Redención

Capítulo I

CAPÍTULO I

EDRIAN

Las decisiones que tomas marcan tu destino para siempre. Tú mismo puedes condenarte o salvarte. ¿Me preguntas qué camino elegí yo? Supongo que tendría que decir que el más fácil, el más corto, aquel que pensé, me llevaría inmediatamente hasta lo que más deseaba. Qué equivocado estaba. Lo fácil al final resulta demasiado difícil, y ahora estoy más lejos que nunca de lo que más quiero.

¿Dónde estoy? No creo que importe realmente, estar o no estar, para mí ya no tiene sentido. ¿Quién soy? Creo que la pregunta debería ser "Qué soy", si es que sigo siendo algo. No sé cómo un cuerpo puede seguir sin alma, porque esa es la verdad, había perdido mi alma, me había condenado para siempre, y no solo había sido a mí; mi propio orgullo y obsesión habían terminando condenando al mundo entero. Por mi culpa el apocalipsis había comenzado, el juicio final estaba aquí, el destino del que tanto había tratado de huir me había alcanzado finalmente, pero no lo iba a permitir, no me convertiría en eso que decían los profetas, no sería el encargado de juzgar a las almas que irían al infierno, antes prefería destruirme a mí mismo.

-No se ha determinado aún la causa de estas extrañas catástrofes que azotan los rincones de cada país... - Decía la voz de una periodista desde el televisor sobre la barra – Fuertes lluvias azotan el Norte del país. Granizo y ventiscas amenazan con destrozar las costas pesqueras de Europa y América...Nueva alerta de Tsunami en Japón y la cuenta de descensos y muertes alcanza los diez mil; se teme una explosión nuclear en varias de sus plantas nucleares. Un eclipse solar ha cubierto el cielo por horas desde esta mañana... un volcán, que se creía inactivo, hizo erupción abruptamente, hace solo un par de horas, en la Isla de Hawái – Los reportes seguían arrojando destrozos monumental, miles de perdidas humanas en los últimos cinco días, y todo apenas estaba comenzando – Me niego a creerlo – Dijo la reportera, nerviosa, aferrando a su pecho las hojas que tenía en las manos – Pero tal vez el fin del mundo haya llegado. Ruego por todas las almas en el juicio final; que Dios esté con us...

La comunicación se cortó repentinamente, y el sonido de la estática retumbó por todo el bar, sumiendo a los presentes, que prestaban atención a la noticia, en el más sepulcral de los silencios.

-¿Crees que sea cierto? – Preguntó, casi en un susurro, una de las meseras al dueño del bar - ¿Realmente es el juicio final?

-Simplemente perdimos la señal, Amanda – Replicó el dueño con poco convencimiento.

-¿Has visto el cielo, Marcos? – Insistió la mujer – Un eclipse. Faltan años para uno y aquí está. ¿Cómo explicas eso? ¿Y las lluvias?

-Estás poniendo nerviosos a todos, Amanda – Dijo el hombre tomándola suavemente del brazo y halando de él – Será mejor que vayas a casa, tómate el día libre y descansa.

-Yo la llevaré a casa – Ofreció otra de las camareras – Vuelvo en unos minutos.

La tensión era palpable entre los que se encontraban en el local. Me serví nuevamente de la botella de whisky que estaba en la barra, y tragué el líquido, ahora sin sabor. El alcohol apenas y me calentó la garganta, ya ni siquiera eso podía aislarme del mundo, no tenía otra opción para borrarlo todo. Dejé el vaso medio vacío en la barra y me levanté de la silla.

-Será mejor que no salga, amigo – Me dijo uno de los hombres que estaba en la barra – La tormenta está a punto estallar de verdad.

Tenía razón, llevaba horas lloviendo con fuerza, y los rayos y truenos retumbaban haciendo vibrar las paredes del local. El cielo hacía días que estaba teñido de un color escarlata, casi enfermizo, y ahora los pocos rayos del sol, que habían estado colándose cada tres o cuatro horas al día, estaban ocultos definitivamente tras el eclipse solar.

-No será problema – Respondí dándole la espalda.

-Lo digo en serio, es muy peligroso – Insistió el hombre alargando la mano para asirme del brazo.

Sentí la corriente eléctrica recorrer mi piel, justo en la zona donde me había tocado. Sabía que él también la había sentido, porque me soltó enseguida, contrayendo la mano en un puño, y mirándome aterrado. Todos en el bar posaron su mirada en mí. Yo era el desconocido, el extraño en aquel pequeño pueblo.

-Lo siento – Murmuré sin mirarlo a la cara.

El hombre me miró fijamente sin decir una palabra, di media vuelta en dirección a la salida. Abrí la puerta, la ráfaga de aire y lluvia golpeó mi rostro y mi cuerpo enseguida. Soplaba con una fuerza descomunal, los manteles que recubrían las mesas se alzaron impetuosos, lanzando todo lo que estaba encima hasta el suelo. Me adentré en la tormenta y cerré la puerta a mi espalda. No había nadie en la calle, la vía principal estaba sin asfaltar y los pocos autos, aparcados a cada lado, comenzaban a llenarse de agua a través de las aperturas de las puertas. Caminé sin rumbo fijo, con el agua llegando a mis tobillos. Los truenos retumbaban en el cielo ensordecedoramente, y pintaban el firmamento con figuras fulgurantes, como si lo estuviesen dividiendo en mil pedazos con latigazos de luz. Me recordó enseguida a las historias de deidades antiguas, Zeus, el Dios del cielo, dejando caer su furia sobre los humanos; y tal vez no fuese tan errado ese argumento, después de todo, el cielo estaba dejando caer su furia sobre nosotros, si había o no algún Dios allá arriba, de eso sí que no estaba seguro.




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