Recuperándolos

10. CONFESIONES Y RECLAMOS

De camino al lugar de mi cita, hablaba con Chío por teléfono

—(Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer) ... Lo entiendo, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella... (Lo sé, Lici, y lo lamento en serio)... No, amiga, nada que lamentar, al contrario, muchísimas gracias por todo... (Todo porque seas feliz)... Eres la mejor... (Lo sé) —dijo presuntuosa haciéndonos a ambas reír.

Me despedí de ella y, después de respirar realmente profundo, entré a ese lugar que me ponía completamente nerviosa. 

Hablé con la persona encargada y después de concertar una nueva cita me fui del lugar para volver algunos días más adelante.

Al día siguiente, al llegar a casa, mientras yo quitaba los restos de pastel de su cara y cabello, Diego me platicó con lujo de detalle la reacción de Iliana por su fiesta sorpresa.

—Dios, Diego, tú comes hasta por las orejas —dije burlona. 

Diego me sonrió enorme.

—Era guerra y yo gané —explicó y suspiré.

No quería ni imaginarme como habían quedado los que perdieron.

Un par de días después me dirigí de nuevo a ese asunto pendiente.

Era sábado a mediodía cuando llegué al orfanato. Saludé a la madre superiora y, después de haber hablado un montón y de convencerla que lo que hacía no era con la intensión de hacer daño, se mostró menos renuente a apoyarme. Solo esperábamos que las cosas fueran para bien.

—¿Cómo cree que lo tome? —cuestioné nerviosa.

—No lo sé —dijo—, pero, ¿está segura? Ella podría odiarla sin que usted tenga culpa alguna.

—Ella es la hermana de mi hija —dije—, su mamá era mi mejor amiga...

—Eso no tiene que hacerla sentir responsable —me interrumpió. 

La entendía. Ella solo quería lo mejor para Iliana, pero yo creía que lo que yo podía darle era mejor.

—No me siento responsable —dije—, quiero hacerme responsable.

—Pues bien, entonces —dijo con un tono de resignación—, esperemos que ella no reaccione mal.

—Esperemos —dije y mi corazón se detuvo al escuchar que tocaban la puerta.

—Adelante —permitió la madre y entró Iliana un poco temerosa.

—No hemos vuelto a su casa —aseguró al verme. 

—Lo sé, no vine a regañarte. Quiero invitarte a dar un paseo conmigo ¿quieres? 

Iliana miró a la madre superiora, quien asintió y ella lo hizo también. Tomé su mano y la llevé conmigo. Todo el camino en el auto ella sólo miraba por la ventana sin decir nada.

—Relájate, Iliana —pedí queriendo romper la tensión con una sonrisa—. Esto no será nada malo... espero. 

En serio que lo esperaba así, pero estaba bastante nerviosa también. Detuve el auto en la casa de mi abuelo.

—Esta es la casa de Liliana —dijo ella. 

Asentí y de nuevo pedí su mano.

—Vamos —dije.

Mi abuelo nos recibió en la entrada y nos dirigió a la sala donde mis hijos leían ese cuento que, días atrás, Diego había regalado a Lili.

—Chicos, tengo que hablar con ustedes —dije reuniéndome con tres niños de ahora siete años. 

Eran solo unos niños, y me tenían completamente nerviosa. Yo no podía decir nada a tres que me observaban con curiosidad.

—Alicia es su madre, de los tres —dijo mi abuelo rompiendo el silencio. 

Todos lo miramos con sorpresa.

—Eres increíble, abuelo —dije llorando de nervios. Los miré a los tres, todos parecían demasiado confundidos—. Lo lamento —me disculpé llorando mucho más.

Era demasiado complicado. A ese punto, lo único que yo podía hacer era llorar, tenía demasiado miedo. Aunque no es que pudiera perder algo. 

Si las cosas salían demasiado mal solo me odiarían dos desconocidas para mí, aunque yo las amara con toda mi alma.

—¿Por qué no estaban con nosotros mis hermanas? —preguntó Diego abrazándome. 

Respiré profundo intentando encontrar la respuesta, pero no era fácil explicarle a un niño de siete años que yo había sido una cobarde que no pudo proteger a su propia hija.

—Porque ella era una niña entonces —habló de nuevo mi abuelo— y los adultos nos equivocamos con ella. Pensamos que no podría ser una buena madre...

—Pero mi mami es la mejor —interrumpió Diego defendiéndome, provocándome sonreír. 

Él sí que era el mejor.

—¿Tú no querías dejarnos? —preguntó Liliana. 

Negué con mi cabeza y, siendo sincera por primera vez con esa pequeña que amaba más que a mi propia vida, dije algo que era solo la verdad. 

—Yo siempre quise que estuvieras conmigo, ambas —dije mirando a Iliana también—, pero no pude y lo lamento. 

Agaché la mirada al piso para seguir llorando y sentí las manos de mi hijo en mi mano. Primero una, después la otra y luego una más, pero Diego solo tenía dos manos, así que, algo confundida, y muy emocionada, levanté la mirada para encontrar que eran las dos manos de Liliana y una de Diego las que sostenía. 

Quise sonreír, pero el reclamo de Iliana no me dejó.

—¿Por qué yo estaba sola? —preguntó—. Diego te tenía a ti y Liliana a su abuelo... ¿Por qué yo no tenía a nadie?... ¿Por qué yo estaba en un orfanato sola? 

Ella estaba llorando, estaba furiosa y yo no sabía qué decir, sólo me mordí el labio repitiendo: —Lo lamento.




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