Recuperándolos

8. CURANDO MI CORAZÓN

Era sábado por la mañana y yo estaba más que cansada. El día anterior había sido bastante agotador y no había pasado una buena noche.

En tan solo veinticuatro horas me había dado cuenta que me dolían demasiadas cosas de ese lugar y, aunque lo busqué mucho, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado.

—Buenos días, mami —dijo Diego tirándose sobre mí—. ¿Cuándo llegaste?

—Cuando ya dormías —dije—. Te cargué, ya no eres tan pequeño, ¿sabes?

—Lo sé —admitió sonriente—, pero tú eres súper fuerte.

—Claro —dije. ¿Fuerte? Ni siquiera me veía haciéndole frente a mi vida y mi hijo pensaba que yo era "súper fuerte"—. Diego, ¿te gusta este lugar? —pregunté y mi hijo me miró contrariado.

—Me gusta —dijo por fin después de un rato.

—¿No extrañas Santa Clara, tu escuela, a Chío, nuestra casa? —cuestioné esperanzada en encontrar una razón para salir huyendo.

—Si las extraño —informó mi hijo—, pero aquí tengo más amigos. Liliana es mi mejor amiga. Me gusta aquí, mami. ¿Por qué preguntas?

—Curiosidad —mentí sonriendo.

—Yo tengo curiosidad sobre qué desayunaremos —dijo dando saltitos en mi cama, con esa sonrisa hermosa que me sacudía todas las tristezas y pesares.

—Te prepararé un delicioso cereal con leche. ¿Qué te parece? —pregunté.

—Mmmmencanta la idea —dijo y sonreí.

—Anda, vamos, que tengo mucha hambre —dije y tomé su mano para llevarlo hasta la cocina donde desayunamos un delicioso cereal con leche y fruta, tal como lo prometí.

 

* *

 

Aún sin respuesta seguí en esa vida que a mi hijo le gustaba. Yo dije que haría lo que fuera por él, incluso acostumbrarme a fingir que nada malo pasaba. Además, las cosas posiblemente se arreglarían. O eso quería.

Un par de semanas después de la última vez que vi a mi abuelo, llegó a mi consultorio una visita inesperada, y digo visita porque la persona que se presentaba hacía años había dejado de ser un niño. Así que paciente no era, al menos mío no.

—¡Abuelo! ¿Qué haces aquí? —pregunté un poco preocupada al ver a ese hombre atravesar los pasillos del hospital—. ¿Te sientes mal?

—No físicamente —dijo—. Alicia, hablemos —pidió y, aceptando, lo conduje a mi consultorio.

» ¿Adoptaste a Diego? —preguntó mi abuelo apenas pegamos los traseros a las sillas. 

Lo miré fijo.

—Es un poco menos complejo —expliqué reponiéndome de la sorpresa—. Legalmente es mi hijo, por registro, no por adopción.

—Parece que aprendiste a usar el dinero —dijo él en ese tono que me dolía.

—Por supuesto que no —reclamé intentando defender mi imagen ante él—, yo no compré a Diego. Las cosas se dieron así y lo agradezco enormemente, ese niño es mi hijo y mi vida entera.

—Entiendo —dijo el abuelo moderando su voz—. Alicia, voy a devolverte a Liliana —dijo él y yo me quedé muda.

No podía creer que en serio él estuviera diciendo eso.

—¿Hablas en serio? —pregunté y él asintió.

—Sí —dijo—, aunque, más bien, voy a entregártela. Por registro eres la madre de Liliana —anunció haciéndome completamente feliz.

—¿Por qué? —pregunté más que contrariada, pues aún no lograba entenderlo del todo.

—Voy a morir —dijo rompiéndome el corazón.

—¿Estás enfermo? —pregunté alarmada, dejando la silla en que estaba. 

Mi abuelo hizo un ademán con sus manos, invitándome a volver a sentarme y a tranquilizarme.

—No —dijo con la voz serena—, estoy tan sano como siempre he sido.

—Entonces, ¿por qué dices que vas a morir? —cuestioné un poco molesta.

—Porque estoy viejo —dijo—, ya no me queda tanto.

El abuelo levantó las cejas abriendo enorme los ojos mientras apretaba los labios, lo miré divertida.

—¿Pero, qué dice, señor Jaime Gruñón? —pregunté—. Si a usted le quedan muchos años de vida.

—Grullol, mocosa —dijo fingiéndose enfadado—, y no son tantos como nos gustaría —advirtió una verdad irrefutable que nos gustaría no ver—. No quiero dejar a Liliana sola. Además, ella necesita una madre, ella te necesita.

—Yo también la necesito mucho —aseguré—, tanto como a ti... Abuelo, ¿puedo tener el paquete completo?

—Por supuesto que sí —dijo sonriendo al fin—, no te dejaría sola a esa niña, y yo también te necesito, aunque seas toda una cabezona.

—Te amo, abuelo —dije caminando hasta él. 

Mi abuelo me dejó abrazarlo, curando un corazón adolorido por la soledad de tantos años.

—¿Le dirás al joven Mirro? —preguntó cuando nos separamos. 

Suspiré.

—El joven Mirro —farfullé—, ya ni siquiera trabajas para él, deberías dejar de llamarlo así. Y no, no le diré nada.

—Fuimos tan injustos con él como contigo —señaló mi abuelo—, yo creo que merece...

—Iliana es hija de Fabián y de Vicky —informé y mi abuelo me miró sorprendido—. Me vieron la cara de idiota, ambos.

—Lo lamento Alicia —dijo mi abuelo. Yo también lo lamentaba—. ¿Dónde está ella? —preguntó— ¿por qué Iliana está en el orfanato?

—Vicky murió en el parto en el hospital del orfanato —expliqué—, está enterrada en el mismo cementerio que mi abue.

—Pobre criatura —se lamentó el hombre que había conocido bastante bien a esa que ya no estaba.

—Ambas son pobres —dije—. Aquí todos somos víctimas de ese idiota. Si tan solo Fabián no se hubiera cruzado en nuestras vidas, tal vez hoy muchos seriamos felices.

—Vamos, Alicia —habló mi abuelo—, no te hagas la llorona, sabes que de esto cargas mucha culpa.

—Lo sé, abuelo —admití—. Pero aun así no le diré nada.

Mi abuelo rodó los ojos.

—Deberías pensarlo mejor —sugirió algo que yo no haría—, así como Lili necesita una madre, también necesita un padre, igual que Diego.

—No, abuelo. Estoy muy dolida —dije y sugirió de nuevo que lo pensara con calma.

—Por ellos —pidió—. ¿Quieres que hablemos hoy con los niños?




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