CAPÍTULO XXVI
Kenia
La herida estaba sanando rápidamente. El Doc se había lucido esta vez, había tomado un poco del veneno de las garras de uno de los Depredadores y gracias al increíble laboratorio que tenía la nueva base donde nos encontrábamos, había logrado separar los compuestos y analizarlos cada uno por separado; luego había utilizado un conejillo de india para inyectar el veneno y de esta manera producir una especie de anticuerpos que había extraído y purificado para que contrarrestara el efecto que causaba en los humanos. Al parecer la misma ponzoña servía de antídoto. Nunca he sido muy buena en química, pero algo así fue lo que logré entender cuando me dio la explicación.
En fin, lo que importaba era que mi herida estaba sanando perfectamente, y lo mejor, en un lapso de tiempo casi inmediato. Los mareos y el ardor habían cesado casi enseguida, ya apenas quedaban unas pequeñas líneas rosadas sobre la piel. Fabio, en cambio, no estaba tan bien como yo. Sus heridas habían sido más profundas y el antídoto estaba funcionando de forma mas lenta, pero el Doc aseguraba que en pocos días estaría de pie. En cuanto a los demás, bueno, todos estaban bien, solo Fabio y yo habíamos resultado heridos, cosa que John no dejaba de recordarme.
Llevábamos un par de semanas trabajando juntos. Después del ataque a nuestro antiguo grupo, todos emigramos hacia la organización más cercana, que se encontraba apenas a una ciudad de distancia. Nos habían tratado muy bien desde el principio (claro, eso sin mencionar el hecho de que nos estuvieron interrogando durante casi dos días) Kraus e Ilsa no habían vuelto con nosotros, así que se había llegado a sospechar de ellos, pero yo sabía la verdad. A los pocos días de escapar del ataque y asentarnos con la nueva organización, me había encontrado con Edrian, él me contó la verdad sobre Kraus.
Al parecer Ilsa había hecho un pacto con un demonio hacía cinco años, y habían vuelto para recolectar su alma, pero ella intentó salvarse dando nuestras vidas en cambio. Nos había vendido a todos. Aún ese recuerdo me dolía en lo más profundo, pues ella había sido como una madre para mí. Kraus la había descubierto, pero ya era demasiado tarde. Supongo que murió tratando de salvarla, él la amaba, estaba segura de que para él lo importante no había sido que nos hubiese traicionado, incluso a él, sino hacer todo lo posible por salvarla. De hecho, lo habría hecho por cualquiera de nosotros. Kraus no solo había sido nuestro líder, sino nuestro padre, hermano, amigo. Éramos una gran familia, pero ahora estábamos separados. Me sentía un poco perdida al no tener a nadie a quien recurrir cuando necesitaba hablar. Kraus siempre había sido mi confidente para todo, me había aceptado en el grupo cuando apenas era una cría y me había enseñando todo lo que sabía. Y ahora, a pesar de que me encontraba rodeada por casi los mismos de mi antiguo grupo, no era igual, sentía como si nuevamente mi familia hubiese sido desintegrada.
—Kenia, ¿Estás bien?
La voz del Doc me sacó de mi ensoñación.
—Perfectamente —dije sin girarme—. Solo estaba pensando.
El bunker quedaba en las afuera de la ciudad, en una especie de montaña plana, si se podía decir así. Nuestro grupo no había sido el único en saber cómo ocultarse a plena vista de los demonios, Kraus se había encargado de proporcionarle la información sobre las runas de protección a la mayoría de los clanes y estos las habían adoptado como suyas al instante. Seguíamos en terreno protegido, pero con la cantidad de demonios que se encontraban vagando por la tierra, la idea de estar realmente protegidos era algo de lo que no estábamos del todo seguros.
—¿Crees que podamos detenerlos? —pregunté mientras el Doc tomaba asiento junto a mí en un pequeño tronco tirado en la tierra.
Su rostro parecía sumamente envejecido. Unas cuantas arrugas se habían acentuado en sus ojos y su frente. Parecía cansado, más que cualquiera de los demás, y no era de extrañar, había pasado semanas encerrado en el laboratorio tratando de descubrir el antídoto a la ponzoña de los depredadores.
—No lo sé —admitió agotado—. Me gustaría creer que sí, que podemos acabar con ellos, pero son demasiados.
—Tal vez si pudiésemos unir a todos los clanes —aventuré—, reclutar más personas, no lo sé. He escuchado que hay miles de humanos escondidos como nosotros, intentando formar una especie de resistencia. Si pudiésemos llegar a ellos y darles las armas necesarias para combatirlos, tal vez tendríamos una oportunidad.
El Doc me observó por unos segundos sin decir nada. La oscuridad caía sobre nosotros como un extraño velo matizado con uno que otro destello naranja que trataba de colarse por detrás del eclipse.
—Es una buena idea —dijo lentamente—, pero... Dudo mucho que los demás estén de acuerdo. No podemos confiar en cualquiera, hay demonios poseyendo cuerpos mortales, los has visto, no hay forma de que podamos determinar quién está poseído y quién no. Es demasiado riesgoso.
Miré hacia el frente, montaña abajo. Antes aquel paisaje habría sido conmovedor. Millones de luces centellando allá abajo como estrellas en el cielo delimitando cientos de caminos y formas, ahora lo único que podía apreciarse eran unas cuantas luces casi escasas y humo subiendo al firmamento desde cada extremo de la ciudad. La ausencia de luz solar había acabado con casi todas las plantas y los animales en la tierra; el clima cambiaba tan repentinamente que no te dabas cuenta. Un frío devastador azotaba la mayoría de los países sumiéndonos a todos en una especie de nueva era de hielo y oscuridad. Era estúpido pensar que unos cuantos humanos pudiésemos detener el juicio final. Los pocos que aún nos manteníamos de pie, comenzábamos a perder la fuerza y la fe, después de todo, ¿Cómo creer en un futuro cuando nos sentíamos tan abandonados? ¿Cómo creer que existía un "Bien" cuando el mal nos llevaba la delantera? ¿Realmente existía alguien allá arriba que nos protegía? Si era así, ¿Dónde estaba? ¿Había acaso perdido él también su fe en nosotros? ¿Era éste nuestro castigo? O quizás la verdadera pregunta era ¿Es éste realmente nuestro fin?