CAPÍTULO XXV
Ana
—Funcionó —dijo la voz de Cristian a mi lado.
No necesitaba preguntar a qué se refería. La figura de Mikael había aparecido de la nada dentro del círculo protector que había creado. Se alzó imponente clavando la mirada en mí. Un destello de alivio brilló en sus ojos, pero se desvaneció enseguida al pasear la mirada por el resto de la habitación.
—¿Qué soy? —inquirió calmado arqueando la ceja— ¿Alguna clase de prisionero?
—¡No! —exclamé enseguida dando un paso adelante.
Mikael señaló con la mirada las runas en el suelo.
—Es solo una medida preventiva.
Su mirada se posó en Cristian por un segundo y luego en Edrian, que estaba a unos cuantos pasos detrás de mí. No había querido acercarse demasiado a Mikael, y por supuesto tampoco a mí, para evitar que la unión de nuestras dos energías lo descontrolara.
—¿Queriendo recordar el pasado, hermano? —inquirió haciendo alusión a la cabaña.
Edrian rugió por lo bajó tratando de controlarse, sabía que era demasiado para él estar en la misma habitación que nosotros, pero no había querido marcharse, sabía que quería estar presente para escuchar la verdad sobre el libro de Enoc.
—¿Qué haces aquí, Ana? —preguntó dirigiéndose únicamente a mí— Todos te están buscando, te necesitamos.
—No pienso volver, lo siento —negué bajando la cabeza.
Sabía que Mikael solo pensaba en mi seguridad, pero Edrian nunca me lastimaría y yo no podía soportar la idea de estar separados más tiempo. Quizás no pudiese estar con él de la misma forma que antes, pero esto era mejor que nada, al menos ahora estaba junto a él.
—Cambiaremos el destino —dije recuperando el valor—, no permitiremos que las profecías se cumplan, lo evitaremos.
—Eso es imposible, Ana, lo sabes.
—No lo es. Hay... Una... Manera, por así decirlo, de evitar que todo esto suceda.
La voz me temblaba, no sabía por dónde comenzar, tenía miedo de descubrir que nuestra única esperanza no existiera en absoluto. Si el libro de Enoc era solo un mito, volveríamos al principio, no tendríamos nada. Volteé el rostro para mirar a Cristian, quien inclinó levemente su cabeza para darme ánimos. La palabra "adelante" se formó en sus labios.
—Necesito tu ayuda —anuncié acercándome más al círculo protector.
—Volvamos a la casa y te ayudaré en lo que quieras.
—No puedo volver, Mikael. Este es mi lugar, no pienso dejar que la profecía se cumpla. Sé que puedo cambiar nuestro destino, pero necesito tu ayuda.
—No hay nada que yo pueda hacer para cambiar el destino —dijo cruzándose de brazos.
—Sí, si lo hay —refutó la voz de Cristian a mi espalda.
Lo silencié con una mirada mortal antes de dirigirme nuevamente a Mikael.
—Necesito encontrar el libro de Enoc —dije por fin.
El rostro del arcángel se contrajo en una mueca indescifrable, una mezcla entre sorpresa y miedo, con algo más. Soltó los brazos y los dejó caer lentamente a sus costados sin pronunciar palabra. Permanecimos en silencio por lo que pareció una eternidad, sus inquietantes ojos azules se clavaron en los míos, estuve a punto de desviar la mirada, pero sabía que si lo hacía retrocedería muchos pasos, y necesitaba averiguar la verdad.
—No sé de qué hablas, es solo un mito.
Sentí que Edrian se movía inquieto. No era la respuesta que ninguno de nosotros estaba esperando, pero ambos sabíamos desde un comienzo que no iba a resultar nada fácil.
—Vuelve a casa, Ana.
—Necesito ese libro, Mikael.
—¡Es un mito! —bramó enfurecido. Nunca antes lo había visto así.
Retrocedí por un segundo, pero recobré la compostura al instante.
—Sé que existe. Lo puedo ver en tus ojos, escuchar en tu tono de voz. ¿Por qué no quieres admitir que sabes dónde está?
Mikael dio un paso adelante y chocó contra la pared de energía de las runas. Golpeó con su puño el muro invisible, la protección vibró mas no se rompió.
—¿Sabes que puedo romper esta tonta protección en segundos? —inquirió viéndome a los ojos.
—Puedes intentarlo, pero no lo lograrás —repliqué tratando de que no sonara como amenaza, porque no lo era—. Cristian y Edrian me explicaron cómo funcionan los poderes de los Sefirots, el Trikel es quien dicta las normas, puedes romper la protección, pero estás atado a mí.
Mikael clavó su mirada en Cristian y luego en Edrian.
—Veo que te tienen informada de tus nuevos poderes —dijo volviendo a dirigirse a mí—. Así es, no puedo desobedecer una de tus ordenes, pero sí puedo advertirte algo —agregó acercándose aún más a mí, tanto como las runas se lo permitían—. Cuando das una orden, privas a tus inferiores de su libre albedrío, los obligas a seguirte, sea cual sea tu decisión. Así que ten sumo cuidado con lo que pides, Ana. Te conozco, sé lo que sentiste cuando tomaste posesión del cuerpo que ocupas. Me dijiste que no podías engañarla u obligarla a dártelo, que eso no estaba bien, pues esto es casi lo mismo, obligarás a que hagan lo que deseas en contra de su voluntad.