CAPITULO XXII
Edrian
—¿Y bien? —inquirió Cristian desde una de las esquinas — ¿Nos vamos a quedar la vida entera encerrados aquí, ocultándonos de todos?
—Por mí te puedes largar —repliqué enseguida—. No te invité a quedarte.
—Lo siento, pequeño monstruo, pero no pienso ir a ningún lado sin Ana.
¿Monstruo? Hice acopio de todas mis fuerzas para no atacarlo, pero otra palabra como esa y no respondía por mis actos.
—Cristian, basta —interrumpió Ana, ayudando a controlarme—. Ya te lo dije, eres libre de irte si así lo quieres.
El aludido la miró con cara de asombro, se negaba a creer lo que le acababan de decir. ¡JA! Después de todo, Ana no estaba tan interesada en él como parecía.
—Ya escuchaste, te puedes ir —repetí con una sonrisa de superioridad en el rostro.
—Nadie tiene por qué irse si no lo desea, Edrian —volvió a interrumpir Ana, y Cristian me miró ahora con sarcasmo en sus ojos.
La convivencia entre los tres no iba a resultar nada fácil si Cristian no decidía largarse de una vez de la cabaña.
—Cristian tiene razón —continuó Ana—, tenemos que pensar en un plan. Sé que los arcángeles no tardaran en venir a buscarme, y tú tienes a todos los demonios detrás de ti, Edrian. No podemos escondernos para siempre.
—¿Y qué plan tienes en mente? —inquirí tomando asiento en una silla que estaba abandonada en la sala de la cabaña.
Ana comenzó a caminar de un lugar a otro tratando de dar con alguna idea sobre cómo solucionar nuestro "pequeño" problema. Yo sabía que no iba a resultar nada fácil, ambos habíamos sido marcados por los dos bandos, nos estaban buscando y no había escapatoria posible. No iba a dejar que los demonios me encontraran, pero no podía esconderme para siempre. La única solución posible que encontraba para evitar que las profecías se cumplieran, era una, y para nada fácil.
—Recuperar mi alma —dije casi al mismo tiempo que Ana.
Ambos sabíamos que era la única forma de cambiar el destino, si tenía mi alma de vuelta, entonces no seguiría siendo un demonio, el pacto se rompería.
—Pero Lilith está muerta —objeté casi al instante.
—¿Ahora te arrepientes de haberla matado? —inquirió Cristian en tono burlón.
La sangre me hervía de la rabia que me provocaba tan solo escuchar su voz, pero por Ana intenté controlarme con todas mis fuerzas.
—Tiene que haber otra opción —dijo Ana haciendo caso omiso a las palabras de Cristian—, vendiste tu alma a cambio de algo, así que eso lo convierte en una especie de contrato. Si una de las personas involucradas muere, lo más lógico es que el contrato se anule, sin embargo...
—No se anuló. Mi alma sigue perteneciéndole a los demonios —dije completando su hilo de pensamientos.
—Así es. Por lo que la única posibilidad que se me ocurre, es que el contrato haya pasado a las manos de alguien más. ¿Es eso posible?
Esta vez fue Cristian quien respondió.
—Se asemeja a una especie de cadena de mando. Cada vez que un demonio muere, las almas pasan a manos del siguiente demonio en la cadena. Lilith era un demonio superior, por lo que sus almas debieron haber pasado a otro demonio superior o de su mismo nivel.
—Muy bien, entonces tendremos que encontrar a ese demonio —resolvió Ana enseguida, adquiriendo cada vez más ánimo.
Cristian se acercó aún más a ella, y dándome prácticamente la espalda comenzó a hablar.
—Supongamos que por una gran casualidad conseguimos a este demonio en cuestión. Entonces, ¿Exactamente cómo piensas hacer que le devuelva su alma? ¿Le dirás, "Hola, devuélveme el alma de Edrian, por favor?
—No estás ayudando —lo acusó molesta—. No estoy diciendo que el plan sea perfecto, pero al menos ya sabemos lo primero que debemos hacer.
—Lo cual nos deja en el mismo punto de partida —interrumpí poniéndome de pie—. Aunque no me guste aceptarlo, estoy de acuerdo con tu "amiguito". No tenemos forma de averiguar quién tiene mi alma, y si por algún milagro, que desconozco, logramos averiguar quién es, no tenemos idea de cómo hacer que nos la entregue. Es imposible.
—Nada es imposible —replicó alzando la voz y acercándose un poco a mí, tanto como nuestras propias fuerzas nos lo permitía—. Decían que era imposible que volviésemos a estar juntos y aun así aquí estamos. Decían que era imposible cambiar el destino, y aquí estamos intentado cambiarlo. Conseguiremos tu alma.
Permanecimos en silencio por unos segundos. Ana no apartó su mirada de mis ojos, sabía que deseaba tanto como yo poder tocarnos, abrazarnos, aunque fuese tomarnos de la mano, pero no era posible, no mientras no supiésemos controlar nuestros poderes.
—Tal vez haya otra forma —dijo Cristian rompiendo nuestra concentración.
—¿De qué hablas? —inquirí cansado de tener que escuchar sus tonterías.
—Hablo del libro de Enoc.
Bufé por lo bajo dándole la espalda.
—El libro de Enoc es solo un mito —repliqué restándole importancia, tenía cosas más importantes en las que pensar.