Redención

Capítulo X

CAPÍTULO X

Ana

-Ana... Ana, ¿Estás bien? Por favor responde...

Sentía que me llamaban a lo lejos; pero no podía apartar la vista de aquella visión tan aterradora. Estaba de pie frente a centenares de demonios preparados para luchar. Podía escuchar sus gritos y los de todos los ángeles parados a mí alrededor. Pero lo que más me aterraba de aquella escena, era la figura de un Edrian completamente distinto y terrorífico, liderando las tropas demoníacas.

Estaba paralizada del miedo, aquella escena apocalíptica y premonitoria, me había dejado helada. Nunca sería capaz de borrar de mi mente la forma en la Edrian me miraba, con sus ojos cargados de un odio y una furia desconocida.

-Ana...

Sentía que sus labios se movían, que llamaban mi nombre, pero aquel no era Edrian, yo lo sabía.

-No eres Edrian – Bramé aterrada con apenas un hilo de voz.

-Ana... Ana

-Basta – Rogué al cielo por que todo eso acabara, no podía seguir viéndolo.

-Ana... despierta...

Sí, despertar, eso era lo que quería. Sentía que estaba en un sueño, aquello no podía ser real, Edrian no estaba frente a mí dispuesto a aniquilarme, aquel no era el hombre que yo conocía.

-Despierta Ana, por favor, responde...

Despierta, despierta, dije inconscientemente para mí misma. Cerré los ojos fuertemente, obligándome a borrar aquellas imágenes, a pensar en otra cosa. Mi mente voló a un lugar conocido, un lugar dónde todo era paz, dónde estaba el Edrian que de verdad conocía. La forma de la cabaña se dibujó a lo lejos; estaba en el lugar sagrado, aquel en el que me había escondido con Edrian hacía ya mucho tiempo. Todo parecía tan irreal, y sin embargo, una paz y una tranquilidad desconcertantes me envolvieron y me hicieron sentir más tranquila que nunca.

-Ana, abre los ojos...

Ya no quería escuchar esa voz, quería que me dejara en paz, ¿Es que a caso no entendía que ahora estaba feliz?, que pronto llegaría Edrian para estrecharme entre sus brazos.

-Ana, por favor, abre los ojos...

Una bruma, como si se tratara de neblina, comenzó a borrarlo todo, a llenar aquel espacio de un humo blancuzco que opacaba mi vista. No, no quiero despertar, déjame, grité fuertemente; más la neblina seguía llenándolo todo, cubriendo para siempre el paisaje.

-Gracias al cielo – Escuché resoplar a una voz – Creí que te había perdido.

Me costó unos segundos lograr ubicarme. Estaba tendida en el suelo, en una acera deshabitada y asquerosa, y Cristian estaba arrodillado a mi lado sosteniendo mi cabeza.

-Las runas te debilitaron demasiado – Dijo meneando la cabeza en son de reproche.

-¿Dónde estamos? – Pregunté mirando de reojo a mí alrededor.

-No lo sé – Cristian se encogió de hombros ante mi pregunta– Tú nos trajiste aquí.

-¿Yo? – No recordaba mucho, mi mente aun estaba un poco trastornada por las imágenes que había contemplado, me costaba ubicarme en el tiempo y el espacio.

Miré a mí alrededor, tratando de reconocer aquel lugar. Había algo familiar en aquellas calles y aquellos edificios, pero todo estaba tan cambiado, las paredes pintadas, autos quemados o chocados en cada esquina, arboles enteros tirados en el suelo; aquel lugar parecía sacado de una película de alerta biológica, estaba esperando ver aparecer a los zombis por alguna de las esquinas en cualquier momento, sin embargo, sabía que aquello no distaba mucho de la realidad. Las calles no estaban pobladas por muertos vivientes, pero parecía en sí misma una ciudad perdida, donde cada habitante había muerto.

Sabía que después de que se abrieron por completo las puertas del infierno, y todos los demonios comenzaron a vagar por la tierra a sus anchas, millones de personas murieron y centenares más se escondieron en sus casas, refugios antibombas, o se resguardaban en grandes centros de acogida. Ya no valía la pena simular que nada estaba ocurriendo, los mismos humanos se había dado cuenta y muchos de ellos incluso se había organizado para luchar contra los demonios, los ángeles no estábamos solos en esto, pero aun así no podía dejar de pensar en la cantidad de vidas que se habían perdido solo para que el destino de Edrian y el mío se cumpliera.

-Creo que estamos en mi antigua calle – Respondí tratando de ponerme de pie – Fue lo único en lo que pude pensar cuando desaparecíamos.

-Todavía no logro comprender cómo fuiste capaz de romper las runas.

-No lo sé – Admití frotándome el rostro tratando de aclaras mis ideas. Palpé con mis dedos la marca que llevaba en la frente y supe enseguida, por la forma en la que se dilataron las pupilas de Cristian, que él también la había visto.

-Eres una Sefira – Dijo dando un paso atrás asustado.

-Lo sé – Dije mirándolo a los ojos sorprendida por su reacción.

-No lo entiendes – Replicó aun asustado – Llevas la marca del Trono, el Trikel.

-¿El qué?

Cristian me miró con la boca abierta por un par de segundos antes de responder.

-El trikel – repitió – El símbolo más poderoso que existe. No lo comprendes, lo que el Trikel o Triqueta representa es el número sagrado. Tres son las etapas de la vida espiritual: Vida terrenal, muerte física y vida eterna. Tres son las etapas de todo proceso: Principio, desarrollo y fin. Tres son las polaridades: Positivo, neutro y negativo. Tres son las magnitudes temporales: Pasado, presente y futuro. Tres partes forman al hombre: Cuerpo, alma y espíritu - Hablaba tan rápido que me costaba comprenderlo – Eres el ser más poderoso en la tierra en estos momentos, fuiste marcada por la triada de Tronos. Los ángeles no te dejarán escapar así tan fácil, deben estarnos buscando en este momento y si los demonios se enteran, si descubren en lo que te has convertido... - Cristian parecía incapaz de continuar, me miraba a los ojos aterrorizado – Comenzará la casería Ana, no dejarán que continúes con vida. Debes volver con los ángeles, busca a Mikael, no puedes estar desprotegida.




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