Reina Consorte

Los bandos del ajedrez

—¿Un, que?

—¿U- un mes está bien? —cuestionó con nerviosismo

—¿Eso es una afirmación?

Ella asintió con la cabeza.

—Me temo que eso no es posible, al volver a la enemistad con sus tierras sin ningún motivo de reconciliación tomando en cuenta que usted ya no es reina me parece justo que se quede quince días. Le pido el favor que abandone mi oficina —su tono de voz fue seco

Charlotte no quería abandonar la oficina del emperador, revisó varios documentos sobre la mesa, una cantidad excesiva para solo una persona.

—Emperador, antes de irme, ¿necesita ayuda? —inquirió

—No gracias, tengo a mi prometida, quien puede ayudarme —contestó

—¿Pero esta lista?

Esa pregunta estaba colmando la paciencia de Bennett quien se estaba cansando de sus palabras, cuando la recibió, como le contó la infidelidad haciéndose pasar por víctima.

Su único problema es que era muy exagerada, además de irritante, y ahora metiche.

—Eso no es de incumbencia. Ahora váyase, descanse, y disfrute de mi imperio hasta la fecha establecida —concluyó

Ella se levantó del asiento con las mejillas rojas por la vergüenza provocada. Hizo una ligera reverencia.

—Gracias por atenderme, su majestad

Él no respondió.

Charlotte dio media vuelta, cerró la puerta apretando los puños y los dientes por la impotencia.

«No le importo, él no la quería, y ella... lo sabía... su divorcio fue lo mejor que le pudo haber pasado, y lo peor fue que se convirtió en una mujer poderosa. Sí se casa con Adrián... será la mujer más rica e influyente que las Bestias hayan visto»

Camino unos cuantos pasillos hasta llegar a un balcón con pilares hechos de mármol, su base circular permitía que sólo una persona detallara desde la punta el imperio.

La brisa despierta algunos mechones, refresca su rostro y trae a su mente la emperatriz.

La mujer en el jardín, en el cumpleaños de Támara, en algunas decisiones que en su momento le correspondían.

El rey le dio libertad desde antes de casarse tomar su puesto como reina bajo su supervisión.

«A mí ni siquiera me dio esas libertades, me quito mi libertad muy joven, cuando le pedía algo me lo negaba, y a ella... le permite todo»

Charlotte como reina no fue la mejor, tampoco la peor, solo fue una joven de 17 años con sueños que esperaba encontrar el amor, a cambio la casaron con Adrián porque él se enamoró primero, le dio la corona bajo infelicidad, al engendrar a su hija se sintió abusada, al parirla decepcionada.

Al enamorarse de verdad fue lo mejor, hasta que su amante fue asesinado por su marido.

Mancho el nombre de su familia, la arruinó y ahora no querían saber nada de ella.

Además de no amar a su esposo por su tono de piel, al igual que su hija.

La inquietud con las pieles morenas fue su condena, su castigo, ahora tendría que vivir con eso durante mucho tiempo.

Su racimo no es trauma, es genuino, nunca le gustaron las personas de color, cada vez que él la tocaba se sentía sucia.

No lo aguantaba, por tal motivo no pudo seguir con las relaciones matrimoniales, al principio era cada mes, final cada año, hasta que ella se lo prohibió.

Una razón más, para que su adulterio se diera.

—¿Hola?

La palabra la obligó a secarse la lágrima que bajaba de su mejilla, girar su rostro y finalmente encontrarse con la mujer del emperador.

—¿Usted es la emperatriz? —cuestionó

—Aún no soy coronada, pero podría decirse que sí, ¿quién es usted?

Ella no estaba sola, estaba con su dama de compañía, aquella que una vez sirvió a Alysa, la que ahora era su mano derecha.

La mujer tenía una mirada fuerte, el ceño ligeramente fruncido.

—Soy Charlotte Latsarune, Duquesa de Islas Candentes —se presentó inclinándose

—Bienvenida al imperio de Melione —comentó ella con una sonrisa —no sabía que tendríamos visitas de tierras lejanas

Charlotte sonrió con algo de nerviosismo por su respuesta, su acompañante tenso el ceño haciendo una expresión complicada.

—No son tan lejanas. Majestad

—¿No dijo Islas Candentes? Esas están a cuatro días del imperio

—Creo que las está confundiendo Islas Candentes con Islas Nascentes —explicó —las islas quedan en el imperio de las Bestias Divinas

Eileen al escuchar el nombre se impresionó, guiada por la curiosidad fingió la expresión.

—Lamento mucho mi error, pero aún las confundo —Eileen sonrió con vergüenza —usted es invitada del emperador, ¿no es así?

Charlotte asintió con la cabeza a pesar de no ser cierto.

—¿Quiere acompañarme a una fiesta de Té como mi invitada?

—Eso me encantaría




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