Recuperándolos

13. ¿Y PAPÁ?

La casa en que Diego y yo vivíamos era realmente enorme. Cuando Fabián y yo hicimos planes de nuestro futuro, esa casa, de tres plantas y diez habitaciones, fungió como el refugio de nuestra familia de nueve hijos.

«¡Vaya que éramos soñadores! y yo estúpida por creerme todo ese circo»

Después de recoger las cosas de Liliana, y de pasar al orfanato por las cosas de Iliana, personalizamos las recamaras que, con tanto amor, preparé en secreto de mi hijo para mis hijas, y que tanto adoraron conocer.

Mientras terminaba de vestirlas para dormir, ya con los deberes hechos y las mochilas listas para el nuevo día de clases, Iliana hizo una pregunta que me costó responder.  

—¿Cuándo llegará papá? —preguntó y suspiré. 

Esa niña sí que era avariciosa. Apenas había recuperado a su madre y ya quería un padre, eso me ponía en un aprieto.

—Papá no vive con nosotros —dijo Diego. 

Mis hijas preguntaron la razón y, queriendo evadir el tema, hice una pregunta para ellas. 

—¿Ustedes no se conformarían con tener solo mamá? —cuestioné y los tres me miraron sin decir nada. 

Tal vez estaba pidiendo demasiado, pero a mí también me costaría darles a su padre.

—Mami, tú eres la mejor —dijo Diego—, pero ahora somos tres niños y un adulto, además, son tres mujeres y solo yo, si necesitamos a papá. 

Inflé los cachetes y lo miré con hostigamiento. Eso en serio que me ponía en un aprieto. Tallé mi rostro con ambas palmas.

—Él no sabe que ustedes existen —expliqué y Diego me miró como buscando descifrar la razón. Suspiré—. Estaba enojada —dije ganándome la razón por parte de mi hijo, pero mis hijas no entendieron, así que él debió explicar.

—Cuando mamá está enojada conmigo no me habla —dijo—, ella no dice nada cuando está enojada. 

Así era yo.

—Pero, ¿quién es nuestro papá? —preguntó Liliana y no supe cómo explicar. 

Yo no sabía si ellas lo conocerían, aunque era médico, y el hijo de una de las mejores familias de la ciudad, yo desconocía la forma en que habían funcionado las cosas en ese lugar durante todo el tiempo que no estuve.

—Diego —hablé—, ¿recuerdas al señor que te dijo que era tu papá?

—Sí —dijo—, dijiste que no era mi papá.

—Pues mentí —declaré.

—Estabas enojada ¿verdad?

—Lo estaba.

—Mami, ¿él es malo? —preguntó mi hijo. 

Lo miré con ternura.

—No, no es malo, amor, pero a veces no nos llevamos tan bien.

—¿Quién es? —preguntaron las niñas anexándose a la conversación.

—Su nombre es Fabián Mirro... —respondí y, a punto de explicar quién era, fui interrumpida por Iliana. 

—¿Es el doctor del hospital? —preguntó y asentí. 

Liliana dijo que también lo conocía.

—Él no sabe que es su papá —repetí—, no sabe que es papá y no estoy segura de que quiera serlo o no. Pero si ustedes quieren puedo platicar con él y decirle de ustedes. Aunque puede que él no quiera ser su papá —enfaticé mis últimas palabras intentando romper las esperanzas de tres niños para no hacer eso que no quería hacer. 

Sabía que era cruel, pero yo era algo egoísta.

—Ay, mami —dijo Diego en un tono burlón—, se me hace que lo que pasa es que tú no quieres hablar con él, porque si él dijo que era mi papá es porque si quiere estar con nosotros, solo tienes miedo.

—Ah, ¿en serio?

—Sí, tienes miedo de que lo queramos más que a ti.

—Ah, ¿en serio?

—Sí, pero tranquila, mami. Aunque él si juegue futbol conmigo, yo jamás lo querría más que a ti. Así que solo habla con él y pues si no nos quisiera solo no tendremos papá, pero ya no lo tenemos, todo será igual.

—Ay, señor Alicio Grullol —dije más que orgullosa de ese mocoso—. Eres igualito que tu madre Diego —completé abrazando fuertemente al que me abrazaba—. Está bien —accedí—, hablaré mañana con él. Pero si no acepta no quiero lloriqueos, ¿de acuerdo? —pregunté logrando que todos brincaran de emoción diciendo que sí repetidamente—. Ahora a dormir todos —ordené y los vi irse cada uno a su habitación.

Les deseé buenas noches con un beso y también fui a mi habitación, donde con un nudo en el estómago me pregunté «¿Qué diablos había hecho?» y «¿Qué demonios iba a hacer?».

» Ser madre es horrible —dije para mí, dejándome caer en la cama. 

No podía creer que en serio puse su capricho de conocer a su padre sobre mi necesidad de mantener alejado a Fabián.




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