CAPITULO II
Ana
Los días en confinamiento eran angustiantes, no podía soportar no saber qué estaba pasando. Cientos de arcángeles habían llegado a la casa del Humo Blanco y habían formado un conclave desde el primer momento. No me permitían formar parte de las reuniones, decían que tenía un lazo muy estrecho con Edrian, y eso podía nublar mi juicio.
La verdad es que no les había contado toda la historia. Ellos supieron el momento exacto en el que el último sello fue roto. Cada ángel, arcángel y demonio en la tierra, lo había sentido; fue como una especie de explosión, de onda interna que te abatía con una extraña fuerza, y simplemente lo sabías. Así lo había sentido yo, incluso antes de verlo con mis propios ojos, ya lo sabía. Sin embargo había permitido que ellos mismos llegaran a sus propias conclusiones, necesitaba que confiaran en mí, ahora más que nunca.
Después de que Castiel y Mikael llegaron hasta mí, y comprendieron lo que había ocurrido, ya era demasiado tarde, Edrian se había marchado gracias a todo lo que le había dicho. Herirlo de aquella forma me había destrozado, pero era necesario, había sido la única manera de lograr que escapara antes de que Castiel llegase. Sabía lo que le habrían hecho de haberlo encontrado, y si Edrian moría, si ellos intentaban acabarlo, entonces sería mi fin también, necesitaba mantenerlo con vida, aun cuando creyera que lo odiaba, e incluso si él me odiaba a mí después de todo lo que le había dicho.
A pesar de que Castiel insinuó, más de una vez, que yo lo había ayudado a escapar, fue Cristian quien lo convenció de lo contrario, les había explicado que él mismo había desaparecido antes de poder hacer algo para detenerlo. Al principio intenté contradecirlo, decir que aquello era mentira, pero al encontrarme con su mirada lo comprendí todo. Era necesario que creyeran que no lo habíamos ayudado, que ahora que había condenado su alma, comprendíamos que el destino no podía ser cambiado. Era demasiado importante que pudiesen creer plenamente en mí. Aun así no entendía por qué Cristian se tomaba tantas molestias para protegerme, apenas y me conocía, y según el poco tiempo que habíamos pasado juntos (apenas unas cuantas conversaciones) yo no era exactamente de su agrado.
-Ana.
La voz de Mikael me sacó de mis pensamientos.
-El conclave ha terminado- Informó – Puedes entrar a la casa.
El rostro de Mikael había cambiado en las últimas semanas, ya apenas quedaban unos pocos vestigios de los rasgos del cuerpo humano que había canalizado el primer día que habíamos descendido, sus facciones se hacían cada vez más pronunciadas dejando entrever la verdadera naturaleza de su rostro, de ese rostro imponente y fuerte que estaba retratado en miles de cuadros y esculturas famosas alrededor del mundo. Con el cabello negro, el único indicio que recordaba el cuerpo humano que poseía, porque su rostro era fuerte, con una amplia y cuadrada quijada, unos penetrantes ojos azul cielo, que resplandecían bajo la luz.
-De acuerdo, aunque prefiero quedarme aquí un rato más.
El único momento a solas que tenía para pensar, era aquel en el cual los arcángeles estaban en el conclave. Siempre salía al jardín trasero de la casa, que era amplio y lleno de grandes árboles y arbustos con diversas flores de colores surtidos, me gustaba aquel jardín, era como si en aquel lugar específico, el apocalipsis no existiese y yo solo fuese una humana más en la faz de la tierra, estando ahí, sin embargo, trataba de idear algún plan para llegar hasta Edrian, más debía admitir que no podía hacerlo sola, necesitaba la ayuda de alguien más poderoso, con más experiencia. Había intentado rastrear su energía por mí misma, pero resultaba casi imposible, era como si la estuviese bloqueando, tal vez eso era. Había escuchado, innumerables veces, hablar a Edrian sobre eso, cada vez que intentaba incursionar en la mente de Azhael o Gabriel, cuando nos conocimos, ocurría lo mismo.
-¿Te encuentras bien? – Inquirió Mikael con aire de preocupación – Has estado más callada que nuca estos días.
-Estoy bien.
-Entiendo que no debe ser fácil para ti, Ana – Dijo colocando la mano sobre mi hombro – Edrian sigue siendo una persona importante en tu vida, e imagino que aun no puedes verlo como realmente es.
-Sigue siendo Edrian – Siseé enojada.
-Te aferras a lo que solía ser, a la única imagen que tienes de él, es normal – Dijo en tono complaciente – Pero debes comprender que fue él mismo el que selló el destino de ambos. Por mucho que intente luchar contra lo que es ahora, la maldad dentro de él no se lo permitirá, es uno de ellos, lo quiera o no. Pensé que lo entendías.
Me negaba a creer en eso. Yo lo conocía, sabía quién era, ningún pacto podría cambiar eso. Su alma pertenecía a los demonios, pero él jamás dejaría que la maldad ganara, había mucha luz en él, y eso sería lo que combatiría cualquier oscuridad que intentara dominarlo.
-Lo entiendo – Mentí – Sé que no debo aferrarme a lo que solía ser Edrian, pero aun me cuesta verlo de esa manera.
-Es normal – Repitió – No debes culparte por sentirte de esa forma. El final está cerca, lograremos vencerlos, es solo cuestión de tiempo.
Sabía perfectamente a qué se refería. No hablaba del final de la guerra, sino del final del mundo tal y cual lo conocía. El juicio final era inminente ahora, no había nada que pudiese hacerse para detenerlo, y todos esperaban que cumpliese el rol que me correspondía en todo aquello.