Recuperándolos

20. SORPRESAS DE LA VIDA

—¿Cómo te llamas? —preguntó y sonreí ante la ironía.

—Me mandó matar y ni siquiera sabe mi nombre —respondí burlona. 

El hombre me miró furioso ordenando que dijera mi nombre. 

» Soy Alicia Grullol —respondí— y no me da gusto conocerlo. ¡Entrégueme a mis hijos! —ordené a uno que me miraba de arriba abajo.

—¿Grullol? —preguntó descolocado y lo miré confundida. 

Sabía que mi apellido era raro, pero no para dejar perplejo a alguien.

—Quiero a mis hijos conmigo ahora —repetí—. Esto es secuestro —anuncié sacándolo de sus pensamientos.

—Ellos son mis nietos —dijo.

—No, no lo son.

—Lo son —aseguró—, las tres pruebas de ADN resultaron positivas.

—¿Qué? —pregunté confundida. 

—Les hice prueba de sangre a los tres, todos son mis nietos.

Eso me dejó bastante confundida. Ellos ni siquiera eran hermanos realmente, no podían ser sus nietos todos.

—Pero se los llevó sin mi consentimiento —alegué intentando no perderme en eso—, eso es secuestro —reiteré—. Devuélvamelos, por favor —supliqué llorando.

—¿Alicia? —escuché a mis espaldas y vi a mi abuelo llegar hasta nosotros—. ¿Por qué diablos sigues haciendo lo que no tienes que hacer? —preguntó con ese carácter apacible que le caracterizaba—. Deja de callarte lo que te ocurre, si necesitas apoyo solo tienes que pedirlo mocosa. Eres igual que Ana, tu madre también se callaba todo, se calló incluso que tu padre la violó. 

Yo no entendía que me dijera todas estas cosas en frente de dos completos desconocidos, al menos no hasta que reclamó, y no a mí, sino al hombre que tenía en su poder lo más grande de mi vida.

» Usted no tiene derecho sobre ellos —le dijo al mayor de los Belmonte—, así que devuelva a los niños. Si no va a hacerla feliz, al menos no le dé pesares a su hija, señor Belmonte.

—Eso explica que ellas sean mis nietas también —conjeturó el hombre en la mesa—. Así que ustedes de pusieron de acuerdo para darme la contra —dijo señalándonos al señor Belmonte hijo y a mí.

—No sé de qué está hablando —respondí. En serio que no lo sabía, no entendía absolutamente nada—, solo devuelva a mis hijos, por favor.

—Si esto no es obra de ambos, ¿cómo es que Diego terminó en tus manos? —preguntó.

—Porque Diego es mi hijo —dije entendiendo más o menos la situación—, ¿en brazos de quien más podría estar?

—¿Ustedes dos...? —preguntó asustado.

—Yo no lo conozco —aseguré—, lo conocí esta mañana que lo encontré mientras buscaba al Damián Belmonte que había preguntado por mi hijo.

—Eso es un alivio, ustedes son hermanos, sería una abominación que ambos fueran padres de ese niño.

—Usted es una abominación —señalé—, violó a mi madre, la abandonó embarazada, mando matar a la esposa de su hijo y se llevó a mis hijos. ¿Qué es lo que quiere?

—Recuperar a mi familia —respondió.

—Pues eso no me concierne, ni a mis hijos, así que devuélvalos.

—Por supuesto que lo hace —dijo—, ahora más que nunca. Eres mi hija, y ellos son mis nietos.

—Yo no soy nada de usted, devuélvame a mis hijos.

—Soy tu padre.

—No, no lo es, mi padre es este hombre —dije señalando a mi abuelo—. Quiero a mis hijos ahora mismo conmigo. 

Él suspiró, haciendo algo que realmente no estaba esperando de él pero que, en vista de lo ocurrido, tampoco me sorprendió mucho.

—De acuerdo —dijo—, hagamos otra cosa. Te pagaré por ellos.

—¿Está usted loco? —cuestioné.

—No me digas que no quieres dinero —dijo—, puedo darte mucho más dinero del que alguien como tu puede imaginar. 

¿Alguien como yo?... Ese hombre era el colmo. No me conocía de nada y estaba subestimándome e insultándome.

—Por supuesto que no. Devuélvame a mis hijos y váyase al demonio.

—Son tres niños —señaló—. ¿Cómo planeas mantenerlos? Ellos estarían mejor conmigo.

—Yo estuve mucho mejor sin usted —aseguré—. Y no necesito su dinero para salir adelante con ellos, ellos solo estarían bien conmigo, devuélvalos.

—¿No sabes quién soy mocosa? —preguntó molesto.

—Claro que sí. Usted es el hombre que arruinó la vida de mi madre, de su propio hijo y que quiere arruinar mi vida. Señor Belmonte, yo no lo odio, pero si no me regresa a mis hijos jamás voy a perdonarlo.

—Devuélveselos ahora —exigió Damián Belmonte hijo abriendo por fin la boca—. Ya arruinaste mi vida y me perdiste por ello, tienes la oportunidad de recuperar a tu hija y vas a hacerle lo mismo que a mí, devuélveselos.

—Sin mí ustedes no serían nada —dijo ufano. 

Sonreí.

—Yo he sido todo lo que he querido sin usted —dije—. Sin su apoyo ni su presencia me convertí en pediatra y he sido la mujer más feliz del universo sin necesitarlo en mi vida.

—¿Eres pediatra? —preguntó algo sorprendido.

—Además, tengo mucho dinero —añadí despectiva—. Así que no me impresiona lo que me quiere presumir. 

Ese hombre no se cansó de intentar humillarme, era mi turno de pegarle en la cara con todo eso que no imaginó.




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