El mes de ausencia del emperador fue un golpe duro para Melione, desafortunados hechos en la corte, en su economía, en el reino en general.
Bennett solo llevaba un día de nuevo en la corona, atendiendo algunos de los problemas más complicados de lidiar en su cama al lado de Charlotte y Catalina como su dama.
Ambas mujeres con descaro se preocupaban por él, evitaban que hiciera movimientos bruscos, que pensara de más y sobre todo que no estuviera cómodo.
Un trabajo que más que nada le pertenecía a Catalina.
Charlotte solo debía cerrar la boca y corroborar con la ayuda de Bennett, era primordial llegar a tal acto para ser ascendida en la corte de Bennett, pues, se ganó el cariño de los dos emperadores por su manejo con las labores imperiales.
Como diría el buen Bennett en esa situación:
—No entiendo como un hombre como Adrián pudo divorciarse de una mujer tan eficaz —separó dos documentos dejándolos a un lado de la cama
Charlotte solo sonrió
—Él encontró entretenimiento en otra; que olvido que era una verdadera mujer —comentó
—¿Entretenimiento? No... ella era una excelente emperatriz, pero una pésima mujer en relaciones maritales, dudo que haya despertado una pasión en él; además, ella aprovechó su desgracia al meterse con el rey. Después de todo, estoy seguro que carece de inteligencia —él le dedico la mirada sonriéndole
Ella bajó la mirada ocultando su sonrisa.
Catalina, había organizado un baño para él, siguiendo sus propios criterios.
Se acercó a los nobles bajando la cabeza.
—Su majestad, su baño está listo —dijo
—Gracias Catalina. Charlotte —le dirigió una mirada baja
Ella entendió este gesto saliendo de la habitación con amabilidad tal como se lo había ordenado el emperador, sin antes amenazar a Catalina con la mirada.
La dama apenas le sonrío.
Luego de cerrar la puerta de aquellos aposentos, Bennett bajo de la cama en dirección al baño, sin antes recomendar a Catalina
—Llama a las sirvientas, tu trabajo es ajeno a las atenciones del emperador —se acercó apoyándose en la puerta del baño
—Lo lamento su majestad, pero las sirvientas que atienden su baño están ocupadas con el príncipe, por eso si me lo permite; seré yo quien atienda su baño
Bennett la fulminó con la mirada sin remedio la llamó con el dedo permitiéndole entrar.
El olor en esa habitación desprendió en el cuerpo sudado del emperador un ardiente olor a rosas, violetas, y otros aromatizantes adicionales.
La dama tomó en una jarra de mármol blanco, agua, la cual esparció por el cuerpo del emperador.
Ayudándose con su mano.
Arremango su vestido de criada, dejando ver más sus muslos.
Bennett observó con detalle la piel blanca y mojada que se asomaba.
—¿Desea un masaje su majestad?
—Ese no es tu trabajo Catalina
—Eso es correcto, pero quiero hacer algo bueno por el único emperador de este imperio —ella se hizo a las espaldas de aquel hombre, derramó sobre su mano un líquido blanco con olor a vainilla dejándolo sobre el cuello del emperador —merece relajarse después de todo lo que ha pasado
Sin remedio aceptó, no se quejó o hizo algún movimiento, solo se relajó en la tina mientras ella masajeaba con mano dura las zonas más tensas de su espalda.
Pasaron segundos llenos de silencio, un silencio innato en los que ella se aseguraba de cumplir con lo que estaba dispuesta.
El vestido con escote terminó mojado en la parte del pecho, iluminando sus senos, la atracción femenina más brutal de todo hombre.
Él trato de ignorar los atributos de la mujer; sin embargo, cada ver que tocaba su cuerpo, qué acercaba para dejar un paño de agua con jabón restregando sus brazos era un complemento.
De alguna manera, esa tarea tan sencilla, Catalina la hacía lucir seductora, provocaba en él una pasión que pensó que había desaparecido; después de todo, habían pasado meses desde que él tuvo a una mujer en su cama.
Cerró los ojos evitando algún tipo de reacción, pero cada vez que los abría tenía los pechos de Catalina sobando alguna parte de su piel desnuda.
Aquella que había sido cubierta por el agua. Estaba tenso antes esas atenciones, pronto lo único que rompió el silencio fue su voz atrayente de curiosidad.
—El imperio... ¿sabe de la apariencia del heredero?
—No señor, la emperatriz se ha esforzado en ocultar sus pecados —Catalina restregó la cabeza de Bennett con cuidado
—¿Consideras que es un castigo divino Catalina? —Inquirió Bennett jugando con la espuma de su baño
—Bueno, su majestad, la mayoría cree que ella está asociada a la brujería, y por tal motivo la apariencia de su hijo —llevo el cabello del emperador hacia atrás indicando que él inclinara la cabeza
—Sí claro, en Melione cuando no hay magia, fantástico —el sarcasmo en su voz fue evidente
Ella rio en voz baja ante aquel comentario.
—No sea modesto, no me refiero a eso, su majestad. Antes de que la Magia desapareciera de Melione, la emperatriz vivía aquí e incluso antes, pues ella era una esclava
Esta vez fue Bennett quien se burló.
—Catalina, ningún esclavo tiene acceso a la magia negra. Eso es ridículo —en voz alta expresó su burla
Seguida por la de Catalina.
Ambos rieron en incoherencias, ella solo por seguirle el juego, él porque era estúpida aquella teoría de la magia negra.
Aunque para aquella emperatriz no hacía falta magia negra para mostrar sus verdaderas intenciones ante las cosas que le desagradan.
Por tanto, poco después de su dieta, seguida de sus obligaciones como emperatriz, al fin le dio la oportunidad a su engendro.
Entrando al cuarto donde aquel monstruo descansaba, estaba solo en una habitación; durmiendo relajado luego de haber pasado largos minutos llorando por el calor de su madre.
Su ropa blanca estaba café, su boca chueca lanzaba profundos suspiros, sus ojos en definitiva se miraban mejor cerrados.