Reina Consorte

Princesa Támara

La arrullaba en sus brazos sobando su cabeza, su agarre era fuerte tras pequeñas melodías que salían de sus salió, la princesa pronto se sintió tranquila en el regazo de la extraña que la sujetaba.

No sabía quién era, pero su cabello azul le atraía, se separó de la mujer que la sujetaba limpiando sus lágrimas.

—¿Quién eres? —preguntó Támara tragando mocos

Ella acarició su rostro.

—¿Estás bien? Déjame ver tu mentón —Alysa levantó su cabeza detallando el raspón que se había hecho

Se dirigió a su dama de compañía.

—Llevemos a esta niña a con los sanadores —ordenó

La dama asintió con la cabeza.

Fue un paso adelante cuando la niña vio que cambió el curso de su ruta, la mujer que la cargaba no la soltaba, su cabello azul saltaba con cada paso y su mirada siempre estuvo firme.

No sabía quién era, aun así, su agarre se sentía cálido, apoyó su cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón, abrazó los muñecos ocultando su rostro con su cabello.

Cerró los ojos ligeramente, entre los ligeros mechones lograba ver el camino. No quería soltar a mujer, aunque no la conocía, su calor era similar al de una madre.

Támara, sabía que no podía darse aquellos lujos, abrazar a otra mujer, dejar que la cargara, permitirle tanta familiaridad.

Aunque ella... no se sentía como una extraña, su corazón latía familiarizado con el de la ex emperatriz.

Ni siquiera con sus damas, sentía aquella cercanía.

Cuando menos lo pensó fue bajada de sus brazos, se encontraba con la doctora del castillo, la mujer se asustó al ver el rasguño.

—Su alteza, ¿qué le pasó? Por amor de la Deidad, otra vez estaba jugando en los pasillos de cristal, ¿verdad?

—Nop —contestó frunciendo el ceño, ya sabía el discurso de la doctora

Alysa por su lado al escuchar el título supo su lugar aristocrático.

—Parece que es una princesa muy inquieta

—¡No lo soy! —protesto

—Princesa que se le dice sobre mentir —la dama de Alysa intervino

—¡Ustedes son unas mentirosas!

Alysa rio en voz baja, parecía que ya había descubierto de quien era familiar por una simple expresión.

«Debe ser la hermanita de Adrián. Es muy adorable»

La sonrisa de Alysa le pareció bella a Támara, que pronto ocultó su cabeza en uno de sus muñecos, la doctora levanto su cabeza colocando una curita con una crema blanca.

—¿Por qué somos mentirosas, alteza? —cuestionó

—Porque dicen que soy inquieta —respondió bajo el muñeco

—Yo no te creo que usted sea inquieta, pero si tiene prohibido ir a ese pasillo deberías obedecer —Alysa sobo su cabeza con cariño

—¡Es injusto! Ese pasillo tiene entrada al jardín favorito del rey —refutó bajando el muñeco con una pequeña arruga en la nariz

—Estoy segura que su majestad el rey en algún momento te dejará entrar —el amor en su voz no lo podía comparar

Era comprensiva, amorosa, y cariñosa. No parecía padecer de mal humor.

—¿Por qué su cabello es azul? ¿Se cayó en un montón de arándanos cuando era bebé? —expulsó la pregunta

—¿Qué?

—Mi papá dice que mi cabello es rosado porque caí en un montón de fresas y flores cuando era bebé —respondió en inocencia

«Su papá debió estar escribiendo una novela por la imaginación que tiene»

No sabía contestar ante la inocencia de la pequeña, aún estaba confundida, temía llevarle la corriente y que se tomara todo en literal con el cabello de las personas, o decirle que no para dañar su ilusión.

—Sí, me caí, pero no en arándanos, cuando era pequeña jugaba mucho en el mar y mi cabello se tiñó de ese color

—¿Igual que tus ojos?

—Sí

La pequeña pasó su mano por la piel blanca de la emperatriz apreciando cada detalle de su rostro, los pequeños la hacían lucir hermosa.

Era suave, bella, tersa.

En su vida había visto tanta belleza, bueno no podía decir mucho por su edad; sin embargo, estaba segura que tal belleza la vería muy pocas veces en la vida

—Eres muy hermosa

—Usted también su alteza

La pequeña bajo la mirada, desviando sus ojos, en poco tiempo su expresión fue seria, sombria y deprimida.

Alysa nacarició su piel morena con cariño sin aún comprender qué era lo que pasaba por esa mente pequeña.

—Alteza, ¿sucede algo? —preguntó

Ella negó con la cabeza.

—Debo irme con mi mamá —comentó

No le prestó mucha atención al comentario de la pequeña, ella se bajó de la cama con sus dos muñecos.

—Su alteza, me permite acompañarla —Alysa con una sonrisa en sus labios se ganó una pequeña risa




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