El cielo de París amanecía con una leve neblina, bañando las calles con tonos grises y melancólicos. El frío se aferraba a la piel, pero en el corazón de Cordelia había una tibieza extraña... algo que no entendía, algo que se escondía entre sus pensamientos desordenados.
Zafiro caminaba a su lado con su impecable postura, con las manos cruzadas tras la espalda, como si llevara consigo una calma infinita que nadie más podía alcanzar. Sus zapatos resonaban suavemente contra las piedras húmedas, marcando el ritmo perfecto de sus pasos... mientras Cordelia, con la mochila al hombro, trataba de no mirarla demasiado.
Pero era imposible no hacerlo.
—Hoy estás muy callada... —dijo Zafiro de repente, rompiendo el silencio con su voz suave pero firme.
Cordelia sintió cómo su cuerpo se tensaba al instante. La mirada de Zafiro cayó sobre ella, directa, profunda... de esas miradas que parecían atravesarlo todo.
La odiaba por eso.
Por cómo podía leerla sin siquiera preguntar.
—Y-yo... solo estaba pensando...
Su voz salió temblorosa, maldiciéndose por dentro.
Zafiro la observó por unos segundos más, como si buscara algo oculto en su alma... y luego volvió a mirar al frente con esa serenidad elegante que tanto la caracterizaba.
—Pensar demasiado suele hacerte olvidar cosas... —susurró—. Mejor deja que yo lo haga por ti.
Cordelia frunció el ceño, sonrojándose sin entender del todo por qué su corazón latía así.
—No tienes por qué preocuparte tanto por mí... estaré bien...
Zafiro no respondió de inmediato, pero la esquina de sus labios se curvó apenas, con esa sonrisa tan diminuta que parecía un secreto entre las dos.
—Me gustaría creer eso, cariño... —susurró—. Pero prefiero asegurarme.
Cordelia sintió cómo su pecho se apretaba con ese maldito apodo... cariño.
¿Por qué siempre tenía que llamarla así? ¿Por qué tenía que decirlo con esa voz tan tranquila y tan bonita?
Pero antes de que pudiera protestar, sus pensamientos se dispersaron como polvo al viento cuando cruzó la calle sin mirar.
Un claxon sonó a lo lejos.
—¡Cordelia!
Todo pasó demasiado rápido.
Zafiro la sujetó con fuerza, tirando de su muñeca hasta que su cuerpo chocó contra el suyo. Sus brazos la envolvieron con firmeza, protegiéndola del peligro... y por un segundo, el mundo entero se desvaneció.
El corazón de Cordelia latía desbocado, pero no por el susto... sino por el calor que la envolvía, por el perfume suave que desprendía Zafiro, por la manera en que sus manos fuertes se aferraban a su espalda con una delicadeza que le hacía sentir...
Segura.
—¿Estás loca? —susurró Zafiro, con la voz entrecortada—. ¿Se te olvidó hasta cómo cruzar la calle ahora? Podrías haberte lastimado...
Cordelia tragó saliva con dificultad, sintiendo su respiración atrapada entre los brazos de su mejor amiga.
—L-lo siento...
Zafiro no respondió al instante. Solo suspiró, como si el miedo aún la apretara por dentro... y luego, sin soltarla, apoyó su barbilla sobre su cabello con una ternura que Cordelia jamás había sentido antes.
—Yo lo siento... —susurró, apenas audible—. No quería gritarte... solo... por favor, cuídate más.
Cordelia sintió cómo su pecho se estremecía con esas palabras.
Era la primera vez que alguien la abrazaba así...
La primera vez que alguien la cuidaba con tanta devoción.
Zafiro no era solo su mejor amiga.
Era su refugio.
Y aunque su memoria olvidara muchas cosas...
Su corazón jamás olvidaba la sensación de aquellos brazos rodeándola.
—D-De verdad... estoy bien...
Zafiro se separó lentamente, con sus manos aún en sus hombros, y sus ojos verdes la escanearon con una intensidad imposible de ignorar.
—Eso lo decidiré yo... —murmuró con suavidad.
Cordelia apartó la mirada, con el rostro ardiendo y el corazón latiendo como si quisiera escaparse de su pecho.
¿Qué demonios le pasaba?
¿Por qué Zafiro podía hacerla sentir tantas cosas con solo mirarla... con solo tocarla...?
El cielo seguía teñido de un gris suave, y el viento fresco danzaba entre los árboles desnudos, acariciando los cabellos de Cordelia y haciendo que algunos mechones dorados se pegaran a su rostro.
La escuela ya se divisaba a lo lejos, con su fachada desgastada y los cristales empañados por el frío. Sin embargo, Cordelia apenas prestaba atención a nada más que a la figura que caminaba a su lado.
Zafiro iba un paso delante, con las manos en los bolsillos de su abrigo, la mirada fija al frente y esa elegancia que parecía innata... como si el mundo entero se moviera más lento para no interrumpirla. Pero cada cierto tiempo, sus ojos verdes se desviaban sutilmente hacia Cordelia... solo por un instante... como si asegurarse de que seguía ahí fuera más importante que cualquier otra cosa.
Cordelia trataba de no notar esas miradas, pero su corazón no le hacía el favor.
Maldita...
Ella siempre sabía cómo desarmarla sin siquiera intentarlo.
Cuando sus ojos se cruzaron, Zafiro sonrió apenas... una sonrisa pequeña, casi burlona, pero llena de esa calma que la volvía tan insoportablemente hermosa.
—¿Tengo algo en la cara o por qué me miras tanto?
Cordelia sintió cómo el calor le subía al rostro al instante, maldiciéndose internamente. Desvió la mirada de inmediato, fingiendo observar las grietas en el pavimento.
—N-no te estaba mirando...
—Claro... —susurró Zafiro con una suavidad que casi parecía una caricia—. Lo que tú digas, cariño...
Maldita...
¿Por qué tenía que llamarla así?
¿Por qué esa sola palabra hacía que su corazón latiera como si quisiera escaparse de su pecho?
Cordelia apretó los labios, intentando ignorar ese maldito apodo... pero entonces, como si su propia alma la traicionara, los versos que había escrito la noche anterior se colaron en su mente:
"Tus brazos son la memoria que mi mente olvida,
la calidez que el tiempo no puede borrar...
Si alguna vez te dejo atrás...
prométeme que volverás a abrazarme,
aunque yo no pueda recordarlo."