Una vez fuera del bosque, caminamos por el pueblo en dirección a la papelería El Sol, la cual, según me contaron, es la única que hay en el pueblo. Mientras avanzamos, observo cómo las personas corren de un lado a otro, saltan felices o simplemente observan desde sus casas la algarabía de todos los que están participando. De acuerdo con lo que he visto hasta ahora, las personas aquí valoran más el proceso de la búsqueda que el regalo que al final encontrarán. Esto es lo que más me ha llamado la atención, ya que la mayoría de las personas en estos tiempos ignoran todas las experiencias que pueden vivir y las cambian por cosas pasajeras.
Luego de cruzar unas calles, llegamos a la papelería. Esta está pintada de crema y tiene dos ventanales que dan al interior. Por fuera se ve pequeña, pero al ver mejor por los ventanales, se observa que es muy extensa.
_Buenas_ nos dice un hombre de unos 50, al otro lado del mostrador _Bienvenidos a la papelería el sol.
_Gracias_ respondo mientras Rud, Donner y Blitzen saludan con efusividad al señor (más la primera). El resto solo observa la escena sin opinar ni hacer nada.
_Señor Smith, él es Jasper_ me presenta Rud
_Sí, lo recuerdo de la fiesta_ dice el señor con una sonrísa_¿Qué tal la búsqueda?
_Bien_ respondo sonriendo débilmente
_Espero que pronto encuentres tu regalo_ concluye para después seguir con lo suyo.
Sorprendido porque no saludó ni siquiera miró a los otros tres integrantes de nuestro grupo, sigo a Rud y a sus amigos hacia dentro de la papelería, observando lo grande que es y la cantidad de estantes que tiene, llenos de elementos con los que cualquier artista o escritor soñaría.
_Comencemos a buscar para no perder más tiempo_ dice Blitzen mientras persigue a Yule, al girar el resto ya se ha ido por lo que supongo que esta vez me toca solo.
Guiado por la curiosidad, comienzo a observar los estantes con paciencia, detallando los productos, pero más específicamente los que tienen que ver con escritura. Rápidamente tomo una canasta y comienzo a echar en ella todo lo que me gusta y me puede servir. Al terminar de ver la parte baja, subo por una de las dos escaleras que se encuentran al fondo, una en cada esquina. Al subir a la segunda planta, escojo más productos interesantes; algunos los reconozco y otros no tanto. Tras unos minutos, y ya con la canasta llena, recuerdo que no tengo dinero, por lo que, desilusionado, vuelvo a poner todo en su lugar. Con mi suerte, solo falta que me acusen de ladrón para completar mi cuota de desgracias de esta Navidad; siempre es lo mismo.
Al terminar, suspiro y me siento al pie de la escalera, esperando que los demás encuentren la pista rápido para terminar con esto. Cansado de lo largo que ha resultado este día, cierro los ojos y me recuesto sobre el escalón de arriba, pero de inmediato las imágenes que vi de mi pasado vuelven como una pesadilla, o más bien como un recordatorio de algo que no sé qué es. Rápidamente abro los ojos, un poco alterado por el recuerdo.
Al enfocar la mirada hacia arriba, observo un papel doblado con una J en la parte exterior. Reconociendo dicha hoja, corro escalera arriba y me acerco a la pequeña chimenea que no había visto cuando subí. El papel se encuentra pegado en la pared, mucho más arriba de la chimenea. De inmediato observo el espacio para ver si encuentro algo para subirme y poder alcanzarlo.
Una vez que ubico una mesita, la coloco frente a la chimenea y me subo con cuidado, tras asegurarme de que la mesita no se romperá ni se moverá. Me estiro lo más que puedo para llegar al papel, pero no puedo. Al mirar a los lados, no veo rastro del resto, por lo que, para que nadie diga que no lo intenté, vuelvo a estirarme; esta vez me pongo de puntillas para poder alcanzarlo. Tras unos segundos de intento, lo logro. Sin embargo, justo después de sostener la hoja, la mesita se mueve hasta que se vuelca, tirándome al suelo.
Cierro los ojos antes de sentir el impacto, pero no siento nada. Asombrado, abro los ojos poco a poco y mi pulso se acelera al ver que me encuentro en mi vecindario; todo sigue igual desde que salí.
De pronto, escucho una bocina, por lo que, espantado, veo un auto venir hacia mí a toda velocidad. Mis pies se mantienen anclados al suelo por más que mi cerebro les ordena moverse; resignado y esperando lo peor, el auto pasa de largo, por lo que me doy cuenta de que nuevamente soy un fantasma.
Pasado el shock inicial y luego de unos minutos, camino hasta mi casa con un poco de inseguridad sobre lo que pueda ver. A medida que avanzo, voy observando a los vecinos a los que nunca me di a la tarea de conocer, ni siquiera de saludar. A pesar de estar en mitad de la calle, puedo ver perfectamente el interior de todas las casas. Estupefacto, observo que en su mayoría están muy bien decoradas; en algunas no hay personas, pero otras están llenas, y estas comparten entre sí, ven películas, cocinan juntos, juegan y comen en familia. Es como si pudiera ver una película con muchos clips de momentos vividos por los integrantes de cada casa en ella.
Viendo todo esto, el sentimiento de vacío, del que no quería ser consciente, se hace más fuerte. No entiendo por qué me pasa esto a mí. ¿Será que esta vez ya me morí de verdad? Por lo menos ahora tengo la certeza de lo que pasó: me caí y me golpeé. Pero si estar muerto es ver la felicidad de otros, prefiero estar vivo, al menos así puedo evitar ver su alegría. Además, ¿no se supone que los fantasmas vuelan o flotan? ¿Por qué yo tengo que caminar?
Frustrado y queriendo revivir o salir del coma en el cual tal vez estoy, continúo caminando hasta que mis pies se detienen frente a la casa de mi vecina Susan. Aquí también observo algunas escenas de su vida y la de su hija; en la mayoría, ambas están con muchas bolsas de compras o comiendo en grandes cantidades; sin embargo, en el resto, aunque son pocas, ambas comparten sinceramente, hablan y trabajan en equipo para solucionar problemas.