Recuperándolos

9. LA FUERZA DE LA GENÉTICA

—Mami, ¿puedo ir a casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí. 

Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese que era dueño completo de mi corazón, le había robado el suyo también.

—Con una condición —dije.

—¡Claro! —gritó Diego y me reí. 

Él ni siquiera había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí. Era impulsivo, y un poco bobito, a veces.

—Ay amor —dije—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré.

—Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo adoptando una postura algo ridícula, pero que me encantaba. 

Ese niño me encantaba.

—No era lo que pediría —dije—, pero no me negaré a recibirlo. Es más, ahora son dos condiciones. Quiero ese beso ya.

—Te amo mamita —dijo regalándome ese beso. 

Yo lo besé y lo abracé feliz.

Mi abuelo aclaró la garganta y vi a una pequeña emocionada por lo que veía. Y, deseando no recibir una negativa, hice una pregunta extendiendo mi mano a ese pedacito de mi ser que pronto recuperaría.

—¿Quieres unirte? —cuestioné, Liliana miró a mi abuelo y, al recibir la aprobación de él, me entregó su mano. 

La jalé hacia nosotros y la abracé mordiendo mis labios para no llorar. Esto era mucha más felicidad de la que nunca había sentido. 

«Espero no explotar».

» La condición es que primero vayamos a comer y que te comas la sopa de zanahoria y brócoli que preparé —dije para Diego después de aclarar la garganta. 

Mi hijo puso cara de asco y yo me reí. En serio que ese niño era igual que yo, también odiaba la comida sana. Pero era mi hijo amado, por más que lo consintiera, no le haría daño.

—Negociemos —brincó mi hijo y muerta de risa negué.

—Nada, ya aceptaste, esta hermosa señorita es testigo, ¿verdad linda? 

Liliana asintió con una enorme sonrisa que me llenaba el corazón de una calidez que hace siete años perdí al dejarla atrás.

» Al auto, ahora —indiqué y Diego llevó a Liliana con él mientras le explicaba porque la zanahoria era asquerosa y el brócoli era terrorífico.

«Mi bello hijo y las locas historias de su imaginación».

Fuimos a mi casa donde comimos juntos. Diego se terminó todo, siempre lo hacía. Aunque se quejaba de todo lo que odiaba, no era nada rebelde, él siempre hacía lo que mamita pedía. Creo que por eso lo amaba demasiado.

Comimos y Diego llevó a Liliana a su habitación para enseñarle todas sus cosas, mientras yo hablaba con mi abuelo de un sinfín de cosas que me encantaba escuchar. Cuando se hizo casi la hora de mi cita llamé a los niños y bajaron con nosotros, Diego ya no tenía su uniforme.

—Mami —canturreó el pequeño demonio—. ¿Le puedo regalar ese cuento a Liliana? —preguntó apuntando una antología de cuentos que había comprado cuando él entró al jardín de niños. 

Ese libro era realmente su favorito y ahora se lo regalaba a su hermanita.

—No tengo ningún problema —expliqué abrazándolo fuerte, besando su cabeza. 

Liliana sonrió.

—¿Ves? —dijo Diego—. Te dije que era la mejor. ¿Quieres comprobar lo otro que te dije? —pregunté y los miré extrañada, no sabía lo que se traían entre manos, pero era sospechoso.

Liliana me veía indecisa y abrazando fuerte su libro negó tímidamente. Diego se apartó de mis brazos y empujándola la alentó.

» Anda, hazlo —dijo empujándola.

Liliana llegó hasta mí e hizo una pregunta en voz casi baja.

—¿Puedes comprarme un pastel de fresas? —preguntó y la miré.

—¿Por qué quieres un pastel de fresas? —pregunté un poco confundida.

—Mañana cumple años Iliana —explicó mi hija—, ella es mi mejor amiga y le encantan las fresas. 

Casi lloré. La fuerza de la genética era increíble. 

Pensé que el amor y el destino tenían a toda mi familia unida.

«Espero sea suficiente» Deseé con todas mis fuerzas.

—Por supuesto que sí —dije con un nudo en la garganta

—Págale —dijo Diego algo emocionado. 

Liliana puso sus labios en mi mejilla y yo sonreí completamente feliz.

—Por otro de esos te compro uno más de chocolate y helado de banana —dije incitando a Diego a gritar.

—¡Helado de banana! 

Ese helado era nuestro favorito.

Fuimos a la repostería por ese pastel para Iliana, el helado para mis hijos y a otra tienda por algunos regalos para la cumpleañera.

—Veo que dinero no es algo que te falte —dijo mi abuelo.

—Gracias a Dios no —dije bastante complacida—, y ahora es por mi trabajo. 

Sonreí mientras pagaba dos hermosos cuentos que envolvieron en papel de regalo.

Después de dejar a mi familia en la que, ahora, era de nuevo mi casa, fui a atender ese asunto pendiente que deseaba con toda el alma se resolviera favorablemente.




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