Redención

Capítulo XIX

CAPITULO XIX

Amy

—Todo está preparado —anunció Azahel acercándose a mí.

—¿Sabes cómo encontrarla? —inquirí desconfiada, no podía permitirme ningún error, era necesario que todo saliera a la perfección.

—Sí, tengo lo que necesito —aseguró— ¿El amo se encuentra aquí?

—Sí, acaba de llegar.

Pude sentir la tención en su quijada, era obvio que él también estaba nervioso; todos lo estábamos. La legión completa de demonios estábamos reunidos en una casa antigua y abandona en las afueras de la ciudad, era hora de comenzar a planearlo todo. Los demonios inferiores habían estado haciendo estragos en todas las ciudades del mundo, la mayoría de los humanos habían comprendido finalmente que estábamos entre ellos, que éramos muchos y fuertes y que poco a poco iríamos ganando aún más poder. Su miedo nos alimentaba, nos daba fuerzas, pronto tendríamos lo que siempre habíamos deseado, la tierra nos pertenecería, dejaríamos de estar confinados a vivir en el infierno o haciéndonos pasar por uno de ellos; finalmente dominaríamos a la raza humana para siempre.

—Amy...

Uno de los demonios se acercó a mí de entre la multitud.

—El amo ha pedido verte...

Todos se pusieron tensos al instante, sabíamos para qué me llamaba. Tenía una única misión y aún no lo había logrado, no había atraído a Edrian a nuestro bando todavía y todos sabíamos el tipo de castigo que nos esperaba si no cumplíamos nuestras órdenes. Caminé despacio adentrándome en la multitud de cuerpos reunidos en el centro de la habitación. Los demonios se iban alejando a medida que me acercaba, como si fuese la portadora de malas noticias, como si fuese una enferma terminal de la que debían alejarse. Ignoré las miradas, aunque cada parte de mi cuerpo humano temblaba del pánico, y seguí adelante hasta traspasar el umbral que llevaba a la otra habitación.

El amo estaba de espaldas, apoyado en un viejo sillón de una sola persona. No había nadie más en la habitación salvo él y yo. La puerta se cerró fuertemente a mi espalda y se hizo el silencio más absoluto de todos.

—Señor —llamé aterrada.

La figura no se movió ni una pulgada del lugar en el que se encontraba.

—Señor —repetí con voz temblorosa—. Sé que debía traer a Edrian, lo he intentado, pero...

—Vendrá a nosotros, al final lo hará —respondió restándole importancia—, es solo cuestión de tiempo, tenemos algo que él desea.

Seguía sin darme la cara. Caminó hacia la ventana más cercana y contempló la luna, que brillaba rojiza, en el oscuro firmamento. No sabía si dejarlo solo o esperar nuevas órdenes.

—¿Señor? —llamé suavemente rogando no hacerlo enojar— ¿Me necesita para algo?

El amo inclinó la cabeza hacia la izquierda sin decir nada. No me atreví a volver a pronunciar palabra.

—¿Consiguieron a la chica?

—Sí, señor, Azahel la localizó —dije rápidamente.

—Perfecto...

Guardó silencio nuevamente. Me di media vuelta lentamente y me dirigí a la puerta.

—Este cuerpo ya no me está funcionando —lo escuché quejarse a la vez que se volteaba y mostraba el rostro del arcángel—. Gabriel se está haciendo cada vez más fuerte.

Podía ver un leve destello azul en los ojos de Lucifer, si el arcángel volvía a tomar posesión del cuerpo, entonces nuestro amo sería expulsado.

—Debe deshabitar el cuerpo —exclamé—. Comienzo a ver la sombra del arcángel.

—No puedo, aún lo necesito—replicó contorsionando el rostro con dolor—. Se hace fuerte, pero pronto yo seré aún más fuerte que él, pronto me dirá todos los secretos que necesito conocer.

—Señor, es peligroso.

—Puedo manejarlo —aseguró volviendo a tomar control del cuerpo—. Por cierto, Edrian vendrá a nosotros, de eso no me cabe duda, solo que no será gracias a tus esfuerzos; una vez que obtenga la información que necesito, sé que vendrá a mí.

—Señor, lo he intentado, lo juro —sollocé asustada, conocía esa mirada, sabía lo que venía a continuación—. Por favor, se lo ruego...

Lucifer se acercó lentamente a mí, con su mirada contrariada clavada en la mía.

—Mi querida Amy —dijo suavemente—. Sabes cuánto me duele tener que hacer esto. Ustedes son mis hijos, pero es necesario que aprendan disciplina. Si no te castigo por tu falla, entonces todos creerán que pueden errar y no ocurrirá nada. Es necesario que sientan temor de fallar, el temor nos da respeto y el respeto nos da soldados perfectos ¿Qué sucedería si no me respetaran?

—Amo, por favor —rogué dejándome caer de rodillas.

—Amy, Amy... —dijo suavemente tocando mi rostro— Esto me dolerá más a mí que a ti.

Sentí el fuego de mil infiernos quemar mis venas mortales. El ardor arrasaba con mis terminaciones nerviosas escociendo como veneno en la sangre. Aullé de dolor mientras me retorcía en el suelo. Sentía que mi cuerpo estallaba en millones de virutas diminutas y mi piel era reducida a la nada. Era un dolor agonizante. Abrí los ojos y contemplé a Lucifer, aún frente a mí y con una sonrisa en el rostro. Sus labios se movieron lentamente formando una sola palabra... "Respeto".




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