☆ // ☆
“Cada día que pasaba, y en ambos lados de mi mente, el moral y el intelectual, me fui acercando más a aquella verdad por cuyo conocimiento parcial fui condenado a tan aterrador naufragio: que el hombre no es uno realmente, sino dos".
El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde.
☆ // ☆
La luna era cuarto menguante. Catboy apoyaba la cara sobre su puño y la veía de reojo, algo cansado. El búho deslizador se dirigía al vecindario. Era la noche de un 26 de marzo.
—Gracias por traerme a casa —le expresó el felino a su compañera de plumas mientras que se deslizaba por el ala del vehículo, el cual se había estacionado al frente.
—Ey, fue tu misión. Era lo menos que podía hacer.
—¿Y qué hay de ti, Gecko? ¿No bajas?
—Creo que volveré al cuartel con Ululette. Aún tengo que ocuparme de limpiar el desastre que los Lobeznos le ocasionaron a mi cuarto.
—De acuerdo. Los veo mañana.
—Descansa amigo.
Yendo de vuelta, por el camino, de la nada, una familiar figura se atravesó de frente con la ayuda de un jetpack, y les arrojó un dispositivo a una de las alas que la dejó inutilizada, de modo que se inició un peligroso descenso descontrolado. Dándose cuenta de que les habían tendido una trampa, se pusieron en contacto rápidamente con el centro de control de la base.
—Robot en pijamas, contáctate con Catboy de inmediato, estamos en problemas —manifestó Ululette segundos antes de que súbitamente se cortará la llamada.
Considerando las alternativas en medio de una caída sin precedentes, optaron por saltar de la nave, donde en medio de la caída, la lechuza alcanzó a agarrar a su compañero de la mano. Cuando por fin aterrizaron, oyeron pasos que parecían provenir de todas partes y que se intensificaban cada segundo que pasaba.
—¿Qué crees que sea eso, Ululette?
—No tengo idea, Gecko. Sea lo que sea, no te separes.
En el cuartel, su pequeño amiguito estuvo a punto de perder los tornillos de la misma angustia que le producía el hecho de que la comunicación se hubiese cortado justo en un instante en el que se percibía bastante tensión. No sabía qué les habría pasado, y si estarían bien. Abrumado por esto, lo único que podía hacer fue obedecer.
Connor, que apenas había podido conciliar el sueño después de una noche bastante exigente físicamente, le costó tener que separar su cabeza de la almohada, pues le parecía tan suave, dulce y pegajosa como un algodón de azúcar, cuando escuchó que su brazalete emitió una alarma. Se levantó un poco molesto, pero decidido de todos modos a atender el llamado de su deber.
Recién hubo arribado a la base, interrogó a su alterado ayudante de metal.
—Robot en pijamas, ¿qué sucede? —Miró a su alrededor—. ¿Dónde están los otros?
Expresada su duda, él procedió a mostrarle la última grabación que quedó registrada en el tablero digital. Posteriormente, pulsó en su intercomunicador e intentó comunicarse, aunque nadie le respondió; no disimulaba la inquietud, un profundo sentimiento de miedo lo indujo a caer de rodillas, a que sus orejas decayeran, y a llorar un poco, sentía un dolor indescriptible en el corazón. Se negaba a creer en eso, las cosas no podrían terminar así, de la nada, pero las circunstancias parecían darle una respuesta inequívoca y dolorosa. Lamentándose, se preguntaba a sí mismo: ¿por qué?
Viéndolo muy triste, su compañero simpatizó lo que sentía y lo consolaba para intentar que se levantara, aunque los esfuerzos por recuperar su atención eran insuficientes, pues nada podía sacarlo de ese vacío interno en el que cayó tan profundo, un vacío que también se le replicaba en la mirada. Más todo tomaría un nuevo rumbo pronto cuando el foto reproductor recibió una llamada adicional: eran ellos, se veían en buenas condiciones, caso opuesto al de la cámara con la que se comunicaban que había resultado bastante afectada, tras lo cual le volvieron las fuerzas a las piernas para ponerse de pie de nuevo. El pequeñín, por otra parte, rotaba la cápsula de su cabeza a más de trescientos sesenta grados producto de la emoción.
—Ululette, Gecko... —tartamudeaba—. Están bien.
—Catboy, ¿estás llorando? —le preguntaba ella.
—Oh, ¿esto? —se despejaba las lágrimas—. No es nada, en serio, solo fue un bostezo.
Lo miraron con una cara que denotaba lo obvio que resultaba esa mentira.
—Bueno, es solo que... —Suspiró—. Temía haberlos perdido para siempre.
—Oh, Catboy, somos héroes, ¿recuerdas?
—Es que nadie respondía, y yo... Ahh... Pensé que sería la última vez que habríamos estado juntos.
—Estamos bien, eso es lo que más importa, tranquilízate —aseguró Gecko.
Luego del emotivo momento, con una mente más clara, se fijó en el hecho de las diferentes grietas que recorrían la pantalla del transmisor desde el que se comunicaban.
—Eh, Ululette...
—¿Sí?
—¿Por qué la pantalla luce así?
—Ah, eso, pues bien... —Se vio interrumpida por unos aullidos—. Creo que sería mejor que vinieras para que lo vieras con tus propios ojos.
—¿Qué cosa?
—No tenemos tiempo. Encuéntranos.
—¿Dónde?
—Solo sal afuera y mira al cielo. ¡Apresúrate!
—¡Aguarda! ¿A qué te refieres con... —la transmisión se cortó—. ¿Qué quiso decir con eso? Cómo sea, necesitan de mi ayuda y quedarme parado aquí no va a servir de nada. Allá voy Héroes.
Enseguida de haber salido observó en derredor, y notó una nube de humo que se alzaba entre los árboles no muy lejos de allí, no dudaba que esa era la señal a la que se referían.
—¡Supervelocidad!
Sin darse cuenta, varios Fly Bots se colaron a espaldas suyas por la puerta de la entrada que aún permanecía abierta. Cuando alcanzaron la sala principal, rodearon a Robot en pijama y, con los rayos de sus ojos, formaron una esfera de energía en la que lo atraparon; inmediatamente deslizaron varias opciones en el panel holográfico hasta que lograron dar con el botón que accionaba la puerta por donde salía el Gatomóvil para que se abriera, después presionaron otro que dejaba al descubierto al Cristal en pijamas y se lo llevaron a la fabrica voladora, con la bonificación de un nuevo prisionero.