CAPITULO III
Edrian
Las calles eran las mismas, no importaba hacia donde mirara. Las mismas personas una y otra vez, solo borrones de colores a mi lado. No importaba si huía de todos, si me escondía en el último rincón del planeta, siempre me encontraban, era como si estuviesen dentro de mí, gritando, pidiendo que me uniera a ellos, algo que nunca sucedería, a pesar de que mi cuerpo deseara responder a su llamado y encontrarlos a su vez.
-Edrian... Edrian...
-Ven con nosotros...
-No puedes esconderte, siempre sabemos dónde estás...
-Perteneces a nosotros...
-Ahora eres uno de los nuestros.
Las voces me atormentaban, eran cada vez más fuertes, al principio solo habían sido una especie de eco, pero ahora habían cobrado fuerza y estallaban dentro de mí, amplificadas, con mucha más potencia.
-Únete... eres nuestro...
-Ven a nosotros...
-¡BASTA! – Grité desesperado tratando de callarlas – Déjenme en paz.
Las voces cesaron enseguida, pero aun sus ecos permanecían en mi mente haciendo que la cabeza me palpitara del dolor. Perdía fuerzas cada vez que intentaba detenerlas, pero no podía dejarme consumir por ellas, debía combatirlas, alejarlas, o mi propia voluntad flaquearía, lo podía sentir. Cada vez que me hablaban, me incitaban, mi cuerpo deseaba hacerles caso, quería unirse a ellos; ya la imagen de Ana no era suficiente, su rostro aparecía borroso cada vez que lo imaginaba, lejano, distante, también eso había perdido.
-Edrian...
Alcé la vista rápidamente, esta vez no lo había escuchado en mi cabeza, estaba aquí, justo a mi espalda. Me giré lentamente... las manos me temblaron levemente precipitando el momento, reconocía esa esencia, no había duda alguna, era ella.
-Amy...
-¿Acaso esperabas a alguien más? – Inquirió alzando la cejo cínicamente – Tiempo sin verte, aunque no puedo decir que estés muy feliz de verme aquí.
-Lárgate – Bramé apretando los puños fuertemente, controlando la furia que comenzaba a embargarme.
-Esa no es forma de recibir a tus invitados, Edrian.
-Desaparece, Amy – Repliqué contenidamente, sintiendo cómo las uñas comenzaban a clavarse en mis palmas – Hazlo ahora...
-¿O qué? – Me tentó anhelante.
-O te juro que acabaré contigo – Repliqué, entre dientes, encolerizado.
El demonio rió sonoramente burlándose de mí. Su cabello negro azabache y enmarañado le caía hasta la espalda en incontables rizos. Cerré los ojos conteniendo el odio que corría desesperado por mis venas. Deseaba agarrarla por aquella cabellera, tan negra como la misma noche, y lanzarla contra la pared, romper ese cuerpo humano que habitaba, destruirla con mis propias manos.
En un abrir y cerrar de ojos, sin tener idea de cómo o en qué momento lo había hecho, tenía el cuello de Amy apretado entre mis manos. Sus gélidos ojos grises me miraban intensamente, a pesar de que la presión que ejercía, bien podía haber roto en mil pedazos la tráquea de cualquier humano.
-Hazlo – Susurró apenas – Sabes que lo deseas.
Su pecho se elevaba agitadamente, mientras respiraba el poco aire que apenas, pasaba por su garganta. Sus ojos brillaban de excitación, y eso solo lograba que deseara, aun más, apretar aquel cuello hasta que solo quedaran huesos pulverizados. Lo quería, lo deseaba con todas mis fuerzas, quería ver cómo se retorcía y gritaba de dolor mientras lo hacía.
-¿A qué esperas? – Inquirió sin aliento - ¡Hazlo!
Me concentré en el odio que bullía dentro de mí, dejé que me inundara, que llenara cada uno de mis poros, que me cegara por completo. Solo existía esa bestia asquerosa frente a mí, aquellos iris brillando en la noche oscura. Apreté fuertemente enseñando los dientes mientras mis labios se alzaban, parte de mi deseaba arrancar con mis propios dientes su carne. Apreté más y sentí el leve crujir de un hueso bajo mi palma...
-Hazlo – Insistió con las últimas fuerzas que le quedaban – Acabalo.
Apreté aun más. Amy ahogó una débil queja, pero no apartó los ojos de los míos, podía ver cuánto deseaba que la acabara. Ella lo quería, quería que la matara, me estaba tentando... la cólera comenzó a apaciguar poco a poco, ahora pensaba con mayor claridad, estaba cayendo en su trampa, eso era lo que ella buscaba, quería que dejara a la sangre demoníaca que había en mí, tomar control absoluto de mi cuerpo, y por un momento, casi lo había hecho.
La miré con asco mientras aflojaba la presión de mis manos. Amy suspiró aburrida, recuperando nuevamente sus fuerzas.
-Patético. Tanto poder desperdiciado.
-Lárgate – Dije dándole la espalda, sabía que no intentaría acabarme, eso no era lo que buscaba.
-¡Eres uno de nosotros! – Gritó enfurecida – Puede que aún no te des cuenta, pero perteneces a nosotros, Edrian. La sangre, que ahora corre por tus venas, va a dominarte y entonces no existirá más redención, serás parte de nosotros, es tu destino, siempre lo ha sido.
-¡Jamás! – Bramé golpeando una roca a mi lado.