Reina Consorte

Mala

En el salón Real, los súbditos de la princesa le daban la bienvenida, bajo junto a su padre, su madre la esperaba con una sonrisa oreja a oreja.

Ella le besó la mejilla sin mucho cariño, luego acarició su cabello.

—Feliz cumpleaños, mi heredera —sonrió

Ella asintió con la cabeza.

Pronto la ceremonia empezó, los tres estaban sentados en sus tronos, aunque Charlotte ya no era reina, era la madre de Támara, por lo tanto, el título le seguía dando poder.

Adrián al no haberse casado todavía, no podía hacer nada en ese caso. Ese título le decepcionaba bastante.

El solo hecho de la infidelidad, fue un balde de agua fría para él.

Entre los nobles seguían luciendo como una bella familia, Adrián como gobernante, Charlotte a su lado y Támara del lado de su madre.

Adrián le dedicó una pequeña mirada a su princesa notando su tristeza, no logro comentar algo antes de que Charlotte interrumpiera.

—Me alegra mucho que tu amante no se presente, por lo menos sabe lo que formaría si entrará a este salón

Adrián se acercó a su oído hablando en voz baja

—Bueno, tú no tienes vergüenza de sentarte a mi lado después de meter a tu amante en mi cama. De hecho, creo que estoy siendo misericordioso

—Soy la madre de Támara, tengo derecho —se defendió

—No, no lo tienes porque con mi palabra te puedo echar, así que hazme un favor como rey, cállate y no hagas comentarios innecesarios antes de que salga humillada —se retiró para observar el baile

Charlotte apretó los dientes desviando su mirada.

La sonrisa en los labios de Támara al ver el baile era gratificante para Adrián, la danza era muy importante para sus tradiciones culturales, pues contaba la historia del poder divino que se dio la deidad a los humanos de su raza.

Una bailarina danzaba con zapatillas de ballet, una máscara blanca, con vestuario del mismo color, de sus dedos salían destellos que indican el poder, pasándolas a todos los bailarines en la pista.

Ellos empezaron a danzar, dichosos del poder, entre vueltas, con rosas en sus manos alaban a la mujer.

Támara había escuchado una y otra vez la historia, por lo que verla le hacía recordar las palabras de su padre.

Esos momentos en los que ambos gozaban de las historias místicas de su pueblo.

—Támara —la voz de Charlotte en su oído la alteró —¿por qué usas un vestido tan llamativo? ¿No te das cuenta que muestra tus defectos?

—¿Qué defectos madre? —inquirió con miedo

Sus ojos se empezaron a apagar, temiendo lo peor de sus palabras.

—Tú piel, la dejas al desnudo, es desagradable que te traten solo por ser princesa. Si solo fueras blanca... —no tuvo misericordia al hablar

Los ojos de la princesa se aguaron, pronto lágrimas salieron de ellos, su rostro lo oculto con su cabello, además de cubrirlo con sus manos.

Las lágrimas de Támara colmaron la paciencia de su padre, quien al escuchar el primer sollozo de la princesa olvido el título de gobernante, agarro el brazo de la mujer con fuerza atrayendo su mirada.

—No seas descarada mujer, ¿cómo te atreves a hacer llorar a mi hija? —habló con un tono rudo

La música ayudaba para que sus palabras no se extendieran por todo el salón.

—También es mi hija y solo le estoy dando consejos de vestimenta —contestó

—Aprende a vestirte primero para comentar, pareces un adorno de pared con esa vestimenta —confesó

Se estaba aguantando las ganas de comentar sobre el vestido de Charlotte, un extravagante vestido de cola ancha, escote en V con detalles puntiagudos bajando por el busto, hombreras exageradas, como las armaduras, y como detalle en los brazos, mangas con destello.

El color del vestido era oscuro, lo que se perdía entre un negro, morado o azul.

Su cabello suelto con una corona dorada sobre la cabeza.

—Sin ofender, pero son más bellas las lámparas de araña que tú —Adrián la miró con desagrado

El desprecio que sentía por ella se fue desarrollando a lo largo de los días, bajo la influencia de Marcus averiguó más cosas sobre Charlotte, Ross también ayudó.

El cariño que sentía por su esposa desapareció cuando se metió con su hija.

«Si no fueras tan mala madre, mala esposa y mala noble, tal vez no estaría considerando desterrarte del castillo»

El pensamiento de Adrián había cambiado mucho, sus informes sobre la mujer que desposó eran horribles.

Sus relatos solo le recordaban a una persona. Eileen.

—Eres un desgraciado

—Y tú, una malnacida, pero no quiero una palabra más de tu parte, sabes lo que soy capaz de hacer si hablas —amenazó

Charlotte lo sabía a la perfección, la humillación que le causó cuando llamó a la corte a verla desnuda con su amante, las burlas, las malas palabras, la deshonra a su familia.

Había sido el peor de sus días, y todo empeoró después, cuando nadie le quería ayudar. Ya se había ganado un apodo entre la alta sociedad "La mujerzuela de la aristocracia"

Támara, por desgracia, aún seguía sin levantar cabeza, algo que preocupó al rey de inmediato, su madre, no la miró en ningún momento.

No se arrepentía de haberle dicho esas palabras tan hirientes.

La danza terminó, todos aplaudieron, al salón entraron nobles para bailar, miraron a la princesa con una sonrisa en sus labios, ella no se inmutó a levantar la cabeza.

Adrián se levantó de su trono, fue donde Támara arrodillándose ante la princesa.

Su aliento cálido la sorprendió.

—Bella, no llores, aquí está papá, y sabes que destruiría el mundo por ti, por lo tanto princesa, concede esta pieza y dime que quieres que haga —extendió su mano a ella

—Quiero que traigas a Alysa

—¿Qué?

La respuesta de la pequeña lo sorprendió, fue entonces cuando tomó su mano para bailar.

Juntos bajaron al salón, en medio de un diseño en cruz en la baldosa del suelo, brillaba cuál diamante, dejando ver su reflejo.

En medio del salón, hicieron una reverencia, pronto los músicos tocaron dando inicio al baile, por la estatura de la pequeña era algo complicado que el baile fuera perfecto.




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