CAPÍTULO XIV
Ana
Cerré los ojos fuertemente concentrándome en la energía de Edrian, en lo único en lo que podía pensar. Su olor impregnó todos mis sentidos, fue como una droga, una especie de inyección de adrenalina que aceleró todos mis sentidos. Los recuerdos de su rostro, sus ojos, sus labios, sus besos... Cada caricia y palabra que había pronunciado, llenaron mi cabeza momentáneamente de centenares de imágenes.
Me concentré en esa sensación de júbilo que comenzaba a llenar mi cuerpo, sabía que solo faltaban segundos para volver a ver su rostro, para poder abrazarlo nuevamente, para salvarlo a él y a mí de un destino que podía ser cambiado, que debía ser cambiado.
Sentí la ráfaga de energía convirtiendo mi cuerpo en pequeñas partículas casi invisibles ondeándose en el viento. Su esencia funcionaba como una brújula indicándome el camino exacto que debía seguir para encontrarlo finalmente. Después de tantos meses separados, de semanas anhelando su toque, de días rogando por volver a verlo; la figura de una cabaña antigua, pero muy conocida, se dibujó en mi mente tan nítida como la imagen de un televisor. Mi cuerpo entero la reconoció al instante, estaba ahí, en el mismo lugar donde habíamos estado juntos por primera vez; en nuestra cabaña, nuestro lugar sagrado.