Redención

Capítulo XVIII

CAPITULO XVIII

Edrian

Sentía que la cabeza me iba a estallar. Tenía todo el cuerpo adolorido ¿Qué demonios había pasado? Lo único que recordaba era haber sido atacado, habían logrado romper la protección de la cabaña apenas hube entrado en ella, no sabía cómo lo habían hecho, lo único de lo que estaba seguro era de que habían logrado atacarme. Todo seguía a oscuras, no podía ver nada aunque lo intentara. Traté de ponerme en pie, pero la cabeza no dejaba de darme vueltas.

Escuché un leve gimoteo a unos metros de mí. Me puse de pie enseguida ignorando el dolor y corrí en dirección al ruido con el athame en la mano. Choqué contra algo sólido y eléctrico que me lanzó hacía la pared nuevamente mientras extrañas luces brillaban bajo mis pies. ¿Estaba acaso en un círculo de runas? ¿Habían sido los arcángeles los primeros en llegar a mí? La cólera hirvió en mis venas, me levanté furioso y arremetí contra la pared invisible, pero por mucho que lo intentara no podía romperla. Vi a lo lejos una figura que salía de entre las sombras y se acercaba a mí. Preparé la Custodis en mi mano y me llené de toda la fuerza de la que fui capaz; fuese quien fuese no dejaría que llegara hasta mí. La figura se acercó aún más. Apreté la daga dispuesto a arremeter contra quien fuese. Estaba a solo pasos de mí, pero las luces que brillaban en el suelo apenas la tocaban.

—Baja el athame, Edrian—replicó la voz, y cada una de mis terminaciones nerviosas tembló descontroladamente, ¿Podría ser esa realmente su voz?

—¿Ana?

El athame cayó instantáneamente de mi mano en cuanto las luces de las runas me mostraron su rostro. No importaba que no siguiese poseyendo el mismo cuerpo en el cual la había conocido, solo me bastó un segundo para reconocer su esencia. Era ella, esta vez no estaba soñando, Ana estaba finalmente frente a mí.

—No intentes romper la protección —advirtió—. No podrás hacerlo.

Apenas podía entender lo que decía, solo podía pensar en el hecho de que estuviese ahí, de pie, conmigo. Quería tocarla, besarla una última vez. Me acerqué a ella con la mano extendida, pero algo me detuvo; las runas, las había olvidado por completo, estaba atrapado.

La miré confundido por unos segundos. ¿Por qué había grabado aquella protección en el suelo? ¿Por qué no me dejaba tocarla? Había venido por mí, así que no podía comprender por qué me miraba de aquella forma. No me tomó mucho tiempo entenderlo, no estaba ahí por mí, sino para acabarme, para atraparme... Quizás era lo mejor, prefería morir en sus manos que hacer lo que todos esperaban y destruir el mundo.

—Hazlo de una vez —dije resignado, ya no tenía sentido seguir con vida—. Mátame.

Ana me observó detenidamente durante unos segundos. Había confusión en su mirada, o al menos eso parecía, no entendía por qué se tomaba tanto tiempo, a menos claro, que estuviese esperando refuerzos. Quizás la dejaron ir a ella porque sabían que sería la única capaz de encontrarme, la única en contra de quien jamás ejercería ningún tipo de resistencia.

—¿Esperas a Mikael y a Castiel? —inquirí con sorna— Preferiría que lo hicieses tú sola si no hay problema. Como último deseo, ya sabes.

Me costaba pronunciar las palabras, más aun cuando sabía que quizás sería lo último que le diría; pero era la verdad, por mucho que me doliese prefería que fuese ella quien acabara con todo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó con autentica confusión.

—Estás aquí para asesinarme, ¿No? —preguntó sin inmutarse— Hazlo de una vez, prefiero que seas tú quien lo haga.

—No sé de que hablas, no... —me miró aún más confundida e indignada— No estoy aquí para asesinarte, yo... ¿Cómo crees que...? Por el cielo, Edrian... Pensé que me conocías... Cómo...

—¿No viniste por mi? —pregunté ahora yo confuso. Una leve esperanza estaba comenzando a crecer en mí, pero me valí de la poca fuerza que me quedaba para destruirla.

—Por supuesto que vine por ti —resopló sin dar crédito a mis palabras—, pero no vine a asesinarte...

—Entonces, ¿Puedes explicarme por qué estoy en un circulo de runas?

—Fuiste tú quien casi nos mata a nosotros, por si lo olvidaste.

—Yo no... —me detuve en seco enseguida — ¿Nosotros? ¿Quién más está aquí?

—Cristian...

La sangre me hirvió nuevamente, recordaba muy bien aquel nombre. Él había estado junto a Ana la noche en la que había hecho el pacto con Lilith. Recordaba perfectamente la forma en la que la tocaba y la miraba.

—¿Qué hace él aquí? —bramé con odio.

—Él me ayudó a encontrarte —dijo cortante —, además, si no hubiese sido por él, Castiel y Mikael te habrían encontrado primero.

—No necesito su ayuda y tampoco la tuya —me arrepentí al segundo de decir aquello, pero ya era demasiado tarde.

—Sí, eso puedo verlo —replicó dolida, aunque lo disimuló —. No sé que estaba creyendo al venir por ti, es obvio que todos tenían razón, no eres ni la sombra del Edrian que conocí.

La vi dar media vuelta y desaparecer entre la oscuridad.

—Ana... ¡Ana! Lo siento —estaba desesperado, no quería perderla—. Por favor, regresa, lo siento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.