Reencuentro En La Cancha

[01] Il sogno di Elena

[01] El Sueño de Elena

"Concéntrate Villegas"

El rugido del estadio era ensordecedor. Miles de aficionados vestidos de blanco y negro ondeaban banderas y coreaban al unísono: "¡Juve! ¡Juve! ¡Juve!". En el túnel que conducía al campo de juego, Elena Villegas cerraba los ojos, respirando profundamente. A sus 18 años, estaba a punto de vivir el momento que había soñado desde niña: su debut oficial con la Juventus.

"Concentración, Villegas", se dijo a sí misma, ajustándose la cinta del pelo. El capitán del equipo, un veterano de mil batallas, le dio una palmada en el hombro. "Tranquila, pequeña. Demuéstrales por qué estás aquí".

Elena asintió, agradecida. Había trabajado incansablemente para llegar a este momento, superando prejuicios, dudas y obstáculos que parecían insalvables. Ser la primera mujer en jugar en el equipo masculino de la Juventus no era tarea fácil, pero ella estaba determinada a demostrar que el talento no tiene género.

El árbitro hizo sonar su silbato, indicando que era hora de salir al campo. Elena inspiró una última vez y dio un paso adelante, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas. El césped perfectamente cortado del Allianz Stadium se extendía ante ella como una alfombra verde, iluminado por los potentes focos que bañaban el recinto.

TRES AÑOS ANTES...

El sol abrasador de mediodía caía sobre el patio del colegio Agustín Codazzi. Elena, con apenas 15 años, driblaba hábilmente entre un grupo de chicos mayores que ella. Sus pies parecían tener vida propia, moviendo el balón con una gracia y precisión que dejaba boquiabiertos a sus compañeros.

"¡Pásala, Villegas!", gritó uno de los chicos, frustrado por no poder quitarle el balón.

Elena sonrió, viendo una oportunidad. Con un movimiento rápido, elevó el balón por encima de la cabeza de su marcador y lo recogió al otro lado, dejándolo plantado en su sitio. Los demás chicos silbaron, impresionados.

Fue entonces cuando la vio. Apoyada contra la pared del edificio principal, con un libro en las manos pero los ojos fijos en el improvisado partido, estaba Valery Silvestre. Elena sintió cómo su corazón daba un vuelco. Valery era un año menor que ella, pero había algo en su mirada, en la forma en que fruncía el ceño cuando estaba concentrada, que hacía que Elena no pudiera apartar la vista.

Distraída por un momento, no vio venir la entrada. Uno de los chicos, molesto por haber sido superado tantas veces, le hizo una zancadilla. Elena cayó al suelo, raspándose las rodillas y las palmas de las manos.

"¡Ey! ¡Eso ha sido falta!", gritó una voz. Elena levantó la mirada para ver a Valery acercándose, con el ceño fruncido y los puños apretados. "¿Estás bien?", le preguntó, ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse.

Elena tomó su mano, sintiendo un cosquilleo en el estómago que nada tenía que ver con la caída. "Sí, gracias", respondió, sacudiéndose el polvo de la ropa.

"Deberías jugar con las chicas, Villegas", dijo el chico que la había derribado. "Aquí te vas a hacer daño".

Valery dio un paso al frente, enfrentándose al chico que le sacaba una cabeza. "¿Por qué no admites simplemente que te ha dejado en ridículo y te vas a llorar a tu casa?"

El patio entero estalló en risas. El chico, rojo de vergüenza, masculló algo ininteligible y se alejó con sus amigos. Elena miró a Valery con una mezcla de admiración y gratitud.

"Eso ha sido... guau", dijo Elena, sin poder contener una sonrisa.

Valery se encogió de hombros, pero Elena pudo ver un leve rubor en sus mejillas. "No soporto a los abusones. Además, juegas increíble. Deberías estar en un equipo de verdad".

"Ojalá", suspiró Elena. "Pero aquí en Neiva no hay muchas oportunidades para las chicas en el fútbol".

Valery la miró pensativa por un momento. "¿Sabes qué? Mi tío es entrenador. No aquí, está en Europa, pero viene a visitarnos de vez en cuando. La próxima vez que venga, le pediré que te vea jugar. Seguro que él puede ayudarte".

Elena sintió cómo se le iluminaba el rostro. "¿Harías eso por mí?"

"Claro", respondió Valery con una sonrisa que hizo que a Elena le temblaran las rodillas. "Las chicas tenemos que apoyarnos, ¿no?"

Desde ese día, Elena y Valery se volvieron inseparables. Pasaban horas después de clase practicando en el patio, con Valery ayudando a Elena a perfeccionar sus tiros libres y sus pases. Entre jugadas y risas, una amistad profunda comenzó a florecer, llevando consigo sentimientos que ninguna de las dos se atrevía a nombrar.

Pero el destino tenía otros planes. Tres meses después de aquel día en el patio, el padre de Elena recibió una oferta de trabajo en Italia que no pudo rechazar. La noticia cayó como un balde de agua fría sobre las dos amigas.

La noche antes de la partida de Elena, ambas se escabulleron hasta la cancha de fútbol del barrio. Bajo un cielo estrellado, se sentaron en silencio, sus hombros tocándose levemente.

"Te voy a extrañar", susurró Valery, su voz quebrándose ligeramente.

Elena sintió un nudo en la garganta. Quería decirle tantas cosas: que la quería, que tenía miedo de irse, que deseaba que el tiempo se detuviera en ese momento. Pero las palabras se negaban a salir.




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