Redención

Capítulo XVII

CAPÍTULO XVII

Ana

Estábamos de pie frente al arco de piedra. Se sentía tan extraño estar parada en aquel lugar nuevamente; seguía estando igual que siempre, pero tantas otras cosas habían cambiado; comenzando por mí misma. La última vez que había pisado aquel sitio mi cuerpo había sido otro, seguía siendo humana, Edrian estaba conmigo. Ahora todo parecía parte de una extraña y bizarra broma cósmica. El hombre que amaba estaba a solo metros de mí, podía sentirlo en todas mis terminaciones nerviosas, estaba ahí, sin saber que yo lo estaba buscando, sin sospechar que esa noche por fin estaríamos

—¿Piensas quedarte parada toda la noche ahí sin hacer nada? —inquirió Cristian a mi lado, aún enojado por haber accedido a acompañarme.

—Solo dame unos minutos, ¿Quieres? —protesté exasperada.

—Llevas todo el día rogándome por acompañarte, y ahora que estamos aquí me pides unos minutos... ¡Genial!

Hice caso omiso a su comentario, nada de lo que pudiera decir arruinaría aquel momento. No sabía exactamente por qué motivo me sentía tan nerviosa; eso era lo que siempre había querido, encontrar a Edrian, y ahora por alguna razón, cruzar aquella protección me costaba la vida entera.

—Hazlo de una vez —resopló cansado.

—Ya cállate —espeté sin voltear.

Tomé aire profundamente (a pesar de que no lo necesitaba, era más una simple costumbre que necesidad) y coloqué mi mano sobre las runas del arco. Mi piel ardió más fuertemente que nunca, aquella roca parecía estar rodeada de una energía demasiado siniestra, demasiado poderosa. Aparté la mano enseguida observando las marcas que habían quedado en mi piel.

—¿Qué sucedió? —preguntó Cristian acercándose a mí — ¿Por qué no las has roto?

—No lo sé —admití—. La protección es demasiado poderosa.

—Imposible, eres una Sefira, puedes hacerlo.

—No sé si pueda —repliqué alejándome del arco asustada.

—Ana —dijo Cristian acercándose aun más a mí —. Puedes hacerlo.

Para mi asombro me encontré negando una y otra vez con la cabeza.

—No puedo—refuté alejándome aún más —. Esto es un error, no deberíamos estar aquí, tenemos que irnos.

—Ana, escúchame —pidió, pero no quería hacerlo, no quería tener nada que ver con aquello, algo estaba mal, muy mal—. Es normal que tengas miedo.

—No es eso —aseguré—. No tengo miedo, es solo que esto está mal.

—Ana —llamó nuevamente, esta vez tomándome por los hombros—, está bien que tengas miedo, eso quiere decir que la Sefira aun no ha tomado el control completo de tu cuerpo, sigues siendo tú. Entiendo que estés nerviosa, es Edrian quien está ahí. Sé lo que te he dicho acerca de él, y es normal que temas encontrarlo y descubrir que ya no sigue siendo el mismo, pero si no lo haces, si no entras... Te arrepentirás por siempre.

Permanecí en silencio durante unos segundos. Sus palabras aun daban vueltas en mi cabeza, no sabía qué hacer; parte de mí deseaba huir con todas sus fuerzas, pero otra parte, la que aun tenía esperanzas, se negaba a desistir.

—¿Y qué si ya no es Edrian? —pregunté casi sin voz, aterrorizada como una niña en la oscuridad.

Aquella pregunta salió sin poder contenerla; era mi miedo hablando, el pánico que sentía por descubrir que quizás habría perdido a Edrian para siempre.¿ Qué sucedía si rompía la protección y entraba a la cabaña? ¿Qué encontraría?... ¿A Edrian... O a una versión maligna de él?

—Tengo miedo —admití en un susurro mientras me echaba a los brazos de Cristian.

—Lo sé, pero todo estará bien —dijo tranquilizadoramente —. Yo estaré aquí contigo, no estás sola.

Sentía tanto miedo que no quería soltar aquel abrazo, era lo único que me retenía, que evitaba que tuviese que enfrentar mi peor pesadilla; pero fue Cristian quien lo rompió, fue él quien me alejó y me puso frente al arco nuevamente.

—No estás sola —repitió.

Busqué fuerzas donde no habían y me acerqué nuevamente al arco. La roca brillaba tenuemente bajo la luz de la luna; era el momento decisivo, después de tanto tiempo por fin descubriría la verdad. Alcé la mano temblorosa hasta la roca, y presioné fuertemente mi palma sobre ella. El ardor me escoció la piel, pero lo ignoré, sabía finalmente lo que debía hacer. Me concentré fuertemente en romper aquella protección que me separaba de mi único objetivo. La piedra bajo mi mano comenzó a brillar y temblar descontroladamente; una leve descarga eléctrica recorrió mi mano y pasó a través de la roca haciéndola quebrarse en dos pedazos. Un suave "Crack" avisó que la protección se había roto.

—Muy bien —dijo Cristian a mi espalda—. Es hora.

Atravesamos el arco lentamente, atentos a cualquier ruido que pudiese alertarnos sobre algo. La noche estaba calmada, ni siquiera los arboles se movían... Una suave y casi inexistente brisa me movió el cabello y me erizó la parte de atrás del cuello.

Caminamos lentamente midiendo nuestros pasos, a cada zancada el miedo aumentaba, pero también las ansias de verlo. La cabaña se dibujo ante nosotros como pintada por sombras tenues, mi corazón humano palpitó por primera vez en días; una sola palpitación que me hizo vibrar el pecho.




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