☆//☆
ADVERTENCIA DE CONTENIDO:
+16 (puede contener: escenas inapropiadas; sangre).
☆//☆
Estando en el cuarto de Ululette, Catboy observaba el Búho Deslizador de una manera peculiar. A pesar de estar físicamente allí, su mente vagaba lejos, atrapada en pensamientos oscuros. El silencio del cuarto pesaba sobre él. Aquel simple objeto le evocaba una serie de recuerdos sombríos, llenos de tristeza, dolor e impotencia. Mientras intentaba despejar su mente, apretó los puños sin darse cuenta, como si intentara aferrarse a algo más sólido que sus pensamientos. De pronto, Newton entró en la habitación, buscándolo.
—¿Todo bien? —preguntó Newton, mirándolo con cierta preocupación.
—Sí... es solo que, después de ese sueño, sentí la necesidad de venir aquí, asegurarme de que todo seguía igual. Parecía tan... real —respondió Catboy, sin apartar la vista del Búho Deslizador. Su voz cargaba un matiz de duda que no solía mostrar.
—Es normal. Te sorprenderías de lo que la mente puede hacer.
Catboy esbozó una ligera sonrisa, mas su expresión seguía tensa.
—Supongo que sí...
—Bien, ahora debemos...
—Lo sé. Vamos —lo interrumpió Catboy, esta vez con una determinación renovada, como si se hubiera sacudido los recuerdos. Sabía que no tenía tiempo para dejarse consumir por ellos.
Sabían lo que tenían que hacer: lo primero era sacar a Gecko y Ululette de la serpiente en la que estaban atrapados. El plan consistía en hacer que el monstruo los vomitara, y luego, derrotarla. Todo estaba trazado. El Robot en pijamas llevaría a ambos héroes en el jet. Volarían sobre la criatura, y Catboy, usando su mochila propulsora, saltaría en acción. Su tarea era llamar la atención de la serpiente para que intentara tragárselo. En el momento en que abriera la boca, soltaría un pedazo de queso podrido que, al ser ingerido, la haría expulsar a sus compañeros. Luego, Newton, disfrazado con una máscara para ocultar su identidad de las cámaras, dispararía el rayo reductor, encogiendo al monstruo hasta que desapareciera.
—Nada mal, ¿verdad? —dijo Catboy, repasando mentalmente los detalles del plan. Pero había una preocupación latente—. Solo que debemos darnos prisa. Usar el jet bastante puede desgastar al Cristal en pijamas.
Observó las pantallas con los reportes de noticias, mostrando el caos que se desataba por todas partes.
—El mundo nunca ha estado en tanto peligro como ahora —dijo, con gravedad. El peso de cada palabra era evidente, como si el futuro del planeta colgara de un hilo y solo ellos pudieran evitar lo peor—. Depende de nosotros detener esto y salvarlo.
—Sí... pero, ¿no crees que deberíamos tener un plan B? —sugirió Newton, incapaz de sacudirse el temor que sentía—. Ya sabes, por si algo no sale como esperamos.
Catboy bajó la cabeza, reflexionando, pero luego volvió a levantar la mirada con un brillo decidido en los ojos.
—En una situación como esta, no se me ocurre un plan alternativo. Pero aún así, confío en que lo lograremos. Somos héroes, y los héroes siempre encuentran una manera de vencer.
—¿Y si esta vez no lo logramos? —lo cuestionó Newton, angustiado. El fracaso no era algo que estuviera acostumbrado a considerar, pero la magnitud de lo que enfrentaban lo obligaba a planteárselo.
Catboy suspiró, pero su tono seguía firme.
—No fallaremos. —Giró para mirarlo directamente a los ojos, transmitiéndole toda su confianza—. Confía en mí.
—Es que... nunca nos hemos enfrentado a algo así. No tenemos idea de lo que esa cosa puede hacer.
—Eso no importa —replicó Catboy, su tono fuerte pero sereno—. Puede que seamos pequeños, puede que no seamos lo suficientemente fuertes, pero decidimos intentarlo de todas formas. Eso es lo que significa ser valiente. Y mientras tengamos eso, no nos rendiremos. Ahora díganme, ¿quién está listo para salvar el día una vez más?
Newton y el Robot en pijamas se miraron, sintiendo cómo las palabras de Catboy resonaban en su interior. La energía del momento les erizaba la piel y los llenaba de una chispa de esperanza.
—¡Yo! —gritaron ambos, casi al unísono.
—Entonces, ¡aquí vamos! —exclamó Catboy, lleno de determinación. Aunque el miedo seguía latente, lo habían convertido en fuerza.
Mientras tanto, Tigresa y su equipo llegaron al cuartel. Se detuvieron por un momento, observando el edificio.
—Así que aquí es donde venía el chico armadillo. No parece muy grande para esconder algo importante —comentó Bayılan, su integrante acuático.
—¿Crees que son héroes o villanos? —preguntó Rubber, intrigado.
—Considerando la actitud de su "amigo" cuando nos confundió con ellos, no creo que sea malo. Y ya sabes lo que dicen: dime con quién andas... —Tigresa dejó la frase en el aire, mirando hacia el cuartel—. Aunque aún me cuesta creer que haya otros portadores de Animales Espirituales fuera de La Academia, y que nadie los detectara antes.
—¿Qué crees que haya ahí adentro? —insistió Bayılan.
—No lo sé. Aunque me gustaría averiguarlo.
De repente, dos de las tres puertas con los símbolos se abrieron, sorprendiendo al grupo. Se escondieron rápidamente entre los arbustos. Desde allí, vieron salir un par de vehículos con características de un gato y un búho, además de otro con cualidades semejantes a las de un lagarto, que emergió del agua. Estos vehículos se fusionaron para formar lo que parecía un jet. Además, tres individuos, acompañados por algunos animales, aparecieron por la puerta central: uno llevaba un casco y un jetpack, otro portaba un extraño artefacto, y el tercero era un robot. Todos abordaron la aeronave y, poco después, emprendieron el vuelo.
—¡Guau, necesitamos uno de esos! —exclamó Rubber, asombrado.
—Por favor, Rubber —se burló Yastreb, cruzado de brazos—. Es solo un gran pájaro de metal. Además, ya tenemos transporte para misiones.