Recopilación Cuentos Cortos (litnet Club)

CUENTO: SERENATA EN UNA NOCHE OSCURA POR Víctor Hugo Rotaheche

Cuento: Serenata en una noche oscura

Autor: Víctor Hugo Rotaheche

Semblanza del autor:

Hola, mi nombre es Víctor Hugo y soy de Argentina. Tengo 27 años, me gusta escribir (y sobre todo leer) literatura de suspenso, terror y misterio. Mis autores favoritos son: Stephen King, Osvaldo Soriano, Horacio Quiroga, entre otros. Cuando escribo escucho bandas sonoras de películas, jazz o música clásica. Cuando escribí este cuento, estaba oyendo "Serenata Nocturna" de Amadeus Mozart. Además de este cuento, mi última actualización en Litnet fue un Fan-fic de IT. Agradezco que existan iniciativas como esta, ayuda a fomentar a autores desconocidos y otros no tanto.

 

                                                       SERENATA EN UNA NOCHE OSCURA

 

Norman apagó el cigarrillo y posó su mirada sobre el escritorio. Había una pila de hojas, apuntes y recortes de diarios. De fondo se podía oír “Serenata Nocturna” de Mozart. La luz de la lámpara dibujaba sombras extrañas sobre su rostro. Su rostro que ahora se veía manchado por sendas ojeras debido al constante insomnio. El ventilador de techo esparcía el humo del tabaco por toda la habitación, cosa que habría molestado a su novia, de haber seguido con él. Sí. Ella decía que él amaba mucho más a su trabajo que a ella, que nunca estaba ahí cuando se ponía a investigar casos que nadie le encargaba, cuando se metía dónde nadie lo llamaba.

En su departamento, Norman había construido un bunker, una especie de refugio de los ataques externos. Sobre el mueble que construyera como biblioteca tenía un tocadiscos, varios libros de Lovecraft y una máquina de escribir que no usaba nunca. En la pared, frente al escritorio, había comenzado a pegar anuncios, y carteles de personas desaparecidas. Uno a uno los papeles se amontonaron hasta formar una especie de collage infinito, creando una capa difícil de despegar. Ya ni siquiera recordaba cuál había pegado primero, y mucho menos la fecha. ¿Cuándo se había metido en esto? Encendió otro cigarrillo y reclinó la silla hacia atrás, intentando pensar.

Los acordes de los violines se le metían en el cerebro, como un bálsamo. El tabaco inundaba sus pulmones, a veces mareándolo y dejando en su boca un regusto amargo. A pesar de que lo intentara, no podía dejar de fumar. “Y menos meterte dónde no tenés que hacerlo”. La voz invisible de la ex novia, era mucho más ponzoñosa que la púa que arañaba el disco de “Clásico de Clásicos”, afuera el viento arreciaba de tal manera, que parecía a punto de derribar los postigos de las ventanas. “A eso que le llamás viento, no es otra cosa que tu consciencia” repetía la voz de la ex, como una bruja de la noche, arrinconada dentro de sus recuerdos como un maleficio imposible de destruir. “¿Qué es lo que estás buscando?”.

Una señal —dijo. Y su voz dentro del departamento vacío sonó hueco, insignificante—

Aspiró el humo del cigarrillo, lo retuvo dentro de su cuerpo y lo volvió a soltar. La única luz de la casa, era una lámpara de pie que se sostenía sobre el escritorio a duras penas. Las sombras invadían las esquinas, y aun así no poseían la misma densidad que sus pensamientos. La voz, que manchaba todo su sentir y su cerebro volvió a repetir: “¿Qué es lo que estás buscando?”. Pero él no dijo nada, no esta vez.

Quizá por inercia, o por voluntad propia (ya ni sabía que la tenía) se levantó de la silla y caminó hasta la heladera. Se sirvió un vaso de leche, y lo bebió de a sorbos. El lugar era tan pequeño, que podría decirse que era un ataúd con comodidades modestas: una pileta por acá, una mesada con platos sucios, y un almanaque con varios días tachados. Le dio otra pitada al cigarrillo, y antes de servirse otro vaso de leche, observó la silla desocupada frente al buró. La luz derramada sobre la silla, como una aureola, y encima de esta su presencia. Podía sentirla a pesar de estar a un par de metros de ella, podía verse, aunque estuviera alejado. Trabajando sin parar, escribiendo, investigando, buscando pruebas. “¿Pruebas de qué? ¿Para qué?” Una vez más la voz de ella volvía a hacer cizaña, a remover como si se tratase de un bote de basura, sus pensamientos.

Norman guardó la botella de leche, y cerró la puerta de la heladera. No sólo podía ver su silueta en la silla, metido como siempre en esos casos sin resolver. También podía sentir la respiración de ella detrás de su nuca, esa mirada entre curiosa y entintada de prejuicios, pidiéndole que dejara de perder el tiempo con esas cosas “porque nada bueno saldría de todo aquello”.




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