Reflejos del pasado

1

1

En lo alto del camino, Marina observó en la distancia el pueblecito oculto dentro del valle. Entre frondosos bosques de hayas y coníferas, se ubicaba Hayedo del Valle, un pequeño pueblo tejido a la vieja usanza, cuyos habitantes no se habían dejado influenciar por los avances de las grandes ciudades. Así, cualquier persona que visitara aquella población creía estar viviendo en una película del pasado. Corría el año 1954 y lo único que podía considerarse de reciente implantación era el edificio de Correos y Telégrafos, que ofrecía servicio telefónico a toda la comarca.

«Espero que este sea el definitivo», pensó la joven mientras giraba sobre sus talones y recogía la maleta que había dejado hacía tan solo un momento en el escarpado suelo. El autobús se detuvo en el arcén, a un par de kilómetros del desvío de la entrada al pueblo, para que la muchacha se apeara y, antes de que pudiera apartarse a un lado, el vehículo retomó su trayecto levantando tras él una nube de polvo.

Antes de llegar a la entrada de Hayedo, la noticia de la aparición de una forastera ya corría por todos los comercios. No era de extrañar puesto que el señor Garrido se había encontrado con la joven camino del pueblo. Él regresaba con su viejo y destartalado 2 CV de recoger provisiones en la ciudad para el resto de la semana. Se había ofrecido a llevar a la muchacha en coche, pero ella prefirió seguir caminando. Como era de esperar, Antonio Garrido llegó a Hayedo del Valle mucho antes e informó a su mujer del suceso. Aquella chica de cabellos negros como el azabache y ojos avellana, iba con un sayo que la protegía del infatigable viento. Llevaba consigo una pequeña mochila que portaba en sus hombros y una vieja maleta de cartón que a tantos viajes la había acompañado.

La gente esperaba atenta la llegada de la joven. En la entrada del pueblo, un cartel daba la bienvenida a Hayedo del Valle, con una población de poco más de quinientos habitantes. Marina observó las casas que se encontraban a ambos lados de la vieja carretera y enseguida algo llamó su atención. En la calle principal, el lado derecho estaba poblado de antiguas casas señoriales con vestigios de la sobriedad e importancia en la que habían vivido sus antiguos moradores. Las parcelas eran amplias, permitiendo que las casas de granito y pizarra, de reciente construcción, estuvieran lo suficiente alejadas unas de otras como para que sus vecinos disfrutaran de completa intimidad. Poseían, además, un extenso patio en su parte trasera, inundado de caléndulas, rododendros y narcisos que resistían el crudo invierno, como era el caso del jardín de doña Flora, o cubiertos de columpios y toboganes como en la casa de los Valverde, un matrimonio con cuatro retoños, todas niñas, que intento tras intento habían abandonado toda esperanza de conseguir un benjamín en la familia. El otro lado del pueblo estaba lleno de antiguas viviendas de barro o incluso madera, de dos plantas a lo sumo, aledañas unas a otras y en las que la planta baja hacía las funciones de taberna, colmado y hasta botica, para toda aquella mole de edificios que ofrecía un lastimero estado de conservación.

La mayoría de los que transitaban por el pueblo eran ancianos y se extrañó al no ver a ningún chiquillo por la calle. Decidió que ya tendría tiempo de confraternizar con los lugareños más adelante. Lo primero era lo primero.

Marina caminó hacia el colmado que había en la zona austera del pueblo. A simple vista, parecía una tienda de ultramarinos más. El olor a especias flotaba en el aire, unido a otros olores que conseguían abrir el apetito en cuestión de minutos. Se paseó por las estanterías observando las negruzcas hojas de bacalao que colgaban en el techo, los arenques dorados que se exhibían en cajas redondas de madera y los mil y un frascos de cristal con productos artesanales de la tierra. Los ojos de la joven iban por delante de sus pies, descubriendo perfumes, juguetes, abanicos, tejidos o tabaco, junto a máquinas para expender aceite o cortar fiambre a manivela. Al fondo, un largo mostrador vacío a excepción de la caja registradora, un oxidado artilugio de metal con cuatro cajones de caoba y que, con varias teclas y una manivela, parecía cobrar vida propia con cada timbre que emitía. Aquel lugar era la viva imagen de una tienda de ultramarinos del siglo pasado que se resistía a morir.

Una voz, desde algún recóndito lugar del establecimiento, interrumpió su hilo de pensamientos.

—Francisca, si eres tú, pasa hasta el fondo. Estoy colocando cajas en el almacén. —Invitó una voz de mujer cuanto menos amigable.

No obstante, ella no era Francisca y no entró en la puerta entornada, de donde procedía aquella voz. Las viejas tablas de madera del suelo delataron la llegada de la señora, que en cuestión de minutos apareció ante ella. Su larga melena, de un tono rubio oscuro, permanecía recogida en un pequeño y sencillo moño. Su nariz griega y sus finos labios completaban su afable, aunque melancólico rostro. Cuando la señora fijó su mirada en ella, se detuvo como si la hubiera fulminado un rayo y su rostro palideció durante un segundo.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Marina, después de acercarse a ella y sujetarla para que no se cayera al suelo. La joven le ayudó a recostarse en una silla cercana, buscó un frasquito de sales con el que reanimarla y se lo acercó a la nariz. La mujer pareció reaccionar de forma instantánea. Lanzó una breve mirada a la chica y contuvo el aliento—. Debería hacer más pausas al respirar si no quiere volver a quedarse sin aire de nuevo. —La señora se quedó paralizada, observándola fijamente, sin decir una palabra. Marina comenzó a asustarse y se incorporó, dispuesta a salir a la calle a pedir ayuda. La tendera, viendo sus intenciones, la instó a quedarse.

—No se preocupe, joven. Ya estoy mejor —declaró recuperando el color de sus mejillas.

Su gesto, sincero y amable, derrochaba cierta calidez en su mirada, a pesar de no conocer a Marina. Aquella mujer parecía sonreírle con sus grandes ojos marrones. Esa calidez le recordaba a sor Lucía, con quien había compartido tan buenos momentos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.