Recuerdos

RECUERDOS

Muchos me dicen que soy afortunado. Otros, entienden un poco lo que siento. Pero al final creo que ninguna persona percibe en realidad lo que es mi padecer…

Soy un sobreviviente, sí. Pero… ¿A qué costo? Muchos mencionan que fue un milagro, y que debo estar agradecido con Dios por ello.

¿Dios? Me resulta extraño pronunciar esa palabra ya que en el sentido práctico no morí, y al mismo tiempo, he muerto.

Alzheimer… Una palabra que hasta hace un par de años era tan temida o más como el cáncer. Morir en vida mientras vas apagándote es una de las muertes más crueles de este mundo, ya que antes de pensar que vas transformándote en un discapacitado para las rutinas más elementales, lo terrible de ello es que vas quedándote solo.

Sí, sé que la familia, para quienes tienen la fortuna de contar con una, estará acompañándote y al pendiente de resolver tus cosas y atenderte, pero llega un momento en que comienzan a volverse personas desconocidas para ti. Puedes tener enfrente a tu esposa, a tus hijos, y despertarte el mismo sentimiento que si vieras a la persona que te vende el boleto de entrada al subterráneo.

Tus vivencias, tus creencias, tu historia de vida y carácter, todo aquello que vieron alguna vez tus ojos, todos tus sentimientos y tesoros que guardas en tu mente y corazón, desaparecen de manera inexorable…

Puedes mirarte en un vídeo diciéndote a ti mismo, “Mira, ella es tu esposa, tu padre, tu hijo…”, y aun así sentir que no hay ningún vínculo que te ate a ese desconocido.

Justo cuando yo entraba a la etapa en que ya no recordaba como atar mis zapatos, y todas aquellas personas especiales en mi vida habían huido de mi mente, vino a aparecer una nueva droga experimental que detendría la enfermedad, haciendo que el cerebro iniciara una suerte de regeneración neuronal. ‘Candidato ideal’, decía el informe. Mi familia firmó los papeles, y aguardaron por un mes a que despertara del coma.

Al abrir los ojos, no supe qué pasaba. Simplemente entraban y salían hombres y mujeres vestidos de blanco que me tomaban muestras, me ponían cables en la cabeza desnuda, me colocaban videos de niños realizando rutinas simples y yo los imitaba.

Poco a poco, el lenguaje empezó a hacerse presente y pude comunicarme en un tiempo récord. Comencé a devorar libros en cuanto pude leer, y a pasar largos períodos de tiempo en internet aprendiendo todo lo que podía en tutoriales acerca de cualquier tema.

En 6 meses, pude ir a casa con mi familia.

Por algún extraño motivo, resulté con aptitudes para la pintura al óleo y empecé a plasmar en lienzos todo aquello que mis ojos observaban. Mis hijos iniciaron a distanciarse de mi al darse cuenta que era otro. Que el padre que podía pasar horas reparando motocicletas había dado paso a un inútil completo para asir una llave de tuercas.

En cambio, las pinturas que elaboraba eran elogiadas por todos aquellos que las miraban. Daban sin saber cómo, un sentimiento de tranquilidad e inocencia aquellos reflejos de la naturaleza que centímetro a centímetro llenaban la tela. Y me resulta increíble aun hoy que digan que hace años no podía dibujar un simple conejo de forma burda.

Mi tragedia es que tardaron en darse cuenta que el hombre que conocieron había desaparecido para siempre. Hubiera preferido haber estado solo desde que abrí los ojos.

Mi hija lo dejó bien en claro una tarde en el espacio que tenía adaptado como mi estudio. Estuvo una hora charlando conmigo hasta que se percató por mi lenguaje corporal que yo no estaba a gusto. Me comentaba cosas que habíamos vivido, de la familia, de su madre y yo… Para mí era como si fuera la historia de un extraño.

Temperamental como me había dado cuenta que era, no me importó que soltara un “Estás muerto para mi”, y que me puso a pensar que en realidad no lo estaba solo para ella. En realidad, y sin que fuera un juego de palabras, morí.

¿Qué somos? ¿El cuerpo que habitamos? ¿La conciencia que tenemos? ¿Qué muere en realidad? Sigo estando en el mismo cuerpo físico que tengo desde que nací, pero soy otra persona. Mis recuerdos de antes de la enfermedad se han ido, y he generado nuevos. La vida anterior resulta desconocida como si hubiera reencarnado, solo que en el mismo cuerpo.

¿Acaso será ese el verdadero fin? ¿Perder la conciencia de quién eres aunque tu cuerpo no muera? Si la mente humana fuera como un programa de computadora, que puedes pasar de un modelo a otro, ¿Podríamos decir que morimos al quedar destruido nuestro cuerpo mortal?

No puedo dormir desde entonces. Y muchas cosas me atormentan, ya que la mujer que se dice mi esposa ha comenzado a darse cuenta que algo nuevo se despierta en mi con la enfermera que viene de vez en cuando a checar mis constantes y tomarme muestras, y que parece es mutuo.



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En el texto hay: tristeza

Editado: 16.03.2019

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