Recuerdos del corazón.

Fragmentos perdidos.

Recuerdo el sonido, ese sonido que llenaba el aire con una calma tan profunda. Era relajante, suave, como si cada nota estuviera hecha para apaciguar el alma. Recuerdo las risas, las risas que resonaban con alegría, especialmente la mía, ligera y sincera. Como si el mundo no tuviera preocupaciones en ese momento, como si todo estuviera en su lugar.

También recuerdo a alguien, aunque no puedo precisar quién era. Su presencia estaba marcada por una amabilidad tan pura que parecía irradiar desde su ser. Esa persona, sin rostro claro, parecía ser una figura protectora, alguien que me ofrecía seguridad sin palabras. Pero más allá de todo, lo que más me marcó fue el paisaje. El pasto moviéndose lentamente, acariciado por una brisa suave, mientras el sol comenzaba a despedirse en un atardecer teñido de colores cálidos. Todo a mi alrededor se sentía perfecto, en completa armonía, y no quería irme de allí. No quería que ese momento se desvaneciera. No quería olvidarlo.

Cordelia...

Ese nombre, esa voz... Tan lejana, como si viniera de otro mundo, pero tan suave y familiar que me hizo sentir como si la conociera desde siempre. Cordelia... La llamada resonaba en mis oídos, atravesando la bruma de mis pensamientos. Pero yo no quería responder. No quería salir de ese lugar tan sereno. Sin embargo, algo dentro de mí me hizo abrir los ojos lentamente. Al principio, la luz era intensa, casi dolorosa. Era un techo blanco, vacío, sin vida. Las luces brillaban de manera fría, haciéndome entrecerrar los ojos, como si no perteneciera a ese espacio.

Mi mente se llenó de confusión, la suave calma del recuerdo se desvaneció, y la realidad me rodeó con una sensación extraña. Pero aún podía sentir la calidez del atardecer, el movimiento lento del pasto, las risas y esa voz familiar que seguía resonando, incluso si ya no estaba tan cerca. Y lo único que quería era regresar a ese lugar, ese lugar donde todo parecía tan sencillo y bello, donde no existían las preocupaciones, donde podía quedarme por siempre.

El eco de los latidos de mi propio corazón rompía el silencio, acompasado por el pitido constante de las máquinas a mi alrededor. La luz pálida del hospital se filtraba por las cortinas, bañando todo con una calma fría.

Giré la cabeza con lentitud, como si cada músculo de mi cuerpo cargara con algo invisible... algo que no podía recordar.

Al otro lado de la camilla, había una chica sentada con las manos entrelazadas sobre las piernas. Sus ojos verdes me observaban con una mezcla de alivio y miedo. Era hermosa, con el cabello negro cayendo como una cascada sobre sus hombros.

Cuando vio que despertaba, la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa... amable, pero frágil.

—Cordelia... —susurró—. Me alegra que estés bien... ¿te sientes mejor?

El nombre golpeó mis oídos con suavidad, pero mi mente se quedó en blanco. Lo conocía... era mío, pero al mismo tiempo se sentía ajeno, como si lo hubiera escuchado desde lejos.

Me froté los ojos, tratando de aclarar mi vista.

—¿Quién eres tú...?

El brillo en sus ojos se apagó un segundo, pero lo disimuló rápido, como si ya estuviera acostumbrada a escuchar esa pregunta.

—Estamos en el hospital... te desmayaste otra vez —su voz sonaba como si tuviera que sostener las palabras con cuidado, para que no se rompieran—. Pero... está bien, Cordelia. Sé que lo vas a recordar.

Llevó una mano al bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña hoja doblada con cuidado. La dejó en mi mano con delicadeza, como si fuera lo más importante del mundo.

Mis dedos temblaban mientras la desplegaba. La caligrafía que adornaba el papel era conocida... demasiado conocida.

Miré las palabras escritas con mi propia letra... una prueba de que había algo dentro de mí que aún luchaba por recordar.

"Mi mejor amiga"

Eres la luz que brilla cuando la noche me devora,
la voz que susurra mi nombre cuando el mundo se borra.
Tu risa es la brújula que me guía,
aunque yo olvide el camino, tú siempre encuentras la salida.

Tus manos sostienen lo que mi memoria pierde,
y en cada palabra tuya, mi corazón se enciende.
Eres el hilo que cose las grietas en mi alma,
la promesa silenciosa de que nunca estaré sola.

Te he olvidado mil veces...
pero siempre vuelves,
como el amanecer después de la tormenta,
como una canción que mi corazón canta aunque no recuerde la letra.

Si alguna vez mis ojos no te reconocen,
por favor, no te vayas.
Quédate aquí...
y recuérdame quién soy,
porque aunque mi mente te olvide,
mi corazón siempre sabrá que eres
la mejor persona que he conocido.

La respiración se me cortó. Sentí algo dentro de mí agitándose, como una brisa que empujaba puertas cerradas. No entendía por qué, pero mi corazón lo reconocía antes que mi mente.

—¿Esto... lo escribí yo...? —susurré con la voz quebrada.

La chica asintió con una sonrisa triste.

—Siempre lo haces... antes de olvidar.

El vacío en mi cabeza dolía, como si hubiera algo atrapado justo al borde de la memoria, negándose a salir.
Al leer la última línea del poema, una corriente cálida recorrió mi pecho, como si esas palabras despertaran algo dormido dentro de mí.
No sabía por qué, pero mi corazón latía con fuerza, como si reconociera algo que mi mente aún no podía alcanzar.

Cerré los ojos un instante y, de repente, imágenes borrosas cruzaron mi mente como destellos fugaces.

Risas bajo la lluvia...
Una mano entrelazada con la mía...
Sus ojos verdes brillando bajo la luz de la luna...

Cuando abrí los ojos, la realidad me golpeó como una ola fría. Los recuerdos se desvanecieron tan rápido como habían llegado, dejándome con la misma sensación de vacío en el pecho.

Miré a la chica frente a mí... Zafiro.
No sabía por qué, pero su nombre encajaba perfectamente con ella, como si lo hubiera repetido en mi cabeza mil veces sin darme cuenta.




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