Recuperándolos

11. DE HOY EN ADELANTE

Me dirigí a Iliana sin dejar de mirarla, dejando atrás a dos que eran completamente míos, intentando obtener algo que jamás me perteneció pero que deseaba fuera mío a partir de ahora. 

Caminé hacia Iliana y me incliné a su altura.

—Lo lamento mucho, Iliana —me disculpé de nuevo sin atreverme a tocarla—, yo me equivoqué mucho y me duele tanto como a ti que estuvieras sola. A mí me hubiera encantado que estuvieras siempre a mi lado y, sabes, no tienes que perdonarme si no quieres —mis palabras comenzaron a quebrarse—... Puedes odiarme y voy a entenderlo... pues, aunque yo no quería que estuvieras sola, no fui capaz de evitarlo... Por eso puedes no quererme... pero sabes otra cosa... yo siempre, siempre voy a esperar que me elijas... y si no puedes... espero a tus hermanitos no los rechaces.

—Escúchenme bien los tres —ordenó mi abuelo—. Su madre no tiene la culpa de nada, ella no era tan fuerte como para enfrentarse a nosotros, solo Diego escapó de nuestras manos, pero yo la vi llorar por no poder llevarlas con ella. 

Me hubiera gustado no haber llorado, pero mis ojos no dejaron de derramar lágrimas en ningún momento.

—¿Tú me quieres igual que a Liliana y que a Diego? —preguntó Iliana.

—Igualito —aseguré regalándole una sonrisa con demasiadas lágrimas.

—Mami —dijo llorando mientras se aferraba a mi cuerpo que se encontraba hincado frente a ella. 

Lloré tanto como ella, y la apreté fuerte a mi pecho haciendo una promesa para la que ya era mía.

—Nunca vas a volver a estar sola —dije—, yo no permitiré que nadie te separe de mi lado. A ninguno —dije al sentir a mis otros dos hijos rodearme—. Siempre estaremos juntos, lo prometo.

Y los abracé con fuerza a los tres, disfrutando el calor de esos no tan pequeños cuerpecitos que protegería y amaría para siempre. 

—Mami —habló Diego un rato después, rompiendo el silencio y el abrazo en que los tenía—, te amo mucho, pero ya me cansé y tengo mucha hambre.

Sonreí mucho muy serena y mucho muy feliz.

—Eres todo un caso, Diego —dije a esa hermosura de chamaco que adoraba y, segura de que ya no los perdería, los solté a todos—. Vamos a cenar —dije y nos encaminamos a la cocina. 

Yo aún tenía demasiados sentimientos anudados al estómago, así que solo disfruté verlos cenar y los llevé a sus camas. Iliana dormiría con Liliana y yo con mi hijo.

O eso pensé, pues unos minutos después de que me había recostado, después de darles las buenas noches, ellas aparecieron en mi cama; o, mejor dicho, en la cama de mi abuelo, una cama demasiado pequeña para cuatro personas.

Esa noche dormí feliz, muy apretada pero muy feliz. Tenía las razones de mi vida en mi cama, pues, aunque solo una había estado en mi vientre, y solo uno llevaba años viviendo en mi casa y dos de ellos en corazón, había decidido que los tres apilados conmigo en esa cama serían mis hijos y mi razón de vivir de hoy en adelante.

Cerca de las ocho de la mañana del día siguiente una palabra muy conocida en una voz no tan conocida me hizo sonreír aun casi dormida.

—Mami —dijo Liliana bajito y la miré con apenas un ojo abierto—. Buenos días, mami —dijo sonriente. 

Sonreí.

—Buenos días, hermosa —dije acariciando su rostro.

—Buenos días, mami —dijo Iliana que apareció detrás de Liliana.

—Buenos días, linda —respondí incorporándome, abrazando a ambas. 

Ambas dijeron que tenían hambre. Vi el reloj, estaba por dar las ocho. Suspiré.

«Supongo que no todos los niños son iguales» Pensé al ver a Diego dormir.

—Vamos —dije levantándome, extendiendo mis manos a esas dos princesas.

—¿Y Diego, mami? —preguntó Liliana cuando nos encaminamos a la entrada de la habitación.

—Es muy temprano para él —respondí sonriendo—, dejémoslo un rato más —y las llevé conmigo a la cocina.




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