CAPITULO IV
Ana
Castiel llevaba días organizando redadas en varías partes del país, los grupos de arcángeles se dividían por continentes tratando de disminuir los ataques, sin embargo, por lo poco que podía escuchar, nos estaban aniquilando, eran demasiados.
-Ana – Llamó Mikael saliendo de la sala de reuniones – Necesitamos hablar.
-¿Qué sucede? – Inquirí enseguida, con el pánico grabado en mi voz.
¿Sería sobre Edrian? ¿Lo habrían encontrado? ¿Estaba...? Miles de preguntas se formaron en mi mente, el miedo me inundó por completo, no le podía haber pasado nada, yo lo sabría, cada célula y poro de mi cuerpo, lo sentiría. ¿No es así?
-Castiel te quiere en la próxima reunión – Dijo en tono serio, parecía como si la idea no le hubiese gustado, y tal vez había sido así.
-¿A mí?
-Sí. Al parecer todo el conclave quiere que estés presente.
Lo miré, todavía sin creer lo que escuchaba, para qué podrían querer que estuviese presente, si después de todo, el hecho por el cual me mantenían alejada de todo era por mi relación con Edrian, sería acaso que de verdad los había logrado convencer de que ya no existía nada.
-¿Cuándo? – Pregunté inmediatamente.
-Cuarenta y cinco minutos – Replicó poco ansioso.
-Bien.
Mikael abrió los labios como queriendo decir algo, pero enseguida los volvió a cerrar. Lo miré fijamente durante unos segundos, pero no dijo nada. Di media vuelta en dirección a la casa, cuando sentí la piel fría de Mikael, cerrarse alrededor de mi brazo.
-No tienes que ir si no quieres – Dijo apresuradamente – No es necesario.
-Quiero ir, Mikael – Respondí rápidamente, sin siquiera pensarlo dos veces, no necesitaba hacerlo, sabía que no podría permanecer tranquila si no sabía lo que sucedía.
El arcángel me miró a los ojos fijamente, y por un momento, casi podría jurar que vi miedo dibujado en ellos. Nunca antes lo había visto así, eso solo lograba que mis ansias de saber lo que ocurría, crecieran incluso más, convirtiéndose en una especie de obsesión.
-Bien... - Dijo suavemente al final.
Mientras veía su figura alejarse en dirección a la casa, tomé asiento en uno de los bancos del jardín, necesitaba estar sola, ahora que estaba a punto de descubrirlo todo, simplemente no parecía poder permanecer tranquila. La tensión en la voz de Mikael, y la forma en la que me había mirado, me hacían sentir inquieta.
Cerré los ojos nuevamente e intenté concentrarme en la esencia de Edrian. Podía sentirla como si fuese la mía misma, me impregnaba, asfixiaba. Era su olor, como el de las plantas, dulce y cálido, fresco, natural... me embargaba el cuerpo por dentro. Su imagen se materializó en mi mente por un segundo. Él con su cabello negro azabache, su piel dorada, como aquellos modelos que aparecían en las revistas de surf, contrastando los colores en una amalgama de claroscuros. Estaba ahí, frente a mí. Alzó la mirada un instante, como si también me hubiese sentido a mí. Sus intensos ojos, ahora de un color que semejaba una mezcla entres azul y gris, atravesaron los míos. Era él.
Abrí los ojos, desesperada, y alcé los brazos tratando de alcanzarlo. Pero la visión desapareció tan pronto como llegó. Edrian se esfumó como un espejismo. Su esencia se desvaneció junto con su imagen, ya nada quedaba, ni un rastro. No había sido suficiente para localizarlo, no lo sabía controlar, mantenerlo. Necesitaba a alguien que sí pudiese, que me ayudase a controlarlo. Mikael lo había logrado una vez, y también lo había hecho Cristian, pero era imposible que llegase hasta él. Lo tenían prisionero en el sótano desde que nos habían descubierto en aquella encrucijada con Edrian, jamás me dejarían acercarme.
Traté de relajarme antes de dirigirme a la casa. La visión de Edrian aun me afectaba, pero necesitaba recobrar la compostura, debía mantenerme firme. Iría a la reunión y escucharía lo que tenían que decir, luego reuniría todo el valor necesario para poder hablar con Mikael, ya no podía seguir esperando, necesitaba encontrarlo.
Me encaminé a la casa con mi objetivo fijo en la mente. Encontraría a Edrian sin importar lo que me costase, esta vez no llegaría tarde.
-¡Ana!
-¡Uriel! – Exclamé al verla acercarse a mí.
-Así que decidiste venir, me alegra – Dijo pasando su brazo por mis hombros y encaminándome hasta la sala de reuniones.
-¿Qué está sucediendo? – Pregunté a su oído.
-Lo siento, pero no puedo decir nada por los momentos – Se excusó – Deberás escucharlo en el conclave.
Atravesamos las dos grandes puertas de madera de la sala. Dentro estaba el conclave. La enorme habitación había sido vaciada por completo, las paredes de madera lisa estaban casi desnudas, solo un enorme cuadro que representaba una copia del Juicio Final, que se encontraba en la Capilla Sixtina, recubría la pared principal de la sala. Su visión de alguna manera me inquietó. Eran las mismas figuras, el hombre y la mujer disputándose junto con los ángeles y los demonios, las almas que debían ser salvadas o condenadas. Lo contemplé por un largo momento sin moverme, hasta que sentí la mirada de alguien clavada en mí. Giré a mi izquierda y vi a Castiel, su rostro moreno, de tonalidades oscuras resaltaba increíblemente azules que tan bien conocía. El arcángel había posado sus ojos en mí inquisitivamente, casi como si esperara que comprendiese algo, o como si ya lo hubiese hecho. Por algún motivo mi memoria atrajo un antiguo recuerdo.