Recuperándolos

12. MAMÁ DE TRES

Después de revisar la alacena y ver que hacían falta algunos ingrediente para nuestros desayunos, invité a mis dos hijas a ir conmigo al súper. Aceptaron y subieron a cambiarse, yo fui a la habitación donde mi hijo dormía. Lavé mi cara y me peiné.

—Diego, iré al súper —informé recostándome al lado del que aun dormía—, ¿vienes conmigo? —pregunté y, muy adormilado, y sin abrir los ojos preguntó si iría sola. Negué.

» Liliana e Iliana vienen conmigo —dije.

—Entonces que ellas te cuiden —dijo después de un bostezo, acomodándose para seguir durmiendo. 

Sintiendo envidia de la buena, besé su frente y lo cubrí con mi mano cerrando de nuevo los ojos, pero dos hermosuras volvieron a interrumpirme.

—Estamos listas —dijeron y maldije mentalmente mis hábitos de vida. 

Suspiré poniéndome de pie.

—Vamos —dije y nos dirigimos al auto después de encargar a mi abuelo que estuviera al pendiente de Diego. 

Aunque a mí no me daba pendiente, yo sabía que él dormiría, al menos, dos horas más.

—¡Yo adelante! —gritó Iliana.

—No —dije—, ninguna adelante.

—¿Es el lugar de Diego? —preguntó Iliana y fue Liliana quién respondió.

—No —dijo—, Diego siempre va atrás ¿pero por qué? 

Ajustando sus cinturones de seguridad, expliqué la razón de ello.

—Porque si tengo que frenar repentinamente y alguien está adelante puede golpearse la cara en el tablero y hacerse mucho daño, por eso los niños van atrás. 

Subí al auto y escuché a Iliana hablar.

—Así que, si frenas y vamos atrás, nos pegaremos en el sillón que está blando y no nos haremos daño ¿verdad? —preguntó.

Sonreí al mirarla por el retrovisor y asentí.

Regresamos a casa después de divertirnos como nunca. Fue una experiencia increíble y sólo habíamos ido al super a comprar víveres. Ya quería llevarlas de compras.

—¿Cómo educaste a ese niño? —preguntó mi abuelo que estaba en la sala—. Sigue dormido.

Sonreí.

—Y seguirá haciéndolo —anuncié—, él es como yo. 

Vi a mi abuelo negar con la cabeza en señal de desapruebo y llevé a mis hijas a preparar el desayuno.

—¿No irás por Diego? —preguntó mi abuelo cuando serví los platos y lo miré con enfado—. Es su primer desayuno familiar —dijo y resoplé con cansancio dejando caer mi cabeza con pesar.

Liliana se ofreció a ir por su hermano, pero la detuve. Si yo no fuera su madre las hubiera matado por despertarme, así que sería mejor evitar que mi hijo las odiara. 

Entré al cuarto y lo vi tan plácido que me dolió tener que hacerle eso.

—Amor, vamos a desayunar —susurré acariciando su cabeza. Mi hijo abrió un ojo y preguntó la hora. 

Al enterarse que no eran ni las nueve respingó.

—Pero si es domingo —dijo. 

Lo sabía, pensaba exactamente lo mismo.

—Lo sé, cielo —dije—, tampoco tengo hambre, pero tus hermanas si y nos están esperando.

—Pues si tienen hambre que desayunen ellas, tú duerme conmigo —dijo jalándome a la cama. 

Y, a decir verdad, lo que Diego pedía era justo lo que yo quería hacer, por otras dos horas, al menos, pero a mi abuelo eso le disgustaría enteramente.

—Vamos, Diego —dije comenzando a hacerle cosquillas. 

Él comenzó a retorcerse en la cama, primero con molestia y después envuelto en risa.

—Ay, mamá, pero si es bien temprano —se quejó sentándose al fin y con los dos ojos abiertos.

—Lo sé —respondí—, pero es nuestro primer desayuno familiar. No quiero que te lo pierdas.

Diego hizo un puchero y accedió al fin.

—Bueno, pues, vamos —dijo levantando las manos para que lo cargara.

—¿Si sabes que ya no eres un bebé? —pregunté.

—Pero tú eres una mami súper fuerte —argumentó con tremenda sonrisa. 

Me convenció.

Entré a la cocina con los brazos de Diego rodeando mi cuello y mis manos sosteniendo sus piernas. Lo dejé en una banca y él seguía con los ojos cerrados, eso hizo reír a mis dos pequeñas.

—Suéltame, Diego —pedí a uno que seguía aferrado a mí cuando levantarme quedó en intento.

—Vamos a la cama, mami —pidió él y, besando su frente.

—Dije que no, cielo, ahora abre los ojos o comerás por la nariz —dije provocando la risa de mis hijas.

Serví nuestros platos y, ante la mirada furiosa de mi abuelo, y la divertida mirada de mis hijas, comenzamos a desayunar. 

Diego y yo teníamos nuestra manera de hacer las cosas, y no eran para nada normales.

Cuando terminamos de desayunar levanté mi plato y el de mi hijo. Besé su cabeza y me dirigí al fregador, pero mi abuelo detuvo mi paso con su pregunta.

—¿No te faltan dos besos? —cuestionó. 

Asentí apenada y besé otras dos hermosas cabecitas recogiendo sus platos también.

«Supongo que no todo podía ser bueno» Pensé al ver la pila de trastos por lavar.

Esa tarde fuimos a comprar algunas cosas para las habitaciones de las niñas, que ahora vivirían conmigo y, aunque insistí a mi abuelo también se fuera con nosotros, él dijo que era momento de rehacer su vida. Él tenía algunos planes para sí mismo ahora que le quedaría más tiempo para sí.

Y, pues no podía quejarme, él era mío de nuevo, como mis hermosos hijos. Mi historia al fin comenzaba a mejorar, y en adelante todo sería así. Al menos eso quería. 




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