CAPITULO XXIX
Edrian
Necesitaba alejarme de aquel lugar. Tenerla tan cerca de mí me afectaba; había pensado en ese momento durante tanto tiempo, en el instante exacto en el que volvería a verla, a tenerla frente a mí. Sabía que no la había olvidado, era algo imposible de lograr y más aun en las circunstancias en las que nos encontrábamos; pero verla de nuevo, tenerla tan cerca, me había destrozado, había acabado con todas mis defensas. Necesitaba mantenerla al margen antes de que fuese demasiado tarde; la parte que tanto odiaba de mí resurgía a la superficie cada vez que se acercaba; sabía que era cuestión de tiempo para herirla y no podía permitirme eso, no a ella, no a Ana.
—Necesito salir de aquí —resoplé por lo bajo mientras caminaba en círculos por el linde de la cabaña.
Debía tomar una decisión y pronto. No podía permanecer mucho tiempo en aquel lugar. Mikael no estaba dispuesto a decirnos dónde encontrar el libro, y sabía que no había ninguna forma de hacerlo cambiar de opinión; lo único que me venía a la cabeza era invocar a alguno de los demonios superiores y obligarlo a decirme quién poseía ahora mi alma, a manos de quién había pasado el contrato.
—Es una opción —me dije a mí mismo dubitativo—, pero no es la mejor.
—¿Sabes? —dijo una voz a mi espalda— Hablar solo es indicio de locura. Aunque no me debería de asombrar por parte de ninguno de ustedes, es obvio que lo de locos les queda como anillo al dedo.
Cristian estaba de espalda a mí; apoyado precariamente sobre la pared de la cabaña, presionando su hombro izquierdo con la mano opuesta.
—¿Vas a ayudarme o te vas a quedar ahí parado? —inquirió.
—No me tientes —respondí con media sonrisa en el rostro.
No soportaba a aquel tipo, me saca de mis casillas, y más aun cuando veía la forma en que le hablaba a Ana.
—¿Qué sucedió?
Cristian se enderezó cuanto pudo aun sosteniéndose el hombro.
—Pude llegar hasta el campamento de los demonios, no fue difícil ahora que están en la tierra — Dijo mientras caminaba en dirección a la puerta de la cabaña—. Pude sacar un poco de información, pero nada concreto. Eso fue antes de que sintieran la energía de Ana mezclada con la mía. Sabía que no debía haberme acercado mucho a ella antes de partir, fue una idiotez.
—¿Sintieron su energía?
Aquello me había desconcertado un poco, nunca había escuchado algo parecido, la energía no podía ser rastreada de aquella forma.
—¿No la sientes tú? —preguntó empujando la puerta de la cabaña— Es más fuerte que la de cualquiera de nosotros.
—¡Cristian!
Ana salió corriendo desde el otro extremo de la habitación en lo que nos vio entrar. Su mirada estaba clavada en él, evitando la mía, y di gracias por ello, no soportaba tener que verla, quizás de esa manera era mejor.
—¿Qué te sucedió? —dijo ayudándolo a incorporarse.
—Un pequeño altercado, nada de lo que no pueda recuperarme.
Un pequeño monstruo celoso comenzó a bullir dentro de mí. La forma en la que Ana lo veía y lo tocaba hacía que sintiera ganas de agarrar a Cristian y lanzarlo contra la pared.
—¿Estás bien?
Ana se acercó aun más a él y tomándolo del brazo lo llevó hasta una de las habitaciones vecinas y lo deposito sobre la cama improvisada que una vez nos había pertenecido. Di media vuelta deseando borrar aquella imagen de mi mente; no soportaba verlo con ella sabiendo que yo no podía estar tan cerca como estaban ellos en aquel momento.
—Debe ser duro para ti —dijo Mikael desde uno de los extremos de la habitación—. Estar tan cerca y no poder tocarla.
Lo miré de soslayo ignorando sus palabras.
—Esto es lo que siempre quise evitar —continuó con voz suave—. Desde el momento en el que Ana ascendió supe que esa sería la última vez que estarían juntos. El destino se estaba cumpliendo; los grandes secretos habían salido al descubierto y solo era cuestión de tiempo para que todo llegara al final.
—Tú la mantuviste alejada de mí —le reproché en voz baja pero cargada de odio mientras me acercaba a su prisión—. Tú evitaste que volviese a mí cuando aún había tiempo.
—No fue mi intención alejarla de ti. Esa relación estaba condenada desde el primer momento; lo único que hice fue mantenerla a salvo, tratar de evitar un daño aun mayor. No debí haberle permitido bajar la primera vez; así tú nunca la habrías recordado y no estarían en esta situación.
Mikael bajó la cabeza apesadumbrado.
—Mi única intención era protegerla —dijo suavemente—. Ahora es demasiado tarde.
—No le voy a hacer daño —siseé por lo bajo enojado—. Jamás la lastimaría.
El arcángel se acercó a mí tanto como la protección se lo permitía, me miró fijamente a los ojos; mis manos contraídas en fuertes puños. El rostro de facciones finas y delicadas se convirtió en una máscara dura y regia, y por primera vez en años reconocí al arcángel que se encontraba en aquel cuerpo, el verdadero Mikael, mano derecha del Creador, comandante de los guerreros del cielo.
—Puede que sea así —concedió—, pero al final lo harás, no importa cuánto intentes convencerte de lo contrario, es tu naturaleza, tu destino.