CAPITULO V
Edrian
Amy no había vuelto a buscarme, pero sabía que solo era cuestión de tiempo para que otros lo hicieran por ella. Cada día que pasaba, la urgencia por entregarme a lo que sentía, era cada vez más fuerte. Podía sentir las voces aumentando de intensidad en mi cabeza, llamándome y pidiéndome que fuese hasta ellos; no sabía durante cuánto tiempo más sería capaz de mantenerme alejado.
Había logrado ocultarme del mundo entero, pero era imposible ignorar lo que ocurría. Cada lugar que visitaba estaba siendo atacado, cada persona que pasaba a mi lado era poseída. El apocalipsis estaba aquí y era imposible negarlo. Los canales de televisión transmitían constantemente los centenares de catástrofes naturales que atacaban todas las zonas del mundo y los diarios locales narraban las incontables muertes repentinas o trágicas de varias de las personas más influyentes de los países. Los demonios estaban tras todo aquello, se estaban encargando de eliminar a aquellas personas que les impedían tomar el control completo de los diversos países, no solo buscaban un dominio sobrenatural, sino un dominio humano, desde todas las esferas posibles.
Ese había sido su plan desde un comienzo, tomar el poder total y absoluto, y yo no tenía idea de cómo detenerlos, eran demasiados. Aun así, lo único que sabía era que debía mantenerme oculto, alejado por completo de ellos. No lo hacía por miedo, aunque pudiese parecer eso, lo hacía porque era necesario, entendía la influencia que ellos ejercían sobre mí, y si les permitía acercarse, me tendrían bajo su poder; prefería estar muerto que ser utilizado como un títere por ellos.
Necesitaba un lugar seguro, y la única imagen que se formó en mi mente fue la cabaña. Aquella en la que había estado oculto con Anabel una vez, la misma en la que la había besado por primera vez, donde habíamos sido uno. Pero no, no podía, quería desechar esa idea de mi cabeza, no sería capaz de soportar su esencia continuamente, sería demasiada tortura; y sin embargo, no podía pensar en un lugar mejor. Solo existía un problema, mi sangre. Ya no era un ángel, no quedaba en mí ni un mínimo residuo de lo que solía ser, de eso estaba más que seguro, podía sentirlo fácilmente. Si antes me había costado acallar las voces que me incitaban al mal, ahora parecía casi imposible, necesitaba un lugar que las lograra apaciguar, que las mantuviese al margen. Ese era el lugar indicado, el único problema radicaba en sellar la protección, si no mezclaba la sangre de un ángel y un demonio en la entrada junto a las runas, no lo lograría, la cabaña estaría sin protección, cualquiera que me rastreara me encontraría. Sin embargo, había algo que podía hacer.
Las runas habían sido diseñadas con un único propósito, ser utilizadas por los ángeles, no obstante, yo había sido testigo de cómo los humanos habían hecho uso de ellas. Las habían utilizado como protección. Los demonios no podíamos acercarnos a ellas, la mera presencia de aquellos símbolos nos afectaba (Comenzaba a aterrarme la facilidad con la que me incluía entre ellos). No tenía idea de cómo iba a lograr traspasar aquellas runas incluso sin estar sellada la protección. Lo único que venía a mi cabeza era una posibilidad, y la misma, sonaba casi imposible.
Me concentré en el lugar en cuestión, fue demasiado fácil traer a mi memoria aquella cabaña abandonada, era como si solo hubiesen pasado dos días desde que había dejado aquel lugar. No me costó ni un minuto llegar hasta el borde del lugar sagrado. Aun podía distinguir las marcas del auto a través de los arboles, no eran visibles, pero estaban ahí, como las huellas de un fantasma. A medida que me acercaba distinguía también otras cosas, como la energía residual de Emil. Mi viejo amigo había visitado aquel lugar varias veces, había acompañado a Ana mientras yo me internaba en el infierno. Me dolía profundamente haberlo perdido, él no debía haber estado en aquel lugar aquella noche fatídica, su muerte no había sido necesaria, él ya no significaba ningún peligro para Lucifer, era un simple humano, su fuerza no era comparable, y aun así, en un abrir y cerrar de ojos, había acabado con la vida de mi hermano, mi mentor, el único que realmente me había comprendido.
La sangre hirvió efervescente dentro de mí, la furia que sentía por su pérdida comenzaba a consumirme rápidamente, deseaba destruir a todos aquellos que estuvieron involucrados en su muerte. Acabar con ellos, hacerlos sufrir. La maldad comenzaba a llenarme por completo, sumiéndome en una oscuridad insondable. Las voces en mi cabeza se hicieron más fuertes, atormentadoras.
-Mata.
Exclamaban al unisón.
-Asesina, destruye...
Me concentré en las voces, dejando que me llenaran, que se apoderaran de mí.
-Ven por nosotros, hazlo. Destrúyenos.
Las voces me llenaban de una fuerza indescriptible, me consumían, me asediaban.
-Basta... - Susurré por lo bajo intentando detenerlas – Basta...
Cerré los puños en un intento de calmarme, sentí mi propia piel romperse bajo la presión, pero nada importaba. Grité colérico mientras un aura negra me rodeaba. Un presencia maligna me guiaba, el aura consumía todo a su paso, cada yerba, cada árbol o arbusto a mi alrededor quedó consumido, completamente seco de raíz, como si hubiesen sido víctimas de un fuego infernal.
-¡BASTA! – Bramé colérico - ¡BASTA!
Me tomó toda la fuerza que poseía intentar detener aquella urgencia de sangre. Todo mi interior gritaba por venganza, por dejarme llevar por aquel sentimiento de vacío en el que solo existía una sensación, el odio. Pero, finalmente, fue como el término de una tormenta, después de aquella explosión llegó una calma inexplicable, una sola esencia comenzó a llenarme, a darme nuevamente una razón para detenerme, el aroma de Ana. Su energía era débil en aquel lugar, supuse que era porque su cuerpo nunca estuvo entre aquellos árboles, pero sabía que la cabaña estaría llena de su aroma, me abrumaría, pero sentía que era lo único capaz de calmarme.