Redención

Capítulo XXI

CAPÍTULO XXI

Kenia

—¡Doc! —llamé desde una de las esquinas la fábrica abandonada— ¡Necesito tu ayuda, es Fabio!

Vi correr rápidamente la figura del Doc hasta nosotros. Se movía con bastante agilidad a pesar de su edad, pero comenzaban a notársele las marcas de cansancio en el rostro.

—¿Qué le sucedió? —gritó entre los ruidos de la pelea.

—Uno de los demonios le arañó la espalda—informé sosteniendo al herido entre mis manos – Está hirviendo en fiebre.

El Doc le dio la vuelta rápidamente hasta conseguir la espalda de Fabio toda desgarrada. Sacó una jeringa y un par de vendas de su maletín; necesitaba moverme, la pelea continuaba y nos estaban dando una paliza.

—¿Estará bien? —inquirí poniéndome en pie.

—No lo sé —dijo clavando la jeringa en su espalda—. Es una herida de depredador, sus zarpas son ponzoñosas, espero que el antídoto resulte.

—¡Tengo que irme! —exclamé sacando mi pistola del cinto— Intenta moverlo hasta la camioneta. Si no puedes solo, pide ayuda, volveré en unos minutos.

Dejándolo atrás, corrí hasta el centro de la fábrica donde una veintena de demonios depredadores estaban atacando a nuestros hombres. No tenía tiempo de detenerme a marcar ningún objetivo, nos estaban aniquilando rápidamente. Disparé a diestra y siniestra a cada criatura que se acercaba a mí.

—¡Kenia!

Escuché que gritaban mi nombre entre la masa de luchadores, pero no logré alcanzar a ver quién era. Seguí disparando, y a medida que lo hacía, los depredadores aullaban y estallaban en millones de partículas negras. Uno de ellos estuvo a punto de rozarme con sus garras, pero me moví justo a tiempo.

Divisé entre la marea de cuerpos a John, estaba disparando a dos de los depredadores que lo tenían acorralado.

—¡Tenemos que anunciar retirada! —le grité, corriendo hasta donde se encontraba.

Uno de los depredadores se dio media vuelta y me encaró. La bestia peluda e inmensa, me hizo recordar a la leyenda de pie grande, semejaba un oso pardo, solo que se movía únicamente en dos patas y sus fauces eran inmensas y pobladas de cientos de colmillos amarillentos y puntiagudos, y cada una de sus extremidades superiores terminaba en cuatro filosas zarpas ponzoñosas.

Alcé mi pistola y apreté el gatillo tres veces dándole justo en el pecho y la sien. Las virutas negras cayeron sobre mí como una lluvia de ceniza. Su punto fuerte no era la inteligencia, eran seres inferiores en cuanto a coeficiente, pero siempre atacaban en manadas, lo cual nos dificultaba un poco las cosas.

—¿Cómo se encuentra Fabio? —inquirió John plantándose en mi espalda como una especie de escudo de dos caras.

—El Doc está con él —bramé por encima del ruido—. Tenemos que salir de aquí.

—Aún no, creo que podemos acabarlos.

—No me quedan muchas municiones —exclamé tocándome la ultima pistola que me quedaba en el cinto—, y siguen apareciendo cada vez más.

—Dile a Payton que prepare la retirada.

Payton era uno de las nuevas adquisiciones, estaba encargado de la parte de las explosiones, tal como él decía, "No hay guerra sin una buena bomba".

Saqué el comunicador de mi bolsillo trasero y me puse en contacto con Payton.

—Retirada en cinco minutos, prepara la clausura —anuncié por el comunicador, y dirigiéndome nuevamente a John, agregué—. Será mejor que saquemos a los chicos. Comienza a llamarlos, yo me encargaré de reunir a todos los depredadores en el centro de la fábrica. Dile a Carlos que cierre la entrada principal y me esperen por la parte de atrás.

—Ni hablar, no pienso dejarte sola —gritó tomándome del brazo—. Tú avísale a los demás, yo me encargo de los depredadores.

—Lo siento —dije con una sonrisa, y quitándole una de sus pistolas del cinto, corrí hasta el centro de la fábrica.

—¡Maldición, Kenia! —lo escuché chillar por lo alto, pero ya no había vuelta atrás.

—¡Vengan con mami, idiotas! —grité con todas mis fuerzas, sosteniendo en cada mano una de las pistolas.

Con cuidado saqué una de las barras lumínicas que llevaba enganchada en mi pantalón, la partí en dos y la arrojé a unos pocos metros de mí. Los depredadores giraron uno a uno hasta la fuente de la luz y dejaron a sus oponentes.

—Eso es, vengan por la luz —murmuré en voz baja.

Mi corazón palpitaba a mil por hora, pero eso solo me daba más entusiasmo. Podía sentir las oleadas de adrenalina invadir mi torrente sanguíneo inyectándome fuerzas. Necesitaba que todos se acercaran a mí. Doce de los depredadores más cercanos corrieron hasta mi posición atraídos por el calor de la barra lumínica, sabía que no se resistirían a ella.

Comencé a disparar a medida que se acercaban, dándole chance a los demás para que pudieran escapar. Pronto el aire comenzó a llenarse de millones de partículas negras, el sonido de los disparos llamó la atención de otros tres depredadores que se estaban escondiendo. Estaba rodeada, eran demasiados para mí sola. Solté la primera de las armas descargadas y saqué la última que me quedaba. La fábrica estaba despejada, todos habían logrado escapar. Comencé a moverme rápidamente hasta la salida trasera, pero la masa enardecida de depredadores seguía acercándose a mí, bordeándome por ambos lados. El gatillo de una de las pistolas se trabó, intenté seguir disparando, pero no quería funcionar. ¡Maldición, solo me quedaba una, y aún estaba demasiado lejos de la salida!




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