Redención

Capítulo XXVIII

CAPÍTULO XXVIII

Ana

—¿Qué piensas hacer con él? —inquirió Cristian señalando en dirección al arcángel.

—No puedo obtener la información que necesitamos, hizo un juramento —dije paseándome por la habitación.

Las cosas se estaban complicando; no podía creer que estuviese tratando a Mikael como un prisionero; lo tenía encerrado contra su propia voluntad; el poder del Trikel me permitía atarlo a mí sin su consentimiento y aquello me asustaba; me aterraba el poder que con ello venía. No podía pensar claramente, necesitábamos el libro de Enoc, pero Mikael se negaba a revelar su localización, me costaba aceptar que no entendiese lo importante que aquello era para mí; era la única forma de salvar a Edrian y evitar el fin del mundo.

—Necesitamos el libro —insistió Cristian a mi lado.

—¿Crees que no lo sé? —espeté furiosa, y la Sefira dentro de mí se hizo presente.

Cerré los ojos rápidamente concentrándome en mantenerla alejada, no era el momento de perder el control, necesitaba pensar en un plan, y urgentemente.

—Tal vez haya otra forma de conseguir el libro —aventuró Cristian, aunque no sonaba muy convencido— La mayoría de las cosas que he escuchado acerca de él fue por parte de los demonios. Conozco un grupo de ellos que se dedican a recolectar toda la información posible; no puedo asegurarte que sea fácil obtener cualquier dato importante, por algo ni siquiera ellos lo han encontrado; pero es la única opción que tenemos.

Lo miré con desconfianza, podía ver demasiadas potenciales fallas en aquel plan.

—No lo sé —dije rechazando la idea— ¿No sería demasiado peligroso?

—¿Olvidas que soy uno de ellos, angelito?

Nunca había oído a Cristian expresarse de aquella manera. Sabía que era un caído, al igual que Edrian lo había sido, pero nunca llegué a considerarlo un demonio. Supongo que en cierta parte aquella pregunta tenía sentido, Cristian había caído, había sido expulsado del cielo. Sabía cuál era la historia de Edrian, pero nunca me había detenido a pensar en cuál había sido la de él. ¿Había caído acaso por amor al igual que Edrian, o a diferencia de él, lo había hecho por otra razón?

—¿Acaso no saben para quienes trabajas ahora? —inquirí dubitativa.

Cristian arqueó una ceja en forma despectiva mientras se acercaba lentamente a mí. Su rostro perfecto estaba a solo centímetros del mío, tan cerca que podía sentir su respiración moviendo mis pestañas; contuve el impulso de retroceder, su mirada me ponía demasiado nerviosa. Alzó su mano y retiró el flequillo que me caía sobre los ojos dejando en descubierto la marca del Trikel; sus ojos plateados y dorados centellaron con furia contenida, sus labios se torcieron en una mueca de desprecio.

—No sé qué será lo que los demás arcángeles te hayan dicho, angelito; pero yo no "trabajo" para ustedes.

Retrocedí confundida y avergonzada, aquello no había salido como deseaba.

—No quise decirlo de esa manera...

—Puede que lleves poco tiempo siendo uno de ellos —replicó interrumpiéndome mientras se apartaba el cabello rubio de los ojos—, pero ya posees la misma prepotencia y arrogancia de los de su clase. No trabajo para nadie; soy lo que se puede decir un agente libre —dijo en tono menos serio alejándose nuevamente de mí—. En todo caso, no, no saben que los ayudo a ustedes, por lo que estaré bien.

—No quiero que te pongas en riesgo... —comencé, pero Cristian me enseñó una media sonrisa característica de él y chasqueó levemente sus dedos, que enseguida brillaron con una leve descarga eléctrica.

—Puedo cuidarme solo, angelito.

Acto seguido abandonó la cabaña y dejó atrás la protección para poder desaparecer.

Mikael, que había permanecido en silencio todo este tiempo observando desde su círculo de protección, resopló por lo bajo. Dirigí una mirada inquisidora hacia él.

—¿Realmente confías en Cristian? —preguntó mirándome a los ojos.

—Por supuesto.

La respuesta fue tan rápida que casi me arrepentí de haberlo dicho, la verdad es que no sabía qué creer ya.

—Confío en Cristian —repetí al ver su mirada.

Resoplando por lo bajo, con aire de superioridad, agregó.

—El defecto de los jóvenes es que confían en todos, con demasiada facilidad.

Me acerqué a la prisión que había creado para él; me costaba verlo dentro de aquél círculo, manteniéndolo como un prisionero, cuando sabía todo lo que había hecho por mí.

—¿Acaso no es eso lo que debemos hacer? —inquirí— ¿Confiar los unos en los otros?

El arcángel se irguió en toda su majestuosidad a pesar de estar encarcelado, y con una voz casi impávida dijo.

—En teoría sí. Pero estamos en una guerra, no podemos confiar en cualquiera, eso te haría blanco fácil para los demonios. Escúchame, debes dejar de ser tan ingenua; tienes dentro de ti a uno de los seres más poderosos del universo; ambos sabemos que solo Edrian puede asesinarte, y aun así estás en la misma cabaña que él, pero no es el único que puede hacerte daño, si los demonios llegan hasta ti, si te entregan a Lucifer, entonces él tendrá a la mano el arma más potente de todas, y si consigue también a Edrian... la tierra no tendrá salvación. No pueden destruirte, pero pueden usarte para que seas tú quien nos destruya.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.