Recuperándolos

15. TARDE FAMILIAR

—Vamos, mami —pidió Diego tomando mi mano—, yo si tengo hambre.

Fabián se dirigió a sus hijas preguntando si ellas tenían hambre. Ambas asintieron y yo inspiré más profundo. Necesitaba calmarme más, mucho más.

Liliana e Iliana tomaron las manos de su padre y caminaron con él al auto con tremenda sonrisa en el rostro. Su sonrisa desbordaba felicidad, eso me hizo feliz y me hizo sentir mal. Pensé que, tal vez, si no hubiese sido tan orgullosa aquella vez, si le hubiera dicho a Fabián que estaba embarazada, habría podido proteger a Liliana.

Pero justo en ese momento Diego jaló mi mano, sacándome de mis pensamientos. 

Sonreí pensando que no me arrepentía, si eso hubiera sucedido, ese hermoso caballero no habría llegado a mi vida, y eso realmente no me hubiera gustado.

—Supongo que con que las cosas vayan bien de ahora en adelante basta —dije y levanté a Diego en mis brazos—. No puedes quererlo más que a mí, ¿de acuerdo? —señalé con una sonrisa. 

Diego sonrió y me abrazó diciendo eso que me hacía tan feliz.

—Tú eres mi favorita —dijo—, te amo mami. 

Lo besé y caminé al auto de Fabián, donde nuestras hijas ya tenían el cinturón abrochado. Bajé a Diego para que entrara al auto de su padre y le di la mochila a Fabián. Él acomodó las tres mochilas en la cajuela mientras yo abrochaba el cinturón de Diego y fui al asiento delantero.

—Este auto es mejor que el tuyo mami —dijo Diego una vez que todos estuvimos adentro.

—Claro que sí —concedí después de una hostigosa mirada al que golpeaba mi ego—, él no tenía que alimentarte —excusé y Fabián se molestó, pero yo continué mi broma—. Comes demasiado —dije sonriendo y provocando las sonrisas de mis hijas.

—Me parezco a mi madre —explicó Diego orgulloso y yo sonreí feliz.

Fuimos a comer. Mientras comíamos, Fabián conoció a sus hijos y yo supe algunas cosas más de mis hijas, eso fue agradable. Luego fuimos al centro comercial. Fabián pretendía comprarles el mundo a los niños, pero eso ya lo había hecho yo la tarde anterior.

Esa fue nuestra primera tarde familiar y, aunque inició demasiado mal, las cosas fueron bien después. Y es que me contuve demasiado, aguanté mucho y me callé absolutamente todo. 

Fabián me molestaba, pero mis hijos parecían felices, sólo por eso lo soporté.

En el parque, mientras los veía correr jugando con ese hombre que me dolía, suspiré un millón de veces.

«Si yo no fuera tan orgullosa tendría justo ahora lo que siempre soñé» eso era... 

—Lo que siempre soñamos —dijo Fabián, que no sé en qué momento llegó tan cerca.

—¿Disculpa? —pregunté pretendiendo que no pensaba en nosotros justo en ese momento.

—Esto es lo que siempre soñamos —dijo—, ser una familia.

Le miré con fastidio.

—No somos una familia —aseguré.

—Ali... —comenzó a hablar, pero le interrumpí.

—No quiero discutir Fabián —dije—, por favor no me hagas enojar... y deja de decirme Ali, lo odio, soy Alicia.

—¿Por qué lo odias? —preguntó—. Si mal no recuerdo, te encantaba que te dijera así.

—Eso fue en el pasado, justo ahora me trae malos recuerdos de un idiota que me dijo que me amaba pero se acostó con mi mejor amiga y me cambió por dinero.

—Ali... —lo miré con cansancio—...cia, Alicia, perdón —dijo y negué con la cabeza.

—No, nunca voy a perdonarte, así que déjalo —dije. Fabián bajó la cabeza—. Llévanos a casa —pedí, aunque más fue una orden que una petición—, ellos tienen que hacer tarea.

» Nos vamos —dije dirigiéndome a los niños que jugaban en los columpios a ver quién llegaba más alto. 

Ellos se levantaron para ir con nosotros.

Yo esperaba que Fabián se largara en cuanto nos dejara en casa, pero se quedó a ayudarles a la tarea, así que también se quedó a cenar con nosotros esa noche; y también me ayudó a bañar a Diego mientras yo bañaba a las niñas. 

Las dejé jugando en la tina y me dirigí a ver cómo iban las cosas con mi hijo. Pudiendo escuchar lo que Diego y Fabián platicaban.

—Ella dijo que no me va a perdonar nunca —dijo Fabián y me pregunté «¿Qué diablos hacía hablando de nuestros problemas con nuestro hijo?».

—¿Estaba enojada cuando te lo dijo? —preguntó Diego. Fabián asintió y mi hijo sonrió—. Te mintió —aseguró—, ella siempre miente cuando está enojada, seguro que, cuando se le pase, te perdona y te deja vivir con nosotros. 

Sonreí. Mi hijo me conocía demasiado bien, pero lo que Fabián me había hecho no era algo que se me pudiera pasar fácil. Esas eran las cosas de adulto que los niños no entendían.

Regresé a secar y vestir a las niñas. Minutos después llegó Diego a la habitación con su padre detrás.

—¿Dormirás con nosotros, papi? —preguntó Iliana y el hombre me miró.

—Sí, quédate —pidió Liliana—, ¿puede quedarse, mami? Por fa.

Era en serio lo peor.




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