volver al arcade el próximo lunes.
No quiero discutirlo más. De cualquier manera, nada podrá evitar que esa maldita voz vuelva a escucharse, haciéndome creer que he enloquecido. Así que sólo asiento y me despido de Makoto para luego entrar a casa y sentir que un poco de paz se apodera de mí. Echo la cabeza hacia atrás durante un instante, mientras me saco los zapatos en la entrada. Puedo escuchar que el televisor de la sala está encendido. El pasillo del recibidor está impecable. Touma ya debe haber terminado con sus tareas.
—¡Ya llegué! —exclamo antes de echar a andar hacia el pasillo que conduce a la cocina.
—¡Bienvenido! —responde la voz de mi madre.
Mis pasos me conducen mecánicamente hasta la cocina. Dejo las compras sobre la mesa y tomo asiento durante un instante. Sólo un par de segundos. Cubro mi rostro con ambas manos para buscar la tranquilidad que lucha férreamente para escapar de mí. No puedo dejar de pensar en ella. En esa chica. ¿Qué mierda fue lo que sucedió hoy?
—Hijo, ¿estás enfermo?
Me sobresalta la voz de mi madre. No sé en qué momento entró también a la cocina. Y tampoco sé cuánto tiempo llevo sentado aquí. Cada vez me es más fácil convencerme a mí mismo de que estoy perdiendo la razón.
—Estoy un poco cansado, mamá. No es nada grave. Prepararé la cena.
Me levanto de mi asiento y llevo conmigo las compras del supermercado para comenzar a preparar la pasta para mi padre. Tengo que dejar de pensar en esa voz espectral, en esas personas paralizadas y en esa chica del kimono de color negro. Sólo necesito una distracción. Quizá sea eso lo que debí buscar en un principio. Si mantengo mi mente ocupada únicamente en mi lista de prioridades, tal vez pueda sentirme un poco menos perseguido… Aunque una pequeña e insistente parte de mí me dice que no será tan fácil.
Quizá todo es una gran coincidencia y mis pesadillas se deben al estrés que me causa la competencia. O tal vez, sólo tal vez, es algo que va mucho más allá… En realidad, espero que se trate de la primera opción.