CAPITULO VII
Edrian
Las runas habían logrado repelerme en varios intentos. Al parecer no podía acercarme a ellas, mi toque funcionaba como una alarma, una especie de sensor que las activaba y me lanzaban a metros de distancia en el aire.
Sabía lo que debía hacer, pero era una posibilidad entre miles de que lo lograra, aun así necesitaba intentarlo. Me levante por decima vez del suelo y caminé hacia el arco nuevamente. Podía sentir cómo mi piel reaccionaba con la proximidad de las runas, se repelían, me hacían sentir débil y nauseabundo.
Estiré la mano esta vez sin tocar el arco, podía sentir la leve corriente eléctrica chisporrotear intentando alcanzarme. Concentré toda mi fuerza en romper el poder de las runas, pero parecía imposible. Me estaba comenzado a sentir casi humano, podía sentir la debilidad, el dolor; más no podía detenerme.
Sentí inmediatamente cuando atravesé la protección. Mi piel hirvió descontroladamente contra mi ropa, caí al suelo. Aullé del dolor mientras destrozaba la tela que me cubría. Entre la agonía pude distinguir mi torso desnudo; sobre la piel brillaban incandescentemente centenares de símbolos luminosos. Eran las runas, mi piel las estaba absorbiendo, me estaba uniendo a ellas, era la única forma de debilitar su poder, absorbiendo su energía, sin embargo, hacerlo suponía perder yo la mía.
Las marcas me quemaban el cuerpo por dentro y fuera, era uno de los dolores más insoportables que había sentido en toda mi existencia, estaba perdiendo el equilibrio, no podía levantarme del suelo. La vista se me nublaba, me costaba mantener la mirada concentrada en un punto específico, los colores apenas se podían distinguir entre el torbellino de imágenes que se formaba en mi cabeza, pero las imágenes seguían envolviéndome, el dolor aumentaba a cada segundo imposibilitando mi concentración; cerré los ojos fuertemente tratando de mantener la cordura, pero el dolor pudo más, y pronto lo colorido del paisaje se fundió en la más oscura negrura.