CAPITULO VIII
Ana
No estaba dispuesta a renunciar tan fácilmente, sabía que aun existía una posibilidad por muy leve que fuese.
La casa estaba atestada de ángeles, la noticia de que habían invocado a los Sefirot se había corrido y todos se preparaban para la guerra. Conseguir un lugar donde mantenerme oculta no era nada fácil, en cada rincón había siempre alguien y todas las miradas estaban clavadas en mi rostro, un rostro que ahora estaba marcado. No lo había notado si no hasta que salí del salón y me contemplé en un espejo, las frentes de los arcángeles no habían sido las únicas en lucir símbolos extraños, debí haberlo imaginado desde un comienzo, pero verlo por mí misma había resultado traumatizante.
Mi reflejo en el espejo mostraba una leve variación, en mi frente estaba dibujada delicadamente una especie de triple espiral que se unía en el centro. Pasé largos minutos observándome en el espejo, frotando una y otra vez mi piel, en un vano intento por borrarla, pero seguía ahí, como si estuviese dibujada en tinta indeleble, traté de ocultarla con el cabello, dejando caer un pequeño flequillo que la disimulara.
-¡Ana! – La voz de Uriel llegó hasta mí, desde la otra esquina de la casa.
En menos de un minuto ya estaba frente a mí, con su usual traje de pantalón blanco, su largo cabello amarrado fuertemente en una coleta y ahora la brillante marca en su frente.
-Lamento lo que sucedió en el conclave – Dijo disculpándose – Debimos haberlo dicho antes, pero era una orden superior y no había forma de desobedecerla.
-Entiendo – Respondí, aunque la verdad es que todavía seguía furiosa.
-Debes comprender que necesitamos toda la ayuda posible para detener lo que está ocurriendo – Se excusó nuevamente – Necesitamos el poder de los Sefirot, es lo único que podría igualar a los demonios.
No quería seguir hablando, estaba furiosa, pero una pregunta me asaltó inmediatamente.
-¿Te sientes diferente? – Inquirí rápidamente – Es decir, ¿Has cambiado en algo desde que eres una Sefira?
-¿No lo has hecho tú?
La miré por unos segundos tratando de encontrar las palabras correctas. Uriel seguía observándome inquisitivamente a través de sus largas pestañas.
-Me siento... Mmm... más fuerte, quizás – Respondí mordiéndome el labio, no sabía cómo explicarlo – Es confuso, siento que mi cuerpo es más ligero, pero eso no implica que sea más débil, todo lo contrario, me siento capaz de cualquier cosa.
-Ese es el poder de los Tronos – Explicó – Una vez que entra en nosotros, recibimos parte de sus poderes, de su energía. Somos más ligeros porque estamos de alguna forma entre dos planos de existencia diferentes, seguimos en la tierra porque nuestro cuerpo humano nos detiene aquí; pero nuestro espíritu es dos veces más incorpóreo que antes, somos más energía que cuerpo humano, no sé si me entiendes.
La miré confusa, comprendía parte de lo que me estaba diciendo, pero todavía no podía asimilar que hubiese otra entidad en mi cuerpo aparte de la mía.
-Cuando poseíste ese cuerpo – Continuó tratando de explicarse mejor – La humana que antes lo tenía seguía ahí contigo, incluso aunque no tuviese control sobre el mismo, pero podías sentirla ¿Cierto?
Asentí inmediatamente, lo recordaba.
-Pero poco a poco, tu espíritu fue doblegando el espíritu humano hasta que finalmente ella dejó de hacerse sentir. Ya no escuchas su voz, ni sientes lo mismo que ella. Su energía dejó el cuerpo, más una vez que tu lo desocupes volverá, a menos que haya pasado demasiado tiempo. En ese momento eras más humana que ángel porque tenías un cuerpo mortal y un espíritu mortal; ahora es lo opuesto; ese cuerpo posee dos energías ajenas a él, dos fuerzas angelicales, por lo que ahora eres incluso menos humana que cualquier otro ángel. No hay nada terrenal en ti ahora.
-Pero mi cuerpo... - Interrumpí sin saber que decir.
-Tu cuerpo es solo un recipiente, no te pertenece – Explicó – Puedes dejarlo en cualquier momento y moverte a través del mundo entero si así lo deseas, a eso es a lo que me refiero cuando digo que estamos entre dos planos existenciales. A que existes y a la vez no, no podemos morir como los demás ángeles porque ahora no existimos de la misma forma que ellos.
-¿Puedo dejar mi cuerpo?
-Todos podemos hacerlo –Concedió – Más, sin embargo, no es recomendable, hay una razón por la cual los Tronos solo pueden descender a la tierra a través de un cuerpo habitado por un arcángel, necesitan nuestra energía para contener la de ellos. Si dejamos los cuerpos humanos, no seríamos capaces de controlar a los Sefirot, el poder sería devastador.
-¿Tomarían el control? – Inquirí asustada.
-Nadie tendría el control – Objetó mirándome directamente a los ojos.
La observé mientras mi cuerpo se erizaba. La sola idea de perder el control total de mis acciones me aterraba. No podía deshacerme del Sefirot, mi única opción era retenerlo en el cuerpo humano hasta que estuviese listo para dejarlo por sí solo. Sin embargo, a pesar de lo mucho que me asustaba lo que me había ocurrido, comenzaba a ver una pequeña ventaja en todo, ahora era mucho más poderosa que antes, y sabía exactamente lo que tenía que hacer con mis nuevos poderes.