Nathalie
Con los nervios a flor de piel, espero del brazo de mi padre que empiece la marcha nupcial para avanzar por el pasillo en el que la pequeña hermana de mi casi esposo irá soltando pétalos de rosa.
Esta es la boda de mis sueños, ¿saben lo difícil que es encontrar fecha para casarse en la Trinity Church de Boston? Sin embargo, lo logramos. Tuve la mejor organizadora; el banquete será espectacular, la fiesta será hermosa, pero… ¿es normal estar tan nerviosa? Si todo es como lo soñé y pensé… ¿por qué siento que algo falta, que algo está fuera de lugar?
—¿Lista? Llegó el momento, amor —dice mi padre con cariño—. ¿Estás bien?
—Estoy muy nerviosa, papi… no sé.
—¿Dudas?
—No, no, claro que no. Todo está listo, es solo que… olvídalo, estoy bien. Los nervios clásicos de una boda, ¿no?
—Cuando me casé con tu madre estaba nervioso, pero feliz y sin un gramo de duda en mí.
—También estoy feliz, papi, de verdad.
—Está bien, entonces, ¿avanzamos?
—Sí… —Debo admitirlo, no fue el "sí" más seguro que he dado, pero sé que todo se calmará cuando vea a Oliver de pie esperándome.
Caminé por el largo pasillo, con mi hermoso vestido de Vera Wang, la perfecta combinación entre sensualidad y pureza. Sí, será anticuado, pero quise esperar hasta este día.
Cuando al fin llegué al altar, mi corazón dio un vuelco. Mi novio estaba muy nervioso, más que yo, ansioso y sudando. Trató de disimular con una sonrisa, pero lo conozco. Mi papá también lo notó cuando le dio la mano y me miró.
—¿Todo bien? —le pregunto bajito, su respuesta me calma.
—Todo bien, amor. Estás hermosa.
Luego de ese momento, su voz tranquila me calmó. Como siempre, él tiene ese efecto en mí. El sacerdote dio un emotivo discurso sobre la unión, el amor, la familia y la importancia de trabajar en equipo en esta nueva etapa de nuestra relación. Todos aplaudieron, fue maravilloso.
Y luego, el momento decisivo. Sentía mi corazón galopar con fuerza, creo que incluso el sacerdote y los padrinos podían escucharlo. Nunca había estado así de nerviosa. Pensé que me daría un ataque o empezaría a hiperventilar. No sé qué me pasaba.
—Tú, Oliver Miller, ¿aceptas por esposa a Nathalie Brown, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?
Silencio. Silencio y más silencio. Su mirada en todos lados, menos en mí.
—No, no puedo.
No fue un grito, ni un susurro. Fue una declaración firme, definitiva.
Al fin me miró, pero yo estaba en shock. Mi cuerpo se tensó. Mi mente se quedó en blanco. No reaccioné, me quedé congelada, esperando que alguien me pellizcara y me dijera que es un sueño… o mejor dicho, una pesadilla.
—Lo siento, de verdad lo siento.
Sus disculpas me despertaron. No era una pesadilla, ¿o sí?
Mi padre fue inmediatamente conmigo, sus padres corrieron detrás de él que salió corriendo por el pasillo de la iglesia. Se formó un caos: los murmullos, la sorpresa, la indignación.
En ese momento, no sentía nada. Solo me paré firme, me aparté de mi padre, y con voz de líder, despedí a todos. Digna. Ya bastante humillada estaba por este maldito como para hacer una escena que grabarían y publicarían en redes sociales.
—Ya lo escucharon, el novio huyó como cobarde, así que todos pueden irse a casa. Obviamente, no hay boda.
Mi padre, mi hermano y mis amigas me escoltaron, me subieron al coche y allí, solo con mi grupo más cercano, con quienes me sentía querida y apoyada, mi muro se derrumbó.
Matías
Luego de un turno de 30 horas en emergencias, lo único que quiero es acostarme y dormir otras 30 horas. Estoy exhausto. Algo que mi hermosa novia no comprende. Ella es modelo, hermosa, vanidosa, exigente e insaciable.
¿Qué es lo que más me gusta de ella? No lo sé. Me lo he estado preguntando mucho últimamente, aunque el sexo es grandioso. Pero ¿es suficiente para casarme? No lo creo, sin embargo, necesito hacerlo.
Tengo la presión de casarme. A mis 28 años, en mi tercer año de residencia, se espera mucho de mí. Mi familia espera mucho de mí. Así que le propuse matrimonio.
Ella es aspirante a modelo y actriz. Alta, rubia, elegante, la perfecta novia trofeo. O esposa.
—Al fin en casa —pienso mientras saco las llaves del departamento.
Vivo solo, pero Sabrina tiene llave y está mucho aquí. Tal vez demasiado. ¿Cómo pienso casarme con ella, si dos horas juntos son suficiente para ponerme de mal humor? No sé qué hacer con mi vida.
Si tan solo tuviera más tiempo, en un futuro me veo casado, con hijos, pero no en este punto de mi vida, no antes de que termine el año.
Al entrar, me quito los zapatos. Odio que las personas entren con los zapatos de la calle al interior de la casa, toda la suciedad entra. Así que tengo esa regla. Pero al quitármelos, veo un par de zapatos de hombre que definitivamente no son míos.
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Editado: 29.03.2025