¿Recuerdas?

¿Recuerdas? ¿Recuerdas cuando eras pequeño y tu abuela te llevaba a hacer los recados por el barrio? ¿Recuerdas que conocía a los dueños de cada tienda? Ya porque eran amigos, antiguos compañeros, vecinos... O simplemente por el hecho de verse cada semana. ¿Recuerdas cuando preferías ver dibujos animados y ella tenía que sobornarte para que la acompañaras? ¡Ay!, ¿cómo olvidar el “si vienes conmigo te compro algo”? Entonces la acompañabas, recorrías cada tienda con ella esperando impaciente que terminase de hablar. No veías la hora de llegar a tu tienda favorita. Ese kiosko de la esquina que, aunque era pequeño, tenía un poco de todo. Un poco de todo lo que te gustaba. ¿Recuerdas cómo recorrías con aquella sonrisa inocente todas y cada una de las estanterías todos y cada uno de los rincones para elegir qué era lo que más querías en ese instante? ¿Recuerdas a tu abuela, que terminaba la charla con la chica del mostrado y te apremiaba sabiendo que aún no habías sido capaz de decidirte? Tocabas cada cosa, la mirabas, la cogías..., A veces varias para decidirte al final. Olías los tebeos, los libros..., o quizás no; pero en ese momento ya sabías qué cosa iba a ser la próxima que te llevaras. La afortunada. Aunque, claro, ¿recuerdas que al volver no te la llevabas? Había siempre algo nuevo que te hacía cambiar de opinión y volver a practicar el ritual de siempre: pasear cada cm² de la tiendecilla.

Ahora ya no eres ese niño que acompaña a su abuela en los recados.
Ahora tú abuela ya no conoce a todos los dueños de todas las tiendas. 
Ahora no todas las atiendas siguen abiertas, y la siguiente en cerrar, será la tuya.
No más recorrerla, no más mirar, no más tocar, no más oler...
Pero, ¿recuerdas?