En medio de una tormenta furiosa, Catboy corría a toda velocidad por los tejados, con la lluvia golpeando con fuerza su cuerpo. La oscuridad de la noche y el agua hacían que cada paso fuera más difícil, pero no podía detenerse. Sus compañeros, Gecko y Ululette, habían sido atrapados en mega burbujas lunares, y los villanos enmascarados se burlaban de él desde las sombras.
Mientras saltaba de un tejado a otro, el frío lo calaba hasta los huesos, pero la adrenalina y el calor de la carrera lo mantenían enfocado. La aversión al agua que siempre lo había acompañado desde que se convirtió en Catboy, lo atormentaba, pero no tenía tiempo para detenerse a pensar en ello.
Los villanos lanzaban manchas desde la calle, intentando ralentizarlo. Con un esfuerzo sobrehumano, decidió usar su supervelocidad para adelantarse a ellos y enfrentarlos de frente. Corrió tan rápido que Luna perdió el equilibrio sobre su tabla, cayendo sobre Ninja Nocturno, quien intentaba escapar con bombas de humo. Sin dudar, Catboy los capturó con sus Rayas de gato, asegurándose de que no pudieran escapar.
Pero a pesar de su éxito, había una creciente sensación de inquietud que no lo dejaba en paz. Sentía que algo estaba mal, como si el peligro aún estuviera presente. Decidió confiscar el imán lunar para evitar que los villanos volvieran a intentar algo. Fue una decisión que tomó en el calor del momento, una medida que consideró necesaria.
Rompió las burbujas lunares que aprisionaban a sus amigos, liberándolos. Gecko y Ululette lo felicitaron por su valentía, pero en sus miradas había algo extraño, algo que lo hizo dudar. Especialmente en Ululette, cuyo rostro se iluminó por un destello de relámpago, transformándola momentáneamente en Luna, lo cual hizo que se estremeciera.
—Oye, Catboy...
Catboy sintió un nudo en el estómago, su corazón comenzó a latir con fuerza, lleno de una incertidumbre que no podía explicar su origen.
—¿Sí? —respondió, intentando sonar calmado, pero el miedo se le filtraba en la voz.
—¡Devuélveme mi Imán Lunar! —un segundo destello del cielo se volvió a reflejar en Ululette, ocasionando el mismo efecto de nuevo en ella.
Catboy retrocedió, atónito. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Sus amigos lo estaban traicionando? ¿Era posible que sus amigos estuvieran bajo algún tipo de hechizo? ¿O peor aún, que no fueran sus amigos en absoluto? El miedo y la confusión se apoderaron de él. Los miró con desconfianza.
—¡No finjan ahora, sé que no son ellos —dijo, tratando de sonar firme, pero su voz temblaba.
—¿Catboy? —Gecko intentó acercarse a él, pero Catboy lo mantuvo a raya, apuntándole con el imán lunar que había confiscado.
—El mismo truco no funciona con este gato dos veces —murmuró para sí mismo, tratando de convencerse de que estaba haciendo lo correcto.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Gecko, su voz cargada de confusión y algo de miedo.
—¡Dejen de seguir fingiendo! ¡Sé que no son ellos! —repitió Catboy, más como un ruego que como una afirmación. El desespero comenzaba a nublarlo.
—Pero Catboy... —intentó decir Ululette, mas él no la dejó terminar.
—Fin del juego —sentenció, con una voz que pretendía ser definitiva—. Ahora díganme, ¿dónde están mis amigos?
—¿Qué es lo que te ocurre? —expresó Gecko, su tono se tornaba en uno de gran preocupación—. Nosotros somos tus amigos.
—¡No, claro que no! —gritó Catboy, su desesperación transformándose en furia—. Ustedes solo son sus copias baratas que buscan distraerme.
—¿Qué es lo que pasa contigo esta noche? —exclamó la chica del traje del búho, con visible disgusto.
—Nada. Simplemente que no soy tan tonto como creen, y no voy a dejar que se salgan con la suya —espetó Catboy, con una mezcla de enojo y miedo que distorsionaba su juicio.
—Pareciera como si no fueras un héroe —las palabras de su supuesta amiga, que normalmente lo reconfortaban, ahora lo herían profundamente.
Esa fue la gota que derramó el vaso. No podía soportar más insultos, más dudas. Impulsado por sus emociones exacerbadas, y el pelaje mojado que intensificaba la incomodidad que lo hartaba, decidió disparar. Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, Gecko empujó a Ululette fuera del alcance del rayo, recibiéndolo él en su lugar.
—¡Espero que sepas volar, Ninja Nocturno! —gritó Catboy, sus palabras estaban cargadas de una ira que no le era habitual.
Dejando de lado cualquier noción de justicia, Catboy decidió darles una lección a los villanos. Quería que comprendieran que ya estaba harto de sus juegos, que pensaran dos veces antes de volver a molestarlo. Así que, usando el imán lunar, lo elevó a una altura vertiginosa, su enojo era tan evidente que incluso parecía como si la lluvia, al mojarle la cabeza, hiciera que le saliera vapor por las orejas.
Finalmente, lo soltó.
—¡Ululette! ¡Auxilio! —gritó Gecko, con su voz llena de pánico.
—¡Descuida, Gecko! ¡Ahí voy! —respondió ella, levantando el vuelo.
Fue en ese momento cuando la mente de Catboy se detuvo. ¿Y si eran realmente sus amigos? ¿Y si había estado enfrentando a los verdaderos Gecko y Ululette? Las coincidencias empezaban a acumularse en su cabeza. Las dudas lo asaltaron como un torrente, ahogándolo en la culpa.
—No... —susurró, soltando el imán lunar—. Esto no puede ser cierto. Yo jamás sería capaz de hacerles daño... No, no a mis amigos... ¡No!
De repente, la voz de Luna lo sacó de su trance.
—Ey, Catboy. —Se volvió hacia donde los había dejado—. Dime, ¿qué se siente estar del lado del mal por primera vez?
—Yo... No era mi intención...—Yo... No era mi intención —balbuceó, el peso de las acciones que cometió lo aplastaban.
—Pero si te veías muy seguro de lo que hacías —dijo Luna, su tono estuvo cargado de una malicia que le erizó la piel.
—C.. Creí que... Ululette y tú... Ese relámpago... No era mi intención —intentó justificar Catboy, pero sus palabras sonaban vacías, incluso para él.