Reina Consorte

Nuestro último adiós

Imperio de las bestias divinas 

Palacio Sadelino 

 

—¡Papá juega conmigo! —gritó la princesa 

Su dama estaba detrás de ella entrando sin previo aviso a la oficina de Adrián quien estaba tomando un ligero descanso después de una extensa jornada laboral.

La pequeña de cinco años vio a su papá relajado sin prestarle atención, escapando de su dama, se subió a un librero ubicado en frente del sofá en el cual dormía Adrián saltando con velocidad.

Cayendo en su estómago levantando al rey de inmediato, tan pronto él abrió los ojos el reflejo de la pequeña princesa se pintaba en el iris de sus ojos.

Retuvo por varios minutos la figura de la niña, levantó la mirada encontrándose con la dama que en un momento rápido tomó a la pequeña de la cintura levantándola. 

Ella se aferró al pecho de Adrián, metiendo sus manos entre la camisa para que no fuera levantada.

—Su alteza, por favor… —la jalaba con fuerza; sin embargo, ella no se detenía aferrándose cada vez más a su agarre 

—Déjala —comentó levantándose del mueble con los ojos medio cerrados 

Aún no había dormido bien, su cabello despeinado con ojeras bajo los párpados y un enorme dolor de cuerpo que no sabía identificar si era por el mal dormir en el sofá o no poderse levantar de su asiento hasta terminar el trabajo.

Lo estaban matando, pero la felicidad de su hija era lo más importante para él en ese momento, se levantó obligado por ella con una sonrisa en sus labios.

—Puede irse —mencionó 

—¿Desea que le traiga té del fruto del Dragón? —inquirió 

La mención de la bebida le recordó a su emperatriz, asintió con la cabeza sonriendo.

La dama salió sin previo aviso, tomó a su hija en los brazos alzándola alto mientras sus risas salían de sus labios.

—Bien princesa, ¿qué quieres jugar? 

—¡QUIERO VER EL ZORRO! —gritó feliz alzando sus brazos en el aire 

—No princesa, ya es hora de que tu te conviertas en uno —la bajó dejándola en el suelo mientras sus ojos rosados lo observaban con delicadeza 

—¿Cómo lo hago? —preguntó 

Él se agacho, acariciando su cabello rosa claro, tocó su pecho con el dedo indicado su corazón.

—Debes sacar la magia que tienes en aquí —comentó 

Ella se apartó de su papá, cerró sus ojos agachando su cabeza, separando sus piernas junto con sus brazos un ligero rayo de luz provino de sus pies.

Adrián sonreía comprometido viendo como ella trataba de sacar su instinto, dejando su bestia salir; sin embargo, la pequeña princesa terminó desvaneciéndose.

Antes de que cayera al suelo, su padre la tomó cargándola en sus brazos. 

Pasó su dedo índice por su mejilla, cuando abrió los ojos su sonrisa le dio la bienvenida, besó su frente con cariño.

—Papá, ¿lo hice bien? —su voz suave hizo estremecer su corazón 

—Sí, lo hiciste excelente mi hermosa princesa —contestó 

—¿Entonces por qué no me convertí en mi bestia? —preguntó frustrada 

—Porque eres muy genial como para que tu alma escoja solo un animal —su voz alegre atrajo a la princesa 

De sus manos brillos dorados salieron como nubes dando la imagen de un pájaro que la punta de sus alas desplegaba un azul oscuro, como el cabello de Alsya.

Ella fue tras el ave que le mostró Adrián jugando con ella en toda la habitación, era cambiaformas por lo que a medida que pasaba el tiempo cuando la princesa quería tomarla ella adapta una nueva forma.

—Sí atrapas mi hechizo voy a enseñarte magia —dijo dirigiéndose a su escritorio 

—¡Chi! 

Se concentró de nuevo en el trabajo, escuchando las risas de la pequeña, necesitaba meditar, estar tranquilo y lo más importante sin interrupciones, pero la pequeña no lo dejaba. 

Tomar el rol de reina lo estaba cansando, ya había roto varias reglas del imperio al no querer casarse con otra mujer, pero cuando conoció a la emperatriz sintió que ella debía ser su mujer.

Su reina.

Si bien ella era menor que él por unos cuantos añitos, no pareció importarle.

Aún tenía intenciones de conquistar Melione, pero la alianza se ejecutó por lo que ese reino sólo sería suyo en su imaginación, al igual que su reina.

Añoraba ver a la emperatriz, deseaba verla bajo todo pronóstico cada vez que ella abrazaba la piedra mágica, lo abrazaba a él.

Él sentía su calor también durante las noches de soledad.

«Mi rosa, espero verte pronto…»

La imagen de la emperatriz vino a su mente, odiaba la idea de no haberla secuestrado cuando tuvo la oportunidad, decirle que escapara con él… pero ¿ella lo habría hecho?

Su pregunta quedó pausada al ver a la pequeña subir a la estantería de libros como un mono para que en el último piso resbalara del librero.




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