Recuperándolos

7. LÁGRIMAS Y SOLEDAD

—Lo lamento, abue —sollocé—, lamento no haber estado a tu lado... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no tenerte a mi lado... te necesito tanto, abuelita... te necesito aquí, conmigo... quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa...

Lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie.

» Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal, ya no puedo más, abue, ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé porqué volví aquí —confesé y lloré desahogando mis penas con alguien que siempre me escuchó y que, esperaba, ahora me escuchaba desde el cielo.

» El abuelo me odia y a mí me duele... mi hija ni siquiera me conoce y me duele... Fabián me duele como no tienes idea... Abue, quiero que me abraces, quiero que me beses y que me digas que todo va a estar bien, que no estoy sola... Estoy tan sola... Abuelita, no quiero estar sola...

Yo me había equivocado, claro que lo sabía. Pero en serio estaba arrepentida. Además, yo creía que ya había pagado mucho por mis culpas. Tampoco era como si todo hubiera sucedido porque así lo pedí.

Mi abuelo siempre dijo que, desde chica, yo pintaba para ser lo que en el futuro sería. Aunque no creo que en ese tiempo él esperara que yo terminara siendo madre soltera y una fracasada.

» Me gustaría que él estuviera orgulloso de mí —dije con demasiadas lágrimas empapándome el rostro, y recordé las palabras que, antes de que yo la regara tanto, mi abuela me había dedicado muchas veces

«Hagas lo que hagas yo siempre estaré orgullosa de ti —escuché en el fondo de mí y lloré un poco más—. Lici, las cosas que valen la pena nunca son fáciles de obtener. Hay que pelear por lo que amamos, siempre hay que darlo todo de nosotros por eso que en realidad deseamos obtener. Nunca hay que rendirnos»

» Yo ya me rendí, no puedo seguir cargando esperanzas, ya no quiero perder más.

«Cuando las cosas se pongan difíciles, cuando sientas que el peso sobre tus hombros no te deja avanzar, siéntate a descansar y respira profundo, deja la carga en el piso, renueva tus fuerzas, recuerda la razón de que sigas avanzando y, cuando estés lista, vuelve a caminar. Recuerda que con los pies descansados podrás llegar mucho más lejos»

» Pero ya no hay camino, abuela, siento que estoy en un hoyo del que no voy a salir.

«Siempre hay salida. En la vida, Lici, todo tiene solución, y las cosas llegan cuando tienen que llegar. No te olvides que todo es temporal, en esta vida nada es para siempre, ni las personas, ni las cosas malas»

» Te necesito tanto, abuela.

«Yo siempre estaré para ti, apoyándote, cuidándote, amándote. Aunque no puedas verme, siempre estaré a tu lado»

Lloré tanto que acabé con las lágrimas, de pronto no salió ni una más. Me quedé sentada en el piso con las rodillas dobladas y dejé que el peso de mi cabeza cayera frente a mí encorvando un poco mi espalda, descansando así unos hombros que ya no se sentían tan pesados.

Cerré los ojos y dejé que mi respiración se normalizara con esa apabullante nada que me envolvía. 

Una suave ráfaga de viento me envolvió, llenando mis pulmones del aroma de las flores que mi abuela adoraba, permitiéndome respirar tan profundo que, por primera vez en mucho tiempo, me sentí llena de paz.

» Vendré cada que pueda —prometí limpiando las últimas lágrimas que derramaría ese día, yo no le dejaría ver mis lágrimas a uno que solo me regalaba sonrisas.

Estaba bastante oscuro cuando me levanté del frío suelo en que mi abuela descansaba en paz. 

Decidida a salir de este hoyo, descansada después de estar tirada en el piso, dejé atrás ese lugar que dolía de tanta soledad y llegué a casa de mi abuelo, toqué a la puerta para encontrarme con alguien muy sorprendido.

—¿Dónde estabas, Alicia? —preguntó casi regañándome, luego me escaneó con la mirada y, cambiando su expresión a una de preocupación, hizo una nueva pregunta—: ¿Qué te pasó?

Suspiré.

—Estaba en el cementerio —informé—, me ha pasado tanto que ya no podía cargar más. 

Mi abuelo me miró dolido.

» ¿Diego? —pregunté.

—Está dormido en mi cama —informó el hombre.

—Subiré por él, ¿no te importa?

—Claro que me importa, ¿sabes qué hora es?

—Lo lamento, pero no quiero molestar más.

—Alicia, sé prudente —pidió mi abuelo.

—Eso intento —dije no pudiendo contener más lágrimas—. No te condenaré a una noche cuidando a mi hijo, pues, además, no me iré sin él. Diego es lo único que tengo y lo necesito ahora más que nunca.

Subí por mi hijo, lo besé, lo levanté en brazos y bajé dispuesta a ir a casa.

—Alicia... —habló mi abuelo al encontrarme en la entrada. 

Pero yo no discutiría con él, estaba cansada, así que interrumpí lo que fuera que quisiera decir.

—Disculpa las molestias y gracias por todo —dije y salí de allí.

En ese momento más que nunca necesitaba sentir que no estaba sola, así que no dejaría a Diego. Pues, aunque lo que más necesitaba era quedarme en esa casa, sabía bien que no me lo permitiría. 

 

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