Recuperándolos

17. DE ENSUEÑO A PESADILLA

Habían pasado casi dos meses de que hicimos una familia, y yo estaba completamente acostumbrada a ser madre de tres niños. Fabián prácticamente vivía con nosotros, yo me estaba dejando convencer de que "era lo mejor". Y es que, para ser sincera, eso me encantaba.

—Tengo consulta externa —dijo Fabián de pie en la puerta de mi consultorio—, no creo alcanzar a llegar por los niños ¿tienes problemas por ir a por ellos? —preguntó y negué con mi cabeza. 

Tenía dos semanas cubriendo al médico de consulta general. Ella estaba enferma, así que mi horario se había extendido un poco, pero ahora, con Fabián en casa, ese no era problema.

» En caso de que sí llegue, te veo en la escuela —dijo acercándose a besar mis labios, pero saqué el objetivo de su camino y terminó chocando sus labios en mi mejilla.

—No me presiones —pedí y, sin despegarse de mí cara, soltó su amenaza. 

—Seguiré intentando —dijo dándome otro beso y se fue.

Unas horas después me encontré con Fabián en la entrada de la escuela.

—Si alcancé —dijo con una enorme sonrisa y me abrazó. 

A mí eso me encantaba, así que lo dejé hacerlo. Pensándolo un poco, no creía tardar mucho en perdonarlo y hacer borrón y cuenta nueva.

Salieron todos los niños, incluso los del salón de mis hijos, pero ellos no aparecían. Pregunté a una niña, compañera de ellos, y dijo que en la mañana la directora fue por ellos y se fueron con todo y mochilas. Fabián y yo nos miramos confundidos.

Entramos a la dirección donde la maestra de Diego explicó que se los había llevado un señor que dijo ser su abuelo. Pero eso era imposible, mi abuelo ni siquiera estaba en la ciudad.

Esperando fuera un malentendido, y realmente fuera él quien se los llevó, marqué a su celular.

—(No estoy en el pueblo, mi compadre me invitó a trabajar en San Jacinto. Regresaré en unas tres semanas ¿no te dije?)... No, no me dijiste, quería invitarte a comer, pero ya que, disfruta tu viaje... (Eso haré, salúdalos a todos)... Claro que sí, te amo, abuelo... (Te amo, Alicia)...

Miré a Fabián negando con la cabeza.

—Mis padres tampoco los tienen —dijo bloqueando su teléfono. 

Yo sentí que se me fue el alma del cuerpo.

—¡¿Cómo puede ser tan estúpida y tan irresponsable?! —grité furiosa a la maestra—. ¿Cómo puede entregarle tres niños a un desconocido? —La maestra lloró disculpándose—. ¡Si algo les pasa voy a matarla! —amenacé y Fabián me obligó a soltarla, yo la tenía del cuello de la camisa.

—Ali, cálmate —pidió uno que mostraba demasiada desesperación e impotencia en el rostro.

—¿Cómo voy a calmarme, Fabián? —pregunté llorando—. Alguien se llevó a mis hijos.

Estaba aferrada al cuerpo de ese hombre que compartía la misma pena que yo. Pero el sonido de mi celular nos separó. Era Chío.

—(Lici, tengo buenas noticias —dijo ella—, el registro de los niños está completo. Ahora son los trillizos Mirro Grullol)

Sus palabras fueron como un balde de agua fría. Lloré aún más al darme cuenta que esa persona se había llevado a mis, ahora legalmente, tres hijos. Pues después de demostrar que Fabián era el padre biológico de Iliana no hubo dificultades para registrarla como nuestra.

—(¿Qué pasó, Lici?)... Alguien se los llevó, amiga... a los tres... (¿Cómo? Dime que pasó)... No lo sé, Chío... cuando llegué a la escuela no estaban... la estúpida de la maestra dejó que alguien se los llevara... tengo que encontrarlos, amiga... pero no sé qué hacer... (Tranquilízate, Lici, habla con la policía, yo veré si puedo ayudar en algo. Amiga, todo va a estar bien, te quiero mucho) —dijo y respiré profundo para poder contestar. Pero solo pude decirle gracias. 

La policía llegó y habló con nosotros y con el personal de la escuela. Me preguntó si no había visto nada sospechoso rondando a mis hijos. Haciendo memoria, recordé a un hombre que, algunas semanas atrás, cuando llegué por los niños, tenía algo en la boca de Diego.

—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Fabián furioso. 

—Diego dijo que era un hisopo, su boca no olía a nada y él no mostró ninguna reacción. No pensé que fuera importante.

—Pudieron haberlo envenenado —argumentó Fabián bastante furioso.

—¡Dije que él estaba bien! —grité frustrada—. Lo revisé. Soy pediatra y amo a mi hijo, jamás permitiría que algo malo le pasara —expliqué molesta. 

Sentí que me juzgaba de irresponsable. Pero no era eso lo que él reclamaba.

—¡Diego también es mi hijo, merezco saber cada cosa que pasa con él! —gritó frustrado, y furioso también.

—Lo lamento, Fabián —dije, pero él no respondió nada. 

Realmente lo lamentaba. Diego había pasado tanto tiempo siendo solo mi hijo que no sentí la necesidad de compartir lo que le pasaba.




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