Nigeria, 1920
Sudaba como si tuviera una fiebre alta, se movía de un lado para otro en su pequeña cama desprovista de cobijas, no hacía calor, ni tampoco frío, la ventana de su habitación estaba abierta de par en par. Si alguien lo estuviera observando en ese momento, notaría como los músculos de su cuello se contraían espasmódicamente, debajo de sus párpados, sus ojos se movían de una forma brusca, como si quisieran salirse de sus orificios, y sus manos se aferraban a la sábana sucia, con tanta fuerza, como si su vida dependiera de ello.
Una sombra estaba sentada en un extremo de la cama, miraba como El Hombre se retorcía, y se sentía satisfecha por eso, faltaba poco, lo presentía, al fin obtendría lo que necesitaba. La sombra se levantó de su lugar, dejando el colchón un poco hundido, dispuesta a salir de la habitación. Se esfumó como una exhalación, nadie hubiera notado que la sombra hubiese estado ahí.
De repente, El Hombre alto y delgado que yacía en la cama, abrió los ojos rápidamente y exhalando todo el aire que tenía en sus pulmones, se levantó de su cama, finas gotas de sudor resbalan por su cara y su pecho. Intentó recordar lo que había soñado, tenía la vaga sensación de que había sido lo mismo de hace semanas, la misma pesadilla repetitiva, el problema era que no recordaba más que la voz de una mujer, repitiendo las mismas palabras una y otra vez:
...Corre, sólo corre y aléjate de aquí, tienes algo demasiado preciado para ellos...
Pero ¿Correr de qué lugar? No lo entendía por más que lo pensara.
El Hombre alzó la mirada, sintió que lo miraban desde algún lado de su habitación, así que encendió la lámpara que estaba al lado de su cama, la cual emitió una luz débil, pero no había nadie en la habitación, nadie más que él y la voz de la mujer diciendo lo mismo cada vez. Tomó un sorbo del agua que tenía encima de la mesita de noche, y se volvió a recostar.
En ese mismo momento, en la pequeña casa vecina a la del hombre, nacía un pequeño niño, al que le pusieron un nombre hermoso, con el significado de "hijo de Dios, uno a quien el sol brilla".
Todo coincidió en el mismo momento, el hombre durmiendo de nuevo, el bebé naciendo y soltando sus primeros llantos, la sombra saliendo de la casa donde el bebé veía el exterior por vez primera, la sombra temblando, se negaba a creer lo que sentía, lo que veía.
La sombra no podría obtener lo que necesitaba, había sido cierta la profecía de la sacerdotisa. Después de que el niño lleno de luz nació, el hombre dejó de tener pesadillas, ya no volvería a estar débil, pero su destino ya estaba maldito para todas sus vidas. La sombra había regresado como un rayo a su dormitorio, y allí, en la cama de El hombre, lo había engullido completamente.
Si no podía tener su alma, podía tener su destino. El alma de El Hombre, sin embargo, le hizo caso a la voz de la mujer, y corrió, corrió rápidamente, hasta que se partió en dos y espero a que su destino la consumiera