Recuerdos del corazón.

El precio de amarte.

"Si el destino quería castigarme, eligió arrancarme el alma dejando su cuerpo aquí… roto, aún tibio, pero ya tan lejos de mí."

No sé cuánto tiempo estuve llorando. ¿Horas? ¿Días? El tiempo parecía haberse detenido, como si el reloj hubiese tenido la decencia de no seguir avanzando sin ella. Mis mejillas estaban empapadas, los ojos me ardían, pero no podía parar. Sentía que si dejaba de llorar aunque fuera por un segundo, todo lo que había en mí se partiría en mil pedazos. Madame estaba a mi lado, sentada junto a mí en una de esas sillas frías y desalmadas del hospital, acariciándome la espalda con la misma delicadeza con la que uno toca una flor marchita, como si cualquier movimiento brusco pudiera hacerme desaparecer.

Leonardo estaba cerca, pero no decía una palabra. Ni siquiera se movía. Su rostro estaba lívido, como si hubiese dejado de existir por dentro, como si lo que habíamos presenciado juntos hubiese drenado hasta la última chispa de su alma. Estaba seguro de que no podía apartar de su mente el sonido del golpe, el chillido agudo del auto frenando demasiado tarde, mi grito rasgando el aire. ¿Cómo olvidar algo así? No hay entrenamiento emocional que te prepare para ver caer a alguien que amas.

Cuatro horas. Cuatro malditas horas. Sentada en este pasillo, observando doctores ir y venir, caminando como sombras indiferentes. Nadie decía nada. Nadie me miraba. Nadie me decía si mi novia estaba viva o muerta. El silencio se volvió un enemigo. El tic-tac del reloj, una tortura. El blanco de las paredes, una prisión. Todo me dolía. Cada centímetro de mi cuerpo. Cada latido.

Ella odia los hospitales. Lo sé. Lo decía cada vez que veía uno en la calle, desviando la mirada, murmurando cosas como “huelen a muerte” o “me deprimen”. Siempre quiso proteger a los demás, no que la protegieran a ella. Siempre tan fuerte, tan dulce. ¿Y ahora? Ahora está sola en una sala fría, quizá inconsciente, quizá… ya no respirando. Y yo estoy aquí, inútil, desecha, rezando a dioses en los que nunca creí, rogando a quien sea que escuche que no se la lleve. Que no me la quite.

Ella no puede morir. No todavía. ¡No puede!

Todavía tengo tantos planes con ella. Queríamos casarnos cuando fuéramos adultas, en una ceremonia pequeña, con flores blancas y un gato negro rondando entre los invitados. Ella siempre decía que quería un gato negro con ojos verdes, “como tú”, me decía con una sonrisa traviesa, y yo me sonrojaba como una idiota. Quería despertarme cada mañana junto a ella, compartir un departamento diminuto, comer cosas que las dos hubiéramos cocinado mal, escribir poemas juntas, vivir... vivir una vida que fuera solo nuestra.

Y ahora… cada recuerdo que tengo de ella me golpea como un puñal oxidado, uno que no solo duele, sino que me envenena lentamente. Recordar su risa me rompe. Pensar en cómo acariciaba mis dedos con los suyos me hace temblar. El sonido de su voz —su voz— ya me parece un eco lejano. Y ese pensamiento… ese pensamiento me hace llorar aún más fuerte.

—Debes calmarte, cariño... —susurró Madame con una voz quebrada, que no sonaba a calma, sino a desesperación contenida. Me rodeó con sus brazos y yo me dejé caer en su abrazo como una niña que ha perdido todo.

—Quiero morir… —murmuré, no grité, no lloré. Lo dije como quien dice la verdad más pura y simple del universo.

Madame se tensó. Luego me abrazó más fuerte, como si mi alma pudiera escaparse de mi cuerpo en ese mismo instante si no me sostenía. Y quizá podía. Quizá parte de mí ya lo había hecho.

No sabía que podía llorar tanto. De verdad no lo sabía. No sabía que se podía doler tanto. Que el cuerpo pudiera temblar de angustia como si fuera a romperse por dentro, que el corazón pudiera doler así, como si algo lo estuviera triturando poco a poco con unas manos crueles y pacientes.

Hubiera preferido no saberlo.
Hubiera preferido no sentir nada.
Pero más que todo…
Hubiera preferido estar yo en su lugar.

Pasaron unos minutos más. No sé cuántos exactamente. El tiempo en el hospital no es lineal, es una tortura con forma de espera. Solo sé que de pronto escuché pasos lentos, arrastrados, acompañados por el sonido de un bastón golpeando el suelo. Levanté la mirada con el rostro empapado de lágrimas, y ahí estaban.

Los abuelos de Cordelia.

Ambos parecían haber envejecido décadas desde la última vez que los vi. Caminaron como si sus cuerpos estuvieran hechos de cristal, cada paso era un esfuerzo evidente, una lucha contra la gravedad y el tiempo. La señora Madeleine jamás salía de casa, jamás, a menos que algo fuera demasiado grave… y esta vez, lo era. Su rostro estaba devastado, pero aún así, cuando sus ojos me encontraron, no fue dolor lo que vi. Fue furia. Una furia vieja, quemante, contenida por años.

—¡Tú! ¡Esto es tu culpa! —gritó de inmediato, extendiendo un dedo tembloroso y acusador hacia mí.

Me quedé paralizada. Sentí como si ese dedo me atravesara el pecho, como si todo el dolor que ya sentía se multiplicara en un segundo. Madame se levantó de su asiento con rapidez y se interpuso entre nosotras, su brazo extendido en un gesto de protección.

—Madeleine, ella no tiene la culpa —dijo firme, pero su voz temblaba. Hasta ella sabía que no tenía argumentos suficientes contra el dolor de una abuela que creía que acababan de matarle a su nieta.

—¡La dejaste salir! —gritó Madeleine, dando un paso más hacia mí— ¡La dejaste salir sin mi permiso! ¡Sin siquiera preguntarme! ¡Y ahora... ahora mi niña está...!

Su voz se quebró. Dejó de gritar y empezó a sollozar, aún señalándome, pero sus dedos temblaban más. Me sentí como una criminal. Como si sus palabras fueran cuchillas que se hundían una a una en mi pecho. Porque, en el fondo, una parte de mí... creía lo mismo.

—Madeleine, por favor... —intentó decir Madame de nuevo.

—¡No! —la interrumpió, volviéndose hacia ella con ojos rojos y enojados— ¡Si mi nieta vive… si sobrevive, tú —me miró de nuevo, con asco— no volverás a verla nunca más! ¡Te lo juro!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.