Reina Consorte

Condenada carta

Támara asintió con la cabeza, los nobles dejaron de bailar, los músicos de tocar, intrigados por lo que sucedería después.

Ambas hicieron una reverencia, el maestro movía la batuta mientras sus músicos tocaban una melodía suave para las dos.

Sus piernas al moverse en la pista se perdían por el vestido, parecía que estuviera flotando, tomaba a Támara de las manos para luego darle una vuelta.

—Me alegra mucho que estés aquí —comentó la princesa

—Lamento haber rechazado su invitación

Entre sus brazos la envolvió, al soltarse juntaron la yema de los dedos para dar pasos en forma de círculos, la princesa la soltó, rodeó su cuerpo dando infinitas vueltas, al finalizar dobló sus pies, bajó la cabeza y sonrió.

Esa parte del baile no logró entenderla, hasta que Támara levantó la cabeza.

Extendió de su mano, Alysa la tomó algo intrigada por el siguiente movimiento de la pequeña, hasta que la música fluyó con lentitud.

Entonces la danza se volvió suave, tranquila. Era un vals el cual atrajo de nuevo a los nobles que acompañaron la balada.

Adrián fue tomado por su hija, en medio de la pista lo obligó a tomar la mano de Alysa, luego los dos tomaron la mano de la princesa.

—No debe ser tan difícil bailar entre los tres

Los dos adultos dudaban de esa posibilidad.

Direcciono a Alysa a un lado para que ella siguiera, con esto movió a Adrián, pronto sus pies entendieron el ritmo, aunque confundidos lograban direccionarse.

Támara soltó a Alysa para que su padre les diera una vuelta, algo a lo que él accedió sin remedio.

Entre sonrisas, una danza rara, la cual Támara se había inventado hace unos segundos combinando lo elegante con lo vulgar.

El ballet y más expresión libre de la princesa.

Adrián disfruto de verla bailar con tanta libertad, aunque su madre invadida por los celos no evitó ver desde el balcón decorado con flores violetas.

Chasqueo la lengua apartándose del lugar.

Entre largos pasillos oscuros su figura desapareció.

«Adrián, me vas a pagar los años que perdí a tu lado» con el ceño fruncido se dirigió a su habitación.

Cerró la puerta con candado ordenando a sus damas que no la molestaran.

Llena de ira en sus manos, con deseos de ocultar su bestia, su cuerpo colapsó en un estrés innato.

Los colmillos de su boca pronto empezaron a salir, sus manos estaban tomando una fuerte apariencia, ocultándose en el cabello, sus uñas pronto se formaron en garras.

De su cabeza salieron orejas, sus ojos amarillos empezaron a brillar con fuerza.

No quería despertar a su bestia, era lo más horrible que tenía.

Se acurrucó en el suelo, controlando su poder.

Encontró un jarrón con flores en la puerta del balcón, fue a él con debilidad tomándolo en sus brazos para luego arrojarlo.

—¡Esto es por ti, Adrián! ¡Miserable gusano! —tomó el gemelo del jarrón para hacerle lo mismo —¡Esto es por ti, princesa negra! —expresó con ira

Con los trozos del jarrón los aventó a las ventanas del balcón, luego tomo las flores quitando los pétalos, con una estatuilla de oro daño el espejo del tocador.

Mires de vidrios cayeron al suelo, un pedazo quedó intacto mostrando su figura monstruosa.

—Sí tan solo hubieras nacido varón, si Adrián nunca me hubiera prometido... yo amaría a mi bestia... y a mi hijo

Con sus garras rasgó el papel tapiz de la pared, el grito que salió de sus labios ahuyentó a las aves.

Los sirvientes ya sabían de sus ataques de ira, por lo tanto, al considerarla loca e incapaz la dejaban sola para retorcerse en su dolor.

Después del acto tan bochornoso al que fue sometida, ninguno le prestó atención a alguna de sus palabras.

Exhausta después de haber acabado con la habitación, gateo en el suelo hasta quedar en medio de su destete, la pintura que decoraba su habitación quedó hecha añicos, los muebles de madera totalmente acabados.

Su cama era lo único que se conservaba intacta.

—Alysa... ¿cómo te sentiste cuando te quitaron a tu marido? Dudo que este dolor tú lo sientas —esas palabras sin razón tomaron sentido... —el emperador Bennett...

Se levantó del suelo más motivada, en los cajones de su mesita de noche busco papel, una pluma, tinta y demás elementos.

Se sentó sobre la cama con una almohada apoyada en sus piernas para darle firmeza a su escrito.

—Querido emperador Bennett, con la reciente alianza establecida entre su majestad el rey Adrián y su persona, solicitó su permiso para una audiencia, las palabras por expresar no me caben en estos escritos, necesito comunicarme con el monarca al cual le arrebataron una mujer, si los pecados de la ex emperatriz se basaron en daños a su amante hay unos peores... entre esos, un posible adulterio de la presente. Cómo lo comenté antes, es un asunto del cual es mejor comentarlo en privado, dejando este tema de lado, si me lo permite, me gustaría apreciar la belleza de su imperio y quedarme —las razones de su decisión las fue escribiendo como se lo diera su imaginación —Att: La duquesa de Islas Candentes, Charlotte Latsarune —su letra era cursiva en aquel papel amarillo

Sonrió sellando el sobre.

«Voy a destruirte, Alysa» pensó

***

En el salón, Támara comentaba con algunos niños, nobles los cuales eran sus mitos la gran atracción para sus padres, quienes sonreían mientras los observaban.

La princesa estaba siendo acortejada por un príncipe vecino y un duque.

Un juego de niños el cual a Adrián no le convenció mucho.

Alysa a su lado solo podía recordar una cosa.

—¿Ya tienes un prometido para ella? —inquirió bebiendo un sorbo de champaña

—No, es muy joven, quiero que ella lo escoja —contestó

—Que padre tan ejemplar

Adrián le dirigió una mirada discreta.

—Por cierto, sabes que no me molesta tu compañía, pero ¿por qué estás aquí? —inquirió

—Su alteza me invitó, fui a dejar su regalo de cumpleaños cuando recibí su invitación en persona —dijo sintiéndose intrigada por la situación de los pequeños




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