Ella extendió sus brazos y separó sus piernas cerrando los ojos.
—No le hagas daño a mi papá —gritó —hay otra forma de traer a mi hermano, pueden usar magia, después de todo, ella sirve para todo
—¿Dónde está tu tutora? —la tomó del hombro usando un tono autoritario
Cuando la princesa sintió el tacto de su padre, una parte de ella descendió, había perdido lo que fue su identidad.
Trago en seco observando a su padre, quien tenía el ceño fruncido, la mirada seca y los labios apretados.
Sabía, dentro de ese pequeño instinto, que sería gravemente regañada.
Por irresponsable
Por imprudente
Por metida
Ese instinto de niño iba a ser cruelmente dado a razón.
—Adrián suéltala —intervino Alysa, agarro la mano de la princesa —yo la llevare con su maestra. Retomaremos esta conversación en otro momento
Támara bajo la influencia de su madre se dejó llevar; si debía ser regañada por alguno de los dos, prefería a la esposa de su padre, con ella la corrección seria mínima.
Adrián con sentimientos encontrados y una fuerza suprimida golpeó con fuerza el escritorio qué tenía a disposición.
Un crujir vino de él y, con esto, una eterna grieta.
Luego el estruendo de haberlo dañado.
Se llevó las manos a la cara, preocupado bajo la sombra, él, gran dueño de la magia, tendría que recurrir a métodos ortodoxos para así tener el hijo que su esposa estaba engendrando.
Aun sabiendo, que esto no sería aprobado por la ley del Imperio.
Lo que lo mantenía firme al querer buscar entre los archivos reales, en los libros de magia negra, blanca, o elphata, era saber que se había burlado de la muerte en su cara, que había logrado lo que ningún rey había logrado antes.
Su ambición había aumentado, no importaba lo que costará, conseguía lo que quería.
Por lo tanto.
—Ni el fuego del sol más ardiente, me detendrá para conseguir lo que quiero, mi familia será la más recordada entre los cuatro vientos
***
Esa tarde Támara no asistió a su clase, estuvimos con Alysa más allá de los jardines de cristal, donde el sol se asienta en el agua cristalina del estanque dorado.
Cisnes blancos, cuyo plumaje brilla, los cuales con su picó plateado atraen a la familia Fernsby.
Los dorados, aves cuyo plumaje es amarillo; sin embargo, sus patas, picos, alas, son doradas.
En una bandeja de bronce, ambas tenían un pequeño aperitivo algo extraño para la humana.
—¿Qué es eso alteza?
—Son alas de media luna
—¿Alas?
Ante la curiosidad de la emperatriz, la princesa le mostró la forma del alimento que estaban a punto de degustar.
—Sí, si lo ves bien, tienen la forma de un cisne dorado, la media luna es por su color carmesí. ¿No tienen de estas en Melione?
Alysa negó con la cabeza y una sonrisa, en un segundo ambas habían perdido el rumbo del tiempo al ver el atardecer.
—¿Estás enojada conmigo? —preguntó sin dejar de mirar el sol
—¿Por qué debería estarlo? —Alysa no le dirigió la mirada
—Por imprudente y...
—¿metida? —contrarresto
Ella asintió con la cabeza.
—Fue una grata sorpresa verte, pero alteza, esos no son comportamientos de una princesa que se está preparando para ser reina, debe ser sutil, no debe tomarse su aprendizaje a la ligera, mucho menos, cometer este tipo de imprudencias. Si no quiere tener problemas con su padre, es mejor... no volverse a escapar de sus responsabilidades. Será reina en un futuro, y debe ser superior a su padre —recomendó
—No quiero ser superior a mi padre
—Para lograr el poder, y ser reconocida entre la sociedad debe resaltar su majestad
—¿Tú fuiste reconocida en Melione?
—Soy la emperatriz más hablada de Melione, princesa —contestó
Támara sonrió, se bajó de la silla abrazando el vientre de la mujer.
—Perdóname, no debí contraerte, ¿no te lastime?
—No princesa
—Ustedes dos, estarán a salvo ¿verdad?
No supo contestar. Aún dudaba sobre la posibilidad de tener a su hijo, había muerto una vez, volver a hacerlo solo por un capricho.
¿Qué pasaría si ella no lograba engendrar al heredero?
Al hijo que tanto quiso tener, pero le arrebataron ese sueño.
¿Podría vivir ese dolor tres veces?
—Alysa —la voz de Támara irrumpió en sus pensamientos —no los voy a perder ¿verdad? -
—No, no perderás nada princesa —cargo a Támara, sentándola en sus piernas.
Juntas vieron el atardecer, el sol brillando en las aguas cristalinas, los cisnes bañándose en el estanque.
Además del amor maternal que ella le estaba transmitiendo a Tarama.
La calidez del aire, el sonido de las hojas al mecerse con el viento, un susurró favorecedor, un llamado.
La princesa cerró los ojos y al cabo de unos minutos se durmió en el regazo de la reina.
Ella no dejo de ver el paisaje.
Sentía el pequeño latido de Támara, quería repetir este proceso con su hijo de sangre.
Bajo la mirada, las cejas de Támara llamaban la atención, sus cejas, su nariz y su piel.
Estaría encaprichada con la idea de un hijo, pero era suyo.
Un ser el cual comparte tu corazón, algo que creaste.
Ese instinto no había crecido tanto desde que conoció a Támara.
Abrazo a la princesa en sus brazos, la acomodo para luego llevarla cargada a su habitación.
Llamando la atención de varios sirvientes porque nunca dejó de sonreír, la dejó sobre la cama, envuelta en las cobijas.
Antes de levantarse una mano la tomó del vestido.
—Mami no te vayas —pidió para posteriormente quedarse dormida
El corazón de Alysa estalló en ternura, se llevó la mano al pecho conteniendo la alegría que sentía, obedeció la petición de la princesa recostándose a su lado.
«Solo me quedare unos minutos, después buscaré a mi marido»
Tan pronto se acomodó, el cuerpo de la princesa reaccionó por sí solo girándose al sector de Alysa.
La reina no se movió para no incomodarla, solo espero; sin embargo, la comodidad le ganó y juntas se quedaron dormidas.